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Pablo Molina

El apocalipsis nuclear y el aceite de girasol

Temen la III Guerra Mundial, una posibilidad con ciertos visos de concretarse, sobre todo después de que Sánchez afirmara taxativamente este lunes que jamás ocurrirá.

Temen la III Guerra Mundial, una posibilidad con ciertos visos de concretarse, sobre todo después de que Sánchez afirmara taxativamente este lunes que jamás ocurrirá.
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Cuando mandan los rojos se produce desabastecimiento, pero eso era en los países subdesarrollados, donde la pobreza general y el escaso desarrollo de la economía facilita esos fenómenos de escasez. En Europa estábamos a salvo de vivir la experiencia de acudir a un supermercado y ver las estanterías completamente vacías, sensación que solo experimentan las víctimas del comunismo allí donde arraiga durante, al menos, una década.

La guerra de Putin, que Pedro Sánchez está tratando de resolver, y la huelga de transportes, que Sánchez no tiene intención de solucionar, son en estos momentos dos motivos para temer una explosión de histeria colectivo-consumista que ya se está viviendo con el aceite de girasol. Y con el aceite de oliva. Y la harina. Tres productos no perecederos que puedes acumular en tu despensa y convertirla en un búnker apocalíptico, como las que construyen los chiflados norteamericanos por si llegan los extraterrestres lanzando misiles.

Los que acaparan ese tipo de productos (y toneladas de papel higiénico) temen la III Guerra Mundial, una posibilidad con ciertos visos de concretarse, sobre todo después de que Sánchez afirmara taxativamente este lunes que jamás ocurrirá. Pero una conflagración mundial iniciada por un descerebrado al frente de una potencia nuclear es la garantía de la destrucción del planeta, así que los que acaparan aceite tienen las mismas posibilidades de supervivencia que los que actuamos con racionalidad: ninguna.

Las sociedades opulentas sienten pavor ante la posibilidad de que los supermercados se desabastezcan y las estanterías amanezcan desoladas. Da igual vivir en medio de un vergel con todo tipo de productos agroalimentarios y explotaciones ganaderas, porque nadie va a sacar patatas con una azada ni a matar y despellejar conejos, especialmente esto último. Somos como los personajes de Jack London, que se llenan los bolsillos de pan duro por si una tormenta de nieve los deja aislados en los bosques boreales donde luchan por sobrevivir. Aquí nos llevamos el aceite y la harina, no para cocinar nada con ellos, sino para dárselos a las madres o suegras y que nos hagan focaccias con tofu si Putin comienza a lanzar bombas nucleares. Ni siquiera en esos últimos momentos de la civilización vamos a ser capaces de dejar a esas santas mujeres en paz. Tienen la gloria ganada.

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