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Triste Navidad

Los mandamases autonómicos se frotan las manos ante esta nueva ocasión para socavar las libertades ciudadanas en el momento en que más grato resulta su ejercicio.

Los mandamases autonómicos se frotan las manos ante esta nueva ocasión para socavar las libertades ciudadanas en el momento en que más grato resulta su ejercicio.
EFE

Todo parece indicar que las fiestas navideñas estarán marcadas, también este año, por las restricciones sanitarias como consecuencia del repunte de los contagios del coronavirus. No tendremos una Navidad tan extraña como la del año pasado, cuando había que seleccionar hasta el máximo de asistentes a la cena de Nochebuena (el cuñado progre se quedó fuera, ¡bien!) y se suspendieron los festejos de la última noche del año para desgracia de la juventud, que tuvo que pasar la noche en casa viendo la tele junto a sus papás y sus mamás. Las familias que sobrevivimos emocionalmente a aquella noche tan extraña seguiremos unidas hasta el final de los tiempos.

Pero es una gran tristeza que las fiestas navideñas se desmoronen como lo están haciendo, a pesar de que no haya una orden explícita en tal sentido (la habrá; denles tiempo a los dictadorzuelos autonómicos). Las cancelaciones de las reservas de comidas de Navidad crecen a todo ritmo, y no solo las que convocan los partidos políticos con sus afiliados. Que levante la mano el que no haya visto truncada una comida o cena con familiares, amigos o compañeros de trabajo, ocasiones muy especiales todas ellas que otorgan a las fechas navideñas ese toque entrañable que las distingue de las del resto del año.

Esto ocurre en uno de los países que tiene un mayor porcentaje de la población vacunada, lo que dice bastante poco de la efectividad de las vacunas para prevenir contagios a tenor del tamaño de la oleada actual, la sexta desde que comenzó la pandemia. Las vacunas reducen la posibilidad de acabar intubados en la UCI de un hospital, lo que no es poco, pero en lo que respecta a la actividad social, el chinovirus sigue siendo una gran canallada cuyos efectos vamos a sufrir otra Navidad más.

Los mandamases autonómicos se frotan las manos ante esta nueva ocasión para socavar las libertades ciudadanas en el momento en que más grato resulta su ejercicio. Restringirán la hostelería y el ocio, o sea la Navidad, y cancelarán la Cabalgata de los Reyes Magos, porque creen que esa actitud de firmeza les hace ganar popularidad. En España tenemos a dirigentes populares que compiten con Sánchez en el terreno del autoritarismo, pero de esa actitud bochornosa ya rendirán cuentas ante las urnas dentro de un año y medio.

Mientras tanto, Madrid seguirá ostentando en solitario el mérito de ser un ámbito de libertad, donde se intenta conciliar la protección de la salud con el mantenimiento de las tradiciones y la supervivencia de la economía. No es extraño que en el partido de esa señora que gobierna ahí se cuiden mucho de que ningún otro barón importe el modelo.

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