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Pedro de Tena

Los hijos de un PSOE menor

Juan Espadas es el representante de un PSOE andaluz menor que ya no tiene la magnitud que tuvo en otros tiempos.

El alcalde de Sevilla y líder del PSOE-A, Juan Espadas. | Europa Press

Ya Susana Díaz rebajó notablemente la estatura del PSOE andaluz. El socialismo andaluz, padre y madre del socialismo nacional desde Suresnes salvo del catalán y del vasco, siempre fue parecido al PSOE de la II República. Jamás ha hecho un examen de conciencia, nunca ha pedido perdón por nada y siempre puso a la organización por encima de cualquier otro valor o principio. Pero sus jefes tenían una envergadura.

Felipe González y Alfonso Guerra fueron, cada uno a su manera, políticos de calado. A pesar de los pesares y todos los peros que se quieran poner, aceptaron por fin la vía del consenso constitucional, aunque desde el minuto uno procuraron arrinconarlo, debilitarlo y vaciarlo de contenido. Ahí quedó para la historia el asesinato de Montesquieu que anunció Guerra y todas las reformas sucesivas que emprendió González.

En el Sur, Rafael Escuredo, durante el poco tiempo que sus jefes le respetaron su autonomía, consiguió acabar con el andalucismo irredento de Alejandro Rojas Marcos, con la posibilidad de renacimiento de la CNT (el sindicato anarcosindicalista más importante de la España republicana), dejar al comunismo que pobló las cárceles de la dictadura encerrado en el ámbito local y a la derecha andaluza asimilada al franquismo y sin opciones de gobierno.

El peligro, que vieron González y Guerra, era que lograra consumar su aventura consagrando un nuevo partido "nacionalista" hostil al centralismo socialista de manual. Pero era un peso pesado y encima simpático, guapetón y descarado. No hubo otra opción que liquidarlo y de malas maneras, tanto que se quedó de perfil.

José Rodríguez de la Borbolla siguió el camino de su antecesor tratando de hacer del PSOE andaluz una fuerza política con peso orgánico intenso además de externo, comenzando a tejer la tela de araña institucional que le permitió ir ocupando la administración, las cajas de ahorro, la sanidad, la educación, las ONG, los medios de comunicación (creó Canal Sur) y todo lo que pudo. Guerra, con unas tijeras, cortó las cuerdas del arpa.

Pepote, que es como siempre se le ha conocido, era menos caradura que Escuredo, pero tenía su peligrosa socarronería, su bagaje político familiar, su mesa camilla de conspiradores contra el centralismo y un serio peso político. Quizá no fuera brillante, pero fue el constructor de un aparato para el dominio sobre Andalucía durante casi cuatro décadas. Tenía peso.

Eso fue lo que heredó un Manuel Chaves, el más flojo en todos los sentidos de los dirigentes del PSOE andaluz. Aunque estuvo en la foto de la "tortilla" y era amigo personal de Felipe González, fue encargado, primero, de vigilar a Nicolás Redondo en la UGT y luego de traicionarlo desde el Ministerio de Trabajo. Aquello costó la primera huelga general de UGT contra su partido, el PSOE.

Sin ambiciones personales y consciente de sus limitaciones, obedeció a González cuando le encargó acabar con el guerrismo y le propuso gestionar la Junta de Andalucía, lo que hizo durante años sin demasiados problemas visibles hasta que su dejadez en los procedimientos permitió al PP y a la prensa comenzar su cruzada anticorrupción que, casi veinte años después, lo destruyó.

José Antonio Griñán, que siempre se creyó superior a casi todos, trató de salvar los restos del naufragio que se veía venir, pero ya era tarde. El régimen erigido desde 1982 se desmoronaba. De no ser por la sorprendente puñalada de Rajoy a los andaluces, el cambio hubiera comenzado en 2012 con una mayoría absoluta de Javier Arenas. Pero Griñán sobrevivió y le endiñó una muy mala herencia a Susana Díaz, joven criada en las cloacas del aparato.

Pero hasta ella, que llegó a enfrentarse a Pedro Sánchez liderando lo que se creyó una opción nacional y moderada ante los separatismos y el comunismo populista, tenía una entidad gravitatoria.

Lo de Juan Espadas, elegido este fin de semana líder del socialismo andaluz, es otra cosa. Es el representante de un PSOE andaluz menor que ya no tiene la magnitud que tuvo en otros tiempos hasta su antecesora y que no puede ser otra cosa que la versión sanchista, alguno dirá que perversión, de la organización socialista a nivel nacional. Hasta Pedro Sánchez señaló ayer a María Jesús Montero de manera evidente. A saber, por qué y para qué, cuando arregle, eso sí, lo de las plusvalías. Qué nivel.

Espadas no tiene un visir que distribuya cargos, regalías o títulos porque se ha perdido la Junta de Andalucía y su inmenso entramado y sólo quedan algunas Diputaciones y Alcaldías para contentar, agradar y compensar. Pero tampoco tiene tiempo, una limitación que ha aceptado y que le puede conducir a obtener menos diputados que Susana Díaz en 2018. El número 33, que fueron los escaños logrados entonces, pende sobre su cabeza como una losa.

El último examen electoral le daba un ligero ascenso, pero el barómetro oficial de la Junta lo situaba en los 26 escaños, 7 por debajo de los logrados por Susana Diaz y a ras con el calado que tenía el PP andaluz antes de la llegada de Javier Arenas en 1990. O sea, que no ya ganar las elecciones andaluzas sino superar el resultado electoral de Susana Díaz, depende del tiempo.

Y el señor del tiempo en Andalucía es Juan Manuel Moreno Bonilla, también hijo de un PP muy menor pero agraciado con el premio gordo de la lotería electoral con sólo, precisamente, 26 escaños en el coleto en 2018. Ciudadanos y Vox han permitido su mandato y le han dado el poder de decidir qué tiempo va a conceder a Juan Espadas y a su PSOE menor para que se recomponga, reaccione y sea capaz de reconstruir el régimen de 1982, la gran esperanza del aparato para dominar España.

El extraño coqueteo de Moreno con el PSOE de Espadas despreciando a quien va a ser su bastón de futuro que es, lo quiera o no, Vox, recuerda mucho a la danza suicida de Pablo Casado en torno a Isabel Díaz Ayuso que afea el propio Moreno mientras baila con Espadas.

El ser o no ser es cuestión de tiempo, y no es una broma heideggeriana. Los andaluces podemos volver a sufrir un régimen socialcomunista en menos que canta un gallo para loor y gloria de Pedro Sánchez o podemos adentrarnos con firmeza en un camino de esperanza moral, liberalizador, de convergencia nacional sin precedentes, de honradez institucional, de respeto a las normas, a los procedimientos y a los ciudadanos.

El tiempo, como nunca en Andalucía, es oro, pero tiene amo.

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