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Occidente, en estado de estupor

Nuestro estupor emerge de la intuición, aún germinal, de que el nuevo comunismo es una fuerza activa en todo el mundo.

Pio Baroja percibió que en Navarra, léase Pamplona, desde la clase más alta a la más baja, todo el pueblo estaba intoxicado por una sustancia espiritual que llamó "clericalina", que producía un estado de sopor incurable. Esa antigua droga parece haberse sustituido por la "etasesina", una variante autóctona de la ya rancia pócima conocida como "leninina" que, ya subrayó Karl Kautsky, era el ingrediente necesario para que el socialismo se aliara con el terrorismo, no con la democracia.

Naturalmente, Trotsky escribió el "antikautsky", un panfleto en el que se opuso a la "metafísica de la democracia" e insistió en la destrucción del Occidente burgués por la violencia. Como se olvida que ETA es, que sigue viva, una simbiosis entre el nacionalismo racista y xenófobo y el comunismo, recordémoslo hoy, que ya se conoce la vergüenza de un Estado, ocupado por dos fuerzas, PSOE y comunistas, que canjea la justicia y el dolor de las víctimas por coyunturales apoyos parlamentarios. Y no olvidemos que parte de la "clericalina" tradicional y la derecha política recorrieron un tiempo ese mismo camino. No se puede olvidar lo inolvidable, pero el estupor no hay quien lo evite.

Tengo para mí que estupor se relaciona con estupidez, con estupefacción y con sopor. Tiene lugar cuando se advierte que se está ante la presencia de un daño, generado en parte por uno mismo, que tiene como consecuencia un grado monumental de asombro y una consecuencia de sopor, no de reacción y rebeldía ante el entuerto. ¿Digo algo impropio o desmesurado si expongo que Occidente yace en estado de estupor ante un deterioro consentido desde su interior, que lo asombra o escandaliza pero que, aturdido, no lo conduce a una acción de defensa general?

Decía Ortega que Occidente, sustancialmente, es la ciencia, el conocimiento de los hechos y el respeto a la verdad de las conclusiones comprobables. Desde hace dos siglos, la marca "Occidente" indica, además, el conjunto de los Estados que tienen formas democráticas de gobierno y un depósito de valores inspirados en la síntesis Jerusalén-Atenas-Roma fraguada desde el siglo XIII y, especialmente, desde el Renacimiento. América, Norte y Sur, y la Europa unida forman parte de ese Occidente extendido a Japón y zonas del Sudeste Asiático donde priman ciencia y democracia por encima de las creencias religiosas, que no sobre la ética subyacente.

Muchos creerán que me refiero a la amenaza putinesca sobre Ucrania, que no quiere ser rusa y lo votó por más de un 90 por ciento al final de la URSS. Sí, pero no sólo a ella. Nuestro estupor emerge de la intuición, aún germinal, de que el nuevo comunismo es una fuerza activa en todo el mundo que, como el ser de Aristóteles, se dice de muchas maneras coordinadas provocando nuestro estupor. Lejos de admitir etapas, transiciones, mediaciones y de seguir el marxismo ortodoxo, su grito de guerra es el de Lenin, el sí se puede de la voluntad política porque han advertido el estupor que tantos frentes abiertos han causado en un Occidente al que han intoxicado con la leninina.

Aliado con el indigenismo, con el irracionalismo, con el nacionalismo, con el feminismo desigualitario, con el sexismo acientífico ("los niños cuando nacen no tienen sexo", dicen los laboristas ingleses y cuenta hoy Nuria Richart en un impresionante reportaje), con el sindicalismo pagado por el Estado, con el paleocomunismo y, como se ve, hasta con parte de la Iglesia, la socialdemocracia, la élite del supercapitalismo de la agenda 2030 y sectores del islamismo, este conglomerado proleninista parece estar lanzando una ofensiva simultánea y coordinada contra un Occidente paralizado, penetrado y dividido, incapaz de reconocerse y reconocer su papel, su aportación a la Historia y su valor de civilización.

Se me vino esta intuición, tal vez errónea, a la cabeza cuando escuché a la izquierdista chilena María Magdalena Rivera proponer al nuevo presidente Gabriel Boric la disolución de los poderes del Estado en uno solo, el Soviet Supremo de Chile. Luego repasé lo de López Obrador en México, lo de Perú, lo de Argentina, lo de la penetración de las inversiones chinas en Iberoamérica o el puerto de Barcelona, por ejemplo, lo de los panes y los peces y el "mateismo" (amor a los impuestos del César y su agentes) del Papa, el odio a la España occidentalizadora, la preferencia de los privilegios de cuotas de poder frente a la igualdad ante la ley y tantas otras cosas que no caben.

La política de la multitud sincrónica de hechos consumados (memento para Crimea, Hong Kong, Venezuela, ahora Ucrania y tantos otros) no dejan ver el bosque de la pandemia diseñada de leninina que se expande, al parecer de manera inexorable, de Oriente hacia el Occidente ya infectado, que es como se mueve la Historia según Ortega.

Otras veces me he despertado y me he librado de la pesadilla. Pero esta vez, no. Y me he acordado de Castilla y León y las peleas del PP, Vox y Ciudadanos. Mejor seguir durmiendo aunque sea con el monstruo a cuestas. Yo también tengo derecho al estupor.

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