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Carmelo Jordá

El tiempo de las paguitas

Ya no vale con la propaganda, hay que gobernar y, por tanto, Sánchez lo tiene crudo.

Ya no vale con la propaganda, hay que gobernar y, por tanto, Sánchez lo tiene crudo.
Botellón en Barcelona. | EFE

Mientras cada vez que llenamos el depósito del coche o encendemos la luz sentimos un escalofrío por las consecuencias que tan disparatados actos pueden tener en nuestras finanzas personales; mientras el sector del transporte se para, empiezan a escasear cosas en los supermercados y algunas empresas e incluso sectores tienen que dejar de trabajar; mientras la inflación pone todo lo demás por las nubes; cuando hay una guerra a las puertas de Europa que va a cambiar la geopolítica de todo el mundo y, finalmente, justo después de darle un giro a la política exterior española que nadie entiende y ellos mismos se niegan a explicar, el Gobierno aprueba la paguita para comprar votos adolescentes también conocida como "bono cultural".

No hay dinero para bajar los impuestos, no se puede ayudar a las familias, el IVA es intocable y de reducir ministerios y cargos ni hablamos, pero sí hay 20.000 millones para que Irene Montero presuma de sus mamarrachadas, 3.000 para las bicicletas y unos millocenjos más para que los niñatos se acuerden de votar a la PSOE y, de paso, que unos cuantos colegas hagan negocio.

A algunos de ustedes les parecerá un ejemplo perfecto de desvergüenza, otros lo verán como la muestra inmejorable de la perversidad de este Gobierno de desalmados, yo lo veo sobre todo como una locura.

Porque lo esencial de esta decisión, que comparada con otras cosas que he mencionado es económicamente insignificante, es el momento en el que se toma y la percepción que de ella van a tener muchos españoles. La sensación de crisis está más que instalada en una sociedad que asiste atónita a una subida del coste de la vida que no veíamos desde hace casi cuarenta años, y la respuesta no sólo no pasa por apretarse el cinturón de la inmensa maquinaria estatal, sino que se limita a repartir retórica vacía, insultos a troche y moche y, como mucho, vagas promesas de abordar los problemas algún día de estos.

Acostumbrado a una situación que permitía, al menos a medio plazo, seguir repartiendo millones, o aludir al momento excepcional de la pandemia, Pedro Sánchez y los suyos se creen que tener dominados los medios, las televisiones, el CIS y los sindicatos les garantiza el control de las calles y del relato. Pero la realidad ha cambiado: la crisis empieza a ser evidente en cada uno de los hogares de la clase media española, la guerra ha tenido un impacto brutal en el ánimo de la gente y el descontento, cada vez más visible, empieza a llenar las calles.

El tiempo de las paguitas se ha acabado: ya no es posible ir repartiendo dinero a pequeños grupos de interés y con ello tener garantizada una mayoría electoral suficiente, la conversación política y la actualidad no se dictan desde Moncloa y mucho menos desde Ferraz, ya no vale con la propaganda, hay que gobernar y, por tanto, Sánchez lo tiene crudo.

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