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Zoé Valdés

Vogue y la guerra

El prestigio que este señor había acumulado durante cinco meses se me desmorona cuando observo esas fotos en Vogue, aunque las firme Annie Leibovitz.

Olona Zelenska en la portada de Vogue | Archivo

Vaya por delante que sigo pensando que Vladimir Putin es un criminal y que nada justifica los horrores que ha cometido en contra del pueblo ucraniano. Vaya por delante también que siempre he aplaudido el coraje del pueblo ucraniano frente al invasor ruso, y además he sido de las que desde el minuto uno elogió la posición, muy valiente, a mi juicio y el de muchos, del presidente Volodymir Zelensky, al decidir quedarse en su país, resistir y enfrentar esa guerra junto a los suyos.

Nadie a estas alturas puede negar la existencia real de esa abominable guerra, ni la cantidad de crímenes cometidos mediante ataques terrestres y bombardeos contra niños, ancianos, mujeres y hombres, destruyendo ciudades enteras. No se trata de eso ya. Se trata de que, como todo lo que se alarga en el tiempo, hay cosas que no debieran suceder, como esa portada de la primera dama ucraniana Olena Zelenska en la revista Vogue. No sólo resulta chocante, es obscena.

No sé si ellos pagaron por aparecer en esa portada, o si Vogue les pagó por conseguirla. No debió de haber ocurrido. Que esa portada exista no sólo pone al presidente y a su esposa en una posición de vanidosa prepotencia frente a un pueblo reducido a la miseria y el espanto, que ha padecido una enormidad en los últimos cinco meses, además podríamos suponer que desde el primer instante en que salió la revista con semejante portada, Vladimir Putin no ha parado de retortijarse de la carcajada; es pan comido para él: a estos lo que les queda es Vogue, dirá. Ese es el nivel.

La guerra ha hecho que Zelensky se expusiera demasiado, siempre con su camiseta verde, y su barba, la que por suerte se afeitó, pidiendo, mendigando, exigiendo, culpando, insultando, porque ha habido no pocos que se han sentido insultados con sus expresiones que por momentos sonaron arrogantes, las que le hacían lucir demasiado altanero.

No olvidemos que es un actor, añadía yo para, de cierta manera, justificar… sí, lo injustificable…

Pero también no es menos cierto que cuando un país se encuentra en peligro, bajo el permanente asedio de los bombardeos, y se es el presidente del país en cuestión, no queda de otra que apartar la egolatría, poner a un lado el histrionismo y concentrarse en terminar esa guerra de una buena vez. Entre otras cosas porque me atrevería a afirmar que este presidente sabrá que los europeos pasaremos un invierno muy duro con tal de salvar al pueblo ucraniano, a él y a su familia. Sabrá que absolutamente todo ha subido de precio, por culpa de esta guerra en la que no sólo nos ha metido Putin. Además nos metió la Unión Europea de Angela Merkel y de unos cuantos, con los Estados Unidos de Joe Biden a la cabeza.

Sin embargo, a mí el prestigio que este señor había acumulado durante estos cinco meses se me desmorona cuando observo esas fotos en Vogue, aunque las firme Annie Leibovitz, o tal vez incluso por eso, porque las firma ella y las reproduce una revista de modas, que no sé qué tiene que hacer metida en medio de una guerra tan horrenda como absurda.

Es cierto, la primera dama de Siria fue retratada y sus fotos fueron publicadas también en Vogue durante aquella guerra que como casi todas las guerras actuales no se sabe en qué paró y se difuminó como se difuminaron sus víctimas, en la nube de la noticia.

Es cierto que el horror cada vez viste más, sólo hay que ver lo hermosas que quedan esas fotos de modelos hambrientas, más que estilizadas, en la Cuba de la represión y la tortura, de las cárceles y las ejecuciones; pero no por ello deja de ser una "toma" —nunca mejor dicho— de posición insultante, mediocre, y hasta vomitiva.

Lo que sí sabe hacer muy bien Vogue, y eso es incuestionable, es elegir mediante una férrea posición ideológica, convenientemente de ultraizquierda —añadiría yo—, a las señoras que retrata en sus portadas, que ni siquiera tienen que ser modelos, ni primeras damas, e incluso tampoco poseer la belleza más extraordinaria que una primera dama haya tenido jamás. Basta pararse a ver el caso de Melania Trump, que ha sido la primera dama más absolutamente ausente de todas las portadas de revistas mundiales. Por el otro lado, con sólo pertenecer a un gobierno socialista pudieron aparecer en una flamante cubierta aquellas maniquíes del poder en tiempos españoles de Zapatero, el Oscuro.

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