
Llevan varios días mis amigos navarros tratando de explicarme lo que está ocurriendo en Navarra con Unión del Pueblo Navarro: relatan las tristes divisiones y banderías internas, las apasionadas luchas de poder, la desorientación de las bases y los votantes. Lo novedoso no es la situación, sino que haya trascendido a la opinión pública nacional a raíz del grotesco incidente registrado en la votación de la Ley de Reforma Laboral, gracias a la cual Sánchez se ha asegurado unos meses más de tranquilidad en la Moncloa.
Esta crisis apunta a un triple problema, de ideas, de estrategia y de liderazgo. Respecto a lo primero, si suele decirse que el PP tiene un problema con las ideas, qué decir de lo que sucede en UPN: se cumple así la ley que dice que un problema español se reproduce en Navarra con más intensidad. El proyecto foral y español de UPN ha tenido desde el principio una tentación: la peneuvizacion. Tentación que presenta a su vez dos características: 1) la busca de un punto intermedio entre el anexionismo y el constitucionalismo, entre Euskal Herria y España, lo que resulta en una suerte de nacionalismo navarro egocéntrico y particularista; 2) la tendencia al oportunismo, a fin de arrancar a los Gobiernos nacionales de todo signo y condición prebendas que satisfagan los intereses meramente locales.
Esta tentación tiende a llevar el nombre de navarrismo, que en el fondo no es más que un tipo de nacionalismo más, ajeno por completo a la tradición y la historia real de Navarra, en la que lo foral y lo español han ido de la mano de manera natural durante tanto tiempo. Y para colmo es contraria a la propia naturaleza de UPN, que siempre ha entendido que la estabilidad institucional española es buena para Navarra y viceversa.
A la desorientación ideológica sigue la estratégica. Quizá lo peor es la creencia de que el socialismo navarro volverá a la defensa de la alternancia pacífica que caracterizó un día la política foral. El error de análisis es de bulto y tiene por eje un socialismo ideal, porque los socialistas reales no tienen el más mínimo interés en llegar a ningún tipo de pacto con UPN: de ahí los desaires y chantajes de un PSN que está más cómodo con Bildu y con Geroa Bai que con los regionalistas.
No entender esto lleva a UPN a dos errores: 1) busca continuamente un acuerdo imposible y casi mitológico, lo que le deja a merced de los caprichos ideológicos de los socialistas navarros o del propio Sánchez; 2) no presenta alternativas en las grandes cuestiones sociales, culturales o económicas. La demencial situación que se vive en el Ayuntamiento de Pamplona, con UPN confundiendo un chantaje con una negociación, deja bien a las claras la esquizofrenia estratégica a la que puede conducir una mala lectura de la realidad.
La desorientación ideológica y la incapacidad estratégica remiten a una crisis de liderazgo. Los líderes no son más que la expresión de un partido, y cuando éste no sabe lo que quiere –y no sólo lo que no quiere– sus dirigentes acaban dando tumbos, dedicando más tiempo a mantener el partido unido o la dirección bajo control que a ofrecer a la sociedad proyectos sólidos y ganadores.
Cierto, todo partido político pasa a lo largo de su vida por momentos de crisis: la clave está en que sea capaz de recomponerse lo antes posible. Por eso lo más grave de esta crisis es que se ha vuelto endémica y estructural: se remonta por lo menos una década o década y media, sin que UPN sea capaz de reunir fuerzas, rearmarse ideológicamente y ofrecer a sus votantes un proyecto sólido y coherente. No sólo no parece haber en UPN intención de abordar el problema: la misma negación del mismo es probablemente el principal problema y convierte a la formación regionalista en un enfermo crónico con un lúgubre porvenir.
La renovación de UPN pasa necesariamente por una correcta lectura de la situación. El Viejo Reyno anda a merced de fuerzas anticonstitucionales y antiforales. A lo que hay que añadir el intento de cambio de régimen llevado a cabo desde Madrid por ese grupo heterogéneo que va desde el Partido Socialista hasta Bildu, pasando por ERC, Podemos y el PNV. Apoyado además por grandes medios de comunicación nacionales y parte del establishment madrileño. Todos ellos sin excepción son partidarios de reabrir la cuestión navarra y su acercamiento al País Vasco.
Así las cosas, actuar como si Navarra viviese en una situación de normalidad y no al borde del abismo institucional resulta suicida. Esta quizá sea la clave: UPN nació en 1979 como reacción y defensa ante la voracidad del anexionismo vasco –que encabezaba militarmente ETA y económicamente el PNV–, ante la posibilidad muy real de su triunfo. Nadie en UPN parecía engañarse entonces: el enemigo era poderoso y estaba dispuesto a llegar hasta el final utilizando métodos democráticos, parademocráticos y antidemocráticos.
UPN nació además como una reacción ante las fuerzas políticas que en Madrid habían olvidado el desafío existencial que para Navarra y para España planteaba e nacionalismo. Fuese cierta o no, la realidad es que UPN fue una respuesta a la actitud débil de UCD frente a las pretensiones del anexionismo vasco: el poder nacional podía traicionar a la Nación mediante el sacrificio de Navarra. UPN aparecía como advertencia permanente para aquellos partidos o Gobiernos de Madrid que olvidaban que sin un proyecto real en Navarra no habría proyecto real en España. Un Gobierno felón siempre tendría enfrente a UPN.
Los dos primeros puntos nos llevan al tercero, quizá el más importante y el de mayor relevancia hoy en día. Los fundadores de Unión del Pueblo Navarro no se engañaban acerca de las dificultades de un proyecto nacido en una época enormemente sombría y desesperanzadora. Si se me permite parafrasear a Churchill, sólo podían ofrecer sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas: y lo primero además en sentido literal. Desde entonces han pasado varias décadas, muchos Gobiernos y demasiados cargos en la Administración, el partido y los ayuntamientos. UPN –a imagen y semejanza del PP– se encuentra corroído por uno de los grandes males de los partidos: el peso de los cargos, las pagas, los sueldos, los intereses personales. La misma actitud, digamos espiritual, del partido trasluce esta sensación de incapacidad para la lucha, el esfuerzo, el sufrimiento y por tanto el heroísmo. Y en un momento, y esta es la clave, en el que se ha reabierto la cuestión constitucional con toda su crudeza, y con ella la de Navarra: el poder estatal y el nacionalista van de la mano como no llegaron a estarlo nunca en aquellos tiempos. Un solo vistazo lúcido a lo siniestro de la situación para España y para Navarra muestra la necesidad de volver a abrir el tiempo de la resistencia, de la lucha y del esfuerzo. Pero UPN parece haber seguido, como gran parte de la sociedad navarra, el camino de la autocomplacencia y la aceptación del declive.
Ciertamente, UPN aparece hoy como un partido en estado catastrófico: dividido, débil, desorientado. Pero también es verdad que fue en la lucha contra la catástrofe donde nació y se desarrolló, hace más de cuarenta años. Si hay un partido en España capaz de afrontar una refundación y evitar lo inevitable, es éste.