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Amando de Miguel

Reflexiones molestas sobre el poder político

El poder político reside en que unas pocas personas (no elegidas directamente por el electorado) se identifican con el Gobierno y éste con el Estado.

La gran aporía del Gobierno actual es que necesita alimentar a la gigantesca turba de funcionarios, políticos, asesores y demás servidores públicos. Aun con la creciente masa de impuestos, no es posible atender todas las exigencias del llamado Estado de bienestar. Para el Gobierno, la salida consiste en trasladar los problemas y preocupaciones a una escala planetaria, global. De, ahí, la oportunidad de hacer central el "cambio climático" o la Guerra de Ucrania como causas de numerosos males. De ese modo, se atenúa mucho la responsabilidad del Gobierno ante su incapacidad para resolver el problema de la inflación desbocada, entre otras menudencias. Menos mal que subsiste la impresión popular de que el Gobierno es capaz de resolver un sinfín de tribulaciones que aquejan a los contribuyentes. Se trata de una presunción infundada, desmentida por los hechos. Da igual, el poder político reside, precisamente, en que unas pocas personas (no elegidas, directamente, por el electorado) se identifican con el Gobierno, y el Gobierno con el Estado. Puede que, al final, el Estado encarne a la nación, aunque, esa sea una correspondencia más difícil de establecer. El resultado práctico es la inmensa capacidad del poder Ejecutivo para fijar los ingresos de la mayor parte del vecindario, directa o indirectamente.

Es fácil comprender que la lucha por el poder político sea tan intensa y despiadada. En teoría, la democracia consiste en establecer ciertas limitaciones a los gobernantes. En la práctica, solo, funcionan a medias y para que no se diga. El déficit se puede considerar como un rasgo de autoritarismo, aunque a nadie le agrade tal calificación.

La latente propensión autoritaria del régimen democrático español se apoya en este principio, que no es fácil de reconocer: "El que más manda, más razón tiene". Es decir, la consecuencia es el desproporcionado poder del Gobierno sobre todas las demás instituciones del Estado. Se manifiesta, a través, del uso y abuso de la propaganda, la omnímoda capacidad para nombrar y destituir miles de cargos políticos, la utilización de las estadísticas pro domo sua. Ninguno de tales excesos constituye un delito, ni siquiera merece que se detenga en ellos la crítica política sistemática.

Mis reflexiones podrán parecer harto pesimistas. Es cierto, pero, al menos, son sinceras y se basan en una cuidadosa observación de los hechos. Que conste que no se escriben para convencer a nadie (ni siquiera a mí mismo), sino para hacer pensar. Es mi trabajo.

Dado que la conclusión central es que la democracia vigente se toca de un indeseable autoritarismo, cabe la opción intelectual de recobrar el régimen de la II República. La verdad es que llegó, repartiendo ilusiones, pero, pronto se desmoronó. El lustro de la República fue de una extrema violencia en todos los sentidos. Por ejemplo, menudearon las limitaciones a la libertad de prensa y se endiosaron verdaderas mediocridades políticas. No sé cómo nadie pueda añorar unas condiciones tan miserables. Tampoco, cabe la nostalgia de ensalzar la experiencia anterior de la Restauración (las dos generaciones entre la de Cánovas y la de Miguel Primo de Rivera). Es cierto, que hubo en ella un cierto margen para la libertad de expresión y una floración notabilísima de la literatura y las artes. Hay razones para haber llamado a ese periodo "la edad de plata de la cultura española". Solo, que el "turnismo" de los dos partidos (liberal y conservador) fue, más bien, una farsa democrática. Queda descartada la ensoñación de recobrar la "democracia orgánica" del franquismo. Cabría hacerlo, pero, como broma.

Con todos esos antecedentes de la España contemporánea, resulta que la democracia de la Transición, tampoco, parece tan desastrosa. Puede que exista una especie de gen cultural de los españoles, que nos impida organizarnos con libertad e igualdad. Lo de la fraternidad vamos a dejarlo. Con las palabras no se come. Valga para el recuerdo que el manifiesto de Franco, el 17 de julio de 1936, terminaba con el grito de "Libertad, igualdad y fraternidad".

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