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Luis Herrero Goldáraz

Conclusiones catastróficas

Lo verdaderamente diferencial es la respuesta que cada uno le dé al hecho de que a veces, de sopetón, ninguna respuesta es suficiente.

Efectos de una riada. | EFE

A diferencia de en Canarias, hace un año, esta vez la naturaleza ha irrumpido como un rayo. Esto quiere decir que la devastación ha sido rápida, y quizá por eso los desperfectos que han dejado a su paso las riadas se miren de una forma diferente a los que fue dejando perezosamente la colada de La Palma.

Es curiosa la simétrica asimetría de ambas catástrofes. Pareciera que un espejo hubiese sido colocado a mitad de año, mostrándonos ahora cómo lo que sobró en la una faltó en la otra. Y sugiriéndonos que no todos los estrépitos son exactamente iguales, aunque terminen siempre estrepitosamente, porque la cosa también depende del tiempo que tengamos para digerirlos.

Un hombre podía estar dormido, o tumbado en su sofá, cuando saltó la noticia y todos notamos la erupción del Cumbre Vieja. Entonces lo que le tocó fue llenar un tiempo infinito, casi aburrido, entre el día en que la lava comenzó a bajar y el que terminó de devorar su casa. En Murcia un hombre dormía también en su sofá, doce meses después, pero ignoramos si llegó a pensar en algo más que en su alarido entre que sintió que era arrastrado por el agua y pereció ahogado, a escasos trescientos metros de su salón. La impotencia y la sorpresa sólo es universal en el primer segundo. Si dura un poco más se viste con el rostro de quien la siente, se apodera de su carácter y de su pasado e, igual que las familias infelices, con cada uno se presenta a su manera.

Si concluyéramos, de esta forma tan vistosa y precipitada que tanto nos gusta a quienes escribimos, que lo único que comparten todas las catástrofes es su principio y su final, tendríamos que concluir también que lo único que las diferencia es quién las sufre. Lo que ocurre entre el estallido y el momento en que uno puede al fin ponerse a recoger los desperfectos ocurre sobre todo en uno mismo. Y esto, en realidad, tan sólo quiere decir que no importa demasiado cuánto dure o en qué consista la desgracia, porque lo verdaderamente diferencial es la respuesta que cada uno le dé al hecho de que a veces, de sopetón, ninguna respuesta es suficiente.

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