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EDITORIAL

¿Hablar con los talibanes?

Los talibanes no son un actor político equiparable a los de Occidente.

El martes los talibanes dieron una rueda de prensa en Kabul, la primera desde su toma del poder. Gran expectación, como es lógico, y todo el mundo pendiente de lo que tuviese que decir el portavoz de este grupo criminal, Zabihulá Muyahid. Y, por supuesto, los talibanes, que son malvados pero no unos idiotas primitivos como algunos parecen empeñados en vender, ofrecieron su cara menos violenta y en cierto modo conciliadora e hicieron muchas promesas, aunque ninguna de ellas se sostenga en la comparación con lo que fue su Gobierno cuando dominaron durante cinco años el país: ni entonces se incluyó en el Ejecutivo a miembros de otras facciones, ni se perdonó a los enemigos del régimen ni se permitió a las mujeres trabajar o estudiar.

Rápidamente parecía que este Occidente que se ha dejado derrotar en Afganistán sentía cierto alivio, pero sólo han hecho falta unas horas para los talibanes tuviesen la oportunidad de mostrar lo que realmente son: la primera manifestación en su contra ha sido reprimida a tiros y dos o tres personas –según las fuentes– han sido asesinadas en algo que casi podríamos considerar el acto inaugural de la represión talibán en esta su segunda etapa.

Porque esta es la cruda realidad y no la de las buenas palabras en Kabul: los talibanes no son un actor político equiparable a los de Occidente no sólo por su falta de respeto por los más básicos derechos humanos, sino porque no tienen ningún interés –y ninguna intención– de seguir las normas que rigen las relaciones internacionales. Dicho de otra forma: su palabra no vale absolutamente nada.

Y es que el propio Corán legitima que los creyentes mientan a los infieles por varios motivos, entre ellos apoyar la causa del islam, así que poco debe extrañarnos que unos fanáticos que quieren que todo el mundo viva cumpliendo al detalle su extrema interpretación de lo que dice el libro sagrado de los musulmanes se aprovechen de tan conveniente precepto.

Lo que sí resulta más sorprendente es la ceguera y la soberbia que parecen demostrar unos dirigentes occidentales que nos cuentan que van a dialogar con los talibán para esto o aquello. Si no fueran tan arrogantes –y tan ignorantes–, sabrían que cualquier acuerdo con los talibanes no es más que papel mojado, lo firme un Trump que creía entender mejor el mundo de lo que realmente lo hacía o un Borrell que parece creer que todo es susceptible de ser negociado o comprado y vendido.

La realidad es que el único lenguaje que entienden los talibanes es el de la fuerza, al que por desgracia Occidente ha renunciado en esta terrible derrota.

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