Es ésta quizá la guerra más prevista de la Historia; pero, como toda guerra, nos ha sumido desde el minuto uno en todo tipo de incertidumbres y de incógnitas. En esto Clausewitz no se equivocaba.
Pese a todo, cuando escribo estas líneas hay aspectos de lo que ocurre sobre el terreno que conocemos bien y podemos dar por seguros. Lo fundamental es la escala del ataque ruso, que está yendo mucho más allá de las regiones que reclama Moscú. Sabemos en primer lugar que hay columnas de tanques rusos entrando en Lugansk desde el este; pero también que hay columnas de carros penetrando desde la frontera bielorrusa en dirección sur, hacia Kiev. En tercer lugar, se está desarrollando una operación anfibia, que incluye unidades de la Armada rusa operando desde Crimea, en el eje Odesa-Mariupol. En cuarto lugar, y sobre todo, tenemos la campaña de ataques masivos con aviones y misiles de crucero contra bases, aeródromos y centros de mando y control ucranianos: el objetivo es dejarlos ciegos, sordos y mudos.
Todo esto son certezas, pero también hay incógnitas. La primera es cómo se comportarán las fuerzas rusas en su mayor operación bélica de lo que va de siglo. Las de Crimea, Georgia, Chechenia o Siria fueron muy limitadas y en ellas no se puso a prueba el músculo militar ruso. Esta es la primera vez que sí, y pese a que Putin ha desplazado lo mejor de su Ejército, el grueso de las operaciones descansa en unidades medianamente preparadas y equipadas. Veremos si son capaces de desempeñar sobre el terreno el papel que la propaganda rusa y prorrusa les concede, o si por el contrario son menos eficientes y eficaces de lo que se les supone.
Esto nos lleva a la segunda incógnita: la capacidad de resistencia de Kiev. Sabemos perfectamente que las tropas ucranianas son incapaces de resistir un enfrentamiento directo: la superioridad aérea de Moscú hace imposible que Ucrania se defienda abiertamente de la invasión, aunque hemos visto conatos de resistencia antiaérea. La única posibilidad para Ucrania reside en que, una vez pasada la primera oleada del ataque ruso, sus hombres sean capaces de llevar a cabo una resistencia a corto y largo plazo de corte irregular y en buena parte del territorio. Se han preparado para ello en los dos últimos meses, pero está por ver si les alcanza.
Toca hablar aquí de las posibilidades europeas. Más allá de la autoflagelación motivada por la debilidad diplomática y estratégica tanto de los países miembros como de la propia UE, está la cuestión de qué hacer ahora. Las sanciones son necesarias pero insuficientes. Desde un punto de vista militar, Ucrania puede ser un gran triunfo para Putin pero también un factor de debilidad tremendo. Durante los últimos meses las potencias occidentales han estado armando a contrarreloj a los ucranianos con material destinado a entorpecer primero y hostigar después a las fuerzas rusas en movimiento. Ciertamente, esta estrategia, llamada "del erizo", debió haberse puesto en marcha hace mucho y no a última hora. Pero en fin, así es como actúan las democracias ante la guerra: tarde y mal.
En todo caso, los europeos y los norteamericanos deberán prepararse para una guerra de larga duración, irregular, no convencional y de intensidad variable, en todo el territorio ucraniano. Eso, en caso de que Ucrania sobreviva políticamente al primer golpe y, aunque amputada, pueda seguir luchando después. La posibilidad de que Putin muerda el polvo en Ucrania es real, pero solo es posible con una condición: el apoyo logístico, diplomático, económico y militar de la UE y la OTAN a Ucrania.
Putin nunca ha dejado tranquila a Ucrania y nunca lo hará. Ya no cabe ninguna duda de que está empleando la estrategia del salchichón: a una reivindicación limitada a una provincia le sigue la anexión; a ésta, la reivindicación de otro territorio y una nueva anexión, y así sucesivamente. Este modus operandi no hace sonar la alarma general, pero logra avances significativos: Crimea, el Donbás, la frontera del Dniéper… Hace diez años nos parecía imposible, pero rodaja a rodaja tenemos ya a los rusos a las puertas de Polonia.
Nada ni nadie puede garantizar que las ambiciones rusas no amenacen a medio plazo a otros países reivindicados como parte del espacio ruso por parte de Moscú: más aún, la secuencia indica lo contrario. A finales del año pasado el Kremlin ya puso a prueba las defensas fronterizas lituanas y polacas con ocasión de la crisis de refugiados creada a través de su socio de Minsk. Sabemos perfectamente, porque ni siquiera lo oculta, que Putin quiere anexionarse los tres países bálticos y parte del territorio polaco. Poca broma: desarbolado el sistema de defensa aéreo ucraniano, los rusos son dueños potenciales de todo el espacio de ese país. Si la estrategia militar rusa surte efecto y Ucrania es reducida a un Estado inerte y fallido, sin autonomía ni control sobre su propio territorio, Varsovia, Vilna, Tallín y Riga estarán muy al alcance del Kremlin. Por eso la crisis ucraniana es profundamente europea, aunque Ucrania no pertenezca a la UE ni a la OTAN: si Putin justificó la agresión con una potencial cercanía de las tropas atlánticas al territorio ruso, la presencia de tropas rusas en territorio ucraniano es una clara amenaza, directa y real, a los países miembros de la Unión Europea y de la OTAN. Esto significa, entre otras cosas, que bajo ninguna circunstancia se puede admitir un cambio del estatus territorial y que hay que revertir el de 2014.
La crisis de los Sudetes, que desembocó en los Acuerdos de Múnich, ha pasado a la historia de Occidente como un episodio de claudicación y cobardía. Como siempre ocurre en estos casos, la realidad no fue exactamente así y había un análisis muy racional detrás, y aterradoramente familiar: los ejércitos aliados no se veían capaces de oponerse eficazmente y a corto plazo a la maquinaria alemana; la región de los Sudetes resultaba extraña y ajena a la mayor parte de los europeos; y además el discurso y la propaganda hitlerianos hablaban de una historia y una cultura compartidas que a los occidentales le sonaba extraña pero convincente. A Hitler se le dejó hacer para evitar males mayores, que de todas formas llegaron después.
Ucrania son los Sudetes de Putin: la reticencia occidental, lo aparentemente lejano del conflicto y la propaganda rusa y prorrusa invitan a ceder y aceptar las exigencias de Moscú. Pero no hay que transigir y hay que hacer que a Putin la agresión le salga cara. No controla Ucrania ahora ni tiene por qué hacerlo en el futuro.
La guerra, larga y para todos, no ha hecho más que comenzar.