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Antonio Robles

Messi, metáfora del 'procés' (2)

El trasvase emocional de la superioridad deportiva del Barça ha tenido una importancia capital en la soberbia supremacista del independentismo.

Me preguntaba en el anterior artículo sobre la crisis del Barça, "Messi, metáfora del procés (1)", ¿qué habría de pasar para que los nacionalistas tomen sentido de la realidad políticamente como lo ha hecho el Barça en el plano deportivo?

Si Joan Laporta hubo de rendirse a la realidad del mercado, me temo que las instituciones nacionalistas sean incapaces de asumir el principio de realidad para salir del laberinto emocional independentista en el que viven abducidos.

Sólo hay que fijarse en la desesperación de las fuerzas vivas del país arrastrando su pena por la pérdida de una deidad deportiva como encarnación de la nación. O reparar en la desesperación de los aficionados convertidos en zombis por la prensa que les recrea la ficción en la que viven en un bucle sin fin, o en los instintos más bajos de las letrinas del régimen evacuados a través de las RRSS. Un tránsito sólo explicable en miembros de una secta completamente divorciada de la realidad.

Tal aquelarre de autocompasión a medio camino entre la impotencia del propio club, la maldad de la Liga española y la insultante riqueza del PSG explica por sí mismo el delirio del procés. Barça y nación, deporte e independencia unidos en una ficción: el trasvase de los éxitos deportivos de un club de fútbol al delirio de una nación milenaria. Nada que no haya repetido antes y deba recordarlo de nuevo para quienes creen que el problema catalán se reduce a una cuestión económica: el entusiasmo emocional colectivo que produjo el Barça de Messi y Guardiola en el catalanismo llevó a identificar la superioridad deportiva con el supremacismo nacional. O por ser más exactos, el trasvase emocional de la superioridad deportiva del Barça ha tenido una importancia capital en la soberbia supremacista del independentismo. De ahí el aquelarre, de ello la desmesura, el dolor, el desgarro, la confusión de un simple deporte con la tragedia de la vida misma. Lo lúdico, lo efímero, elevado a trascendente.

Algo muy enfermizo debe de rodear la pérdida de Messi para lograr divorciarse de lo esencial de la vida, incluso suplantarlo: la tragedia del paro, la deuda económica, la inseguridad ciudadana, los desahucios improcedentes y la okupación ilegal, el desmantelamiento de la sanidad catalana, la destrucción de la educación, la brecha salarial entre políticos corruptos y jóvenes sin futuro, o esta neoinquisición laica que encumbra a una procesión de ofendidos identitarios y criminaliza la ciudadanía ilustrada. Una prueba sangrante de ello es este mismo artículo. Aún tiene predicamento a pesar de la tragedia talibán de Afganistán, la deuda pública española del 122,3% del PIB, los incendios forestales o la angustia de la pandemia que no cesa.

Nada de esto se puede explicar sin recurrir a un pensamiento desquiciado. No sólo viven de espaldas a la realidad, sino que la niegan suplantándola por una percepción mágica, donde la sacralización de los símbolos –la nación, la independencia, Messi, Companys, Colón, el odio a España, o los propios delincuentes secesionistas…– legitima el incumplimiento de la ley, el tribalismo, la exclusión, la corrupción política y a sus ladrones. Y, en el colmo del delirio, consideran una afrenta intolerable que al Barça se le obligue a cumplir la normativa de la propia Liga como al resto. Nada nuevo en el orden político, donde el cumplimiento de la ley no rige para el pueblo elegido. Es la soberbia de quien se cree superior, de quien está por encima de contingencias y nada puede contradecir sus deseos. De ahí su incredulidad ante la marcha de Messi y su resistencia a admitirlo sin una explicación telúrica de enemigos al acecho ante cualquier revés. Una sociedad de políticos pequeñoburgueses aburridos de vivir bien, que no admiten frustración alguna. De izquierdas y derechas, todos ciegos ante los propios aunque los lleven a la ruina. La superioridad emocional como suplantación de la razón.

¿Hay algo más parecido a la rivalidad del fútbol?

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