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Amando de Miguel

La nueva forma de explotación

La desgracia colectiva de la pandemia del virus chino ha traído la gran oportunidad para algunos negocios.

La desgracia colectiva de la pandemia del virus chino ha traído la gran oportunidad para algunos negocios. No me refiero solo a los fabricantes de frasquitos de vidrio para las vacunas, que, desde luego, han hecho el agosto de su vida. Tampoco quiero llegar al sarcasmo de las repentinas herencias que se han presentado en muchas familias.

Las vacunas mismas son la inagotable fuente de beneficio a escala mundial. Pocas veces se consigue una clientela potencial tan numerosa. Nunca se ha presentado la oportunidad de un lucro tan suculento. Unos pocos laboratorios multinacionales, fundamentalmente ingleses y estadounidenses, han aprovechado la situación única de la demanda universal de la vacuna. En la práctica, se ha convertido en un consumo obligatorio. Encima, ahora hemos sabido que la vacuna solo es válida para unos cuantos meses. Luego habrá que seguir vacunando al mundo entero, año tras año. Es fácil comprender que a los grandes laboratorios no les parece difícil ponerse de acuerdo para dictar los precios de las vacunas, que siempre suben. Los beneficios son colosales, como corresponde, en buena teoría, a un planteamiento de oligopolio.

Algo parecido sucede con las mascarillas y las pruebas de antígenos, o como se llamen. Se convierten en consumos necesarios, prácticamente obligatorios para casi todo el mundo. Nunca había ocurrido nada semejante con otros medicamentos o tratamientos clínicos. Es lógico que los precios se determinen, también, de forma oligopolista.

Me cuenta mi amigo Maciej Rudnik, hispanista polaco, que acaba de hacer el trayecto Madrid-Varsovia, tres mil kilómetros de avión. Ha podido engancharse a una oferta de vacaciones y el trayecto le ha costado 25 euros. Pero antes de embarcar era obligatoria una prueba de antígenos, por la que le han cobrado 30 euros. Está claro lo que significa el oligopolio: la enorme desproporción entre coste y beneficio. Todo de manera legal.

La explotación no acaba aquí. Las grandes empresas nos fuerzan a un elevado consumo de electricidad. Insisten en la necesidad de disponer de aire acondicionado o coche eléctrico, entre otros artilugios domésticos. Las empresas energéticas son pocas, pero poderosas, y, de nuevo, convergen hacia la situación de oligopolio. La consecuencia es patente. El precio doméstico de la electricidad, otro bien imprescindible, se eleva como si fuera la trayectoria de un cohete.

La inicua explotación actual más común ya no es entre empresarios y trabajadores, a través de las condiciones laborales. Ahora se establece entre los oligopolios y los consumidores de bienes necesarios. Nada mejor, para los vendedores, que ese consumo se haga prácticamente obligatorio y universal.

Al menos las mascarillas, las vacunas y las pruebas de antígenos han servido para contener la pandemia. Aunque el éxito tampoco es que sea indescriptible. Es más, en el mejor de los supuestos, el maldito coronavirus (mejor sería decir virus corona) nos ha llevado a una endemia, como la de la gripe, solo que mucho más contagiosa. Y eso que todavía no se ha extendido en España la variante lambda. Quedan todavía muchas más letras del alfabeto griego para cubrir la plantilla.

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