José Luis Rodríguez Zapatero sostiene que ya no hay terrorismo en el País Vasco. Pero David Chamorro, estudiante de la Universidad del País Vasco, fue apalizado en el campus por ser español y constitucionalista. No hay terrorismo en el País Vasco defiende Rodríguez Zapatero para legitimar sus acuerdos y abrazos con Bildu, pero a los asesinos de ETA que salen de la cárcel los reciben en sus pueblos entre homenajes y loas por ser gudaris (soldados) y presos políticos, mientras gritan a las víctimas de sus atentados "vosotros, fascistas, sois los terroristas". No hay terrorismo en el País Vasco, argumenta Rodríguez Zapatero, pero los constitucionalistas no pueden dar mítines en Bilbao o San Sebastián sin ser increpados, insultados y agredidos. Parece, por tanto, que Rodríguez Zapatero entiende por ausencia de terrorismo que a él no le den palizas, le reciban los nacionalistas como a un gudari y pueda dar tranquilamente mítines en Sestao como si fuera Caracas.
David Chamorro fue agredido brutalmente por quince encapuchados tras intentar organizar la defensa del constitucionalismo en su universidad vasca. Para socialistas como Rodríguez Zapatero, que haya un gueto ideológico en el País Vasco controlado por los nacionalistas de izquierda mediante la violencia no es terrorismo. Para socialistas como Rodríguez Zapatero, en el País Vasco se disfruta de tanta democracia y libertad como en Venezuela. Para socialistas como Rodríguez Zapatero, denunciar estos casos de acoso político significa banalizar el mal y lo que hay que hacer es apoyar a Otegi, que se abraza con Junqueras en una marcha a favor de que los socialistas liberen a todos los etarras que siguen en la cárcel, a pesar de que siguen sin resolverse cientos de delitos de ETA.
En dicha marcha se lee un comunicado a favor de la defensa de los derechos humanos. Es célebre que José Luis Rodríguez Zapatero cree sinceramente que Otegi es un hombre de paz. Claro que también lo piensa de Nicolás Maduro. Haciendo un guiño a la manoseada memoria histórica: el diario progresista El Sol titulaba el 8 de marzo de 1936 en referencia a un discurso de Adolf Hitler en el Reichstag: "Pocas veces se ha oído tan vibrante y tan sincero el amor a la paz", y el 30 de septiembre de 1938 el conservador ABC abría en portada con "Jornada histórica para la humanidad. En Múnich, aseguran la paz de Europa cuatro hombres de buena voluntad: Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier".
Nosotros también tenemos nuestros cuatro hombres de buena voluntad: Otegi, Junqueras, Zapatero y Sánchez. El problema es que la buena voluntad no sólo es compatible con la acción malvada, sino que muchas veces es su más siniestra coartada. Chamberlain y Daladier se dejaron engañar aunque en su descargo cabe tener en cuenta que los nacional-socialistas todavía no habían cometido sus crímenes más salvajes, aunque los habían anunciado. El caso del líder inglés y el político francés son ejemplos de la banalidad del mal tematizada por Hannah Arendt, ya que se dejaron llevar por clichés y consignas que les impideron ver el siniestro esplendor de la maldad nazi. Sin embargo, Zapatero y Sánchez amparan a Otegi, y la atmósfera de intimidación y violencia política que rodea a Bildu. Tanto por aritmética parlamentaria como por complicidad ideológica. No por casualidad fue Rodríguez Zapatero el que ha rehabilitado a los totalitarios políticos de su partido, Largo Caballero y Álvarez del Vayo, ambos rendidos admiradores de la genocida URSS. Zapatero y Sánchez, Otegi y Junqueras son muestras paradigmáticas de lo que Kant denominó el mal radical: una propensión consciente para realizar daño a seres humanos a los que se ha despojado de su consideración de personas y se les ha demonizado como enemigos.