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Cayetano González

El espectáculo independentista

Ni a ERC ni a Junts les conviene aparecer ante la opinión pública catalana como los que han roto el gobierno de coalición independentista.

Ni a ERC ni a Junts les conviene aparecer ante la opinión pública catalana como los que han roto el gobierno de coalición independentista.
Pere Aragonés | EFE

Por si alguien, a estas alturas de la película, tuviera alguna duda sobre la naturaleza de los intereses que mueven a los partidos independentistas en Cataluña, no hay mas que pararse a observar el espectáculo que vienen dando desde hace tiempo y que ha tenido un capítulo bastante llamativo la pasada semana. Cuando el Presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, de ERC, cesó fulminantemente al Vicepresidente de su Gobierno, Jordi Puigneró, de Junts, aduciendo pérdida de confianza al no haber sido informado previamente de la maniobra de Junts en el Parlamento de Cataluña al pedir que Aragonés se sometiera a una moción de confianza ante la Cámara

Los de Juntos se han tragado este sapo con toda tranquilidad, aceptando sin prácticamente rechistar ese golpe de autoridad de Aragonés. Eso sí, apelarán a sus militantes, los de Junts, para que estos decidan esta semana si deben abandonan o no el ejecutivo. En el fondo, se trata de un juego de trileros, porque ni a ERC ni a Juntos les conviene aparecer ante la opinión pública catalana como los que han roto el gobierno de coalición independentista. La pelota está ahora en el tejado de Junts tras el golpe de efecto, con cese fulminante por medio, dado por Aragonés.

Acaban de cumplirse cinco años del esperpento del referéndum ilegal del uno de octubre de 2017. Y el balance de este periodo no puede ser mas deprimente para los que impulsaron el camino de la independencia y la proclamación de la república catalana; una sociedad fracturada, con profundas heridas fruto de la tensión a la que ha sido sometida, donde la ley no se cumple —el ejemplo paradigmático es la sentencia del Tribunal Superior de Justicia obligando a dar el 25% de las clases en español— y con un presente y futuro económico muy delicado.

Los ciudadanos catalanes han votado lo que han votado en las últimas elecciones autonómicas —en las que por cierto el partido mas votado fue el PSC— y por tanto son plenamente responsables de haber entregado el gobierno de su Comunidad a dos partidos, ERC y Juntos, que no parece que su objetivo prioritario sea la estabilidad institucional, el bien común, el bienestar y el progreso de los ciudadanos, sino más bien el empeño es en seguir con la matraca de la independencia y del derecho a decidir. La última ocurrencia es apelar al modelo de Quebec.

El que se estará frotando las manos con este espectáculo será, sin duda, Pedro Sánchez. Primero, porque mientras más se peleen entre si los independentistas, la mesa de negociación de tú a tú entre el Estado y la Generalitat, que él se empeñó en poner en marcha cuando llegó a la Moncloa, puede permanecer medio paralizada. Eso le viene bien al estar ya en un periodo preelectoral, donde no se entendería en el resto de España que el Gobierno de la Nación negocie con el ejecutivo de una Comunidad Autónoma cuestiones como un referéndum o la amnistía para lo que los independentistas catalanes llaman "presos políticos".

Pero también estará contento Sánchez, porque si la pelea de los independentistas acaba en ruptura, ahí estará el PSC con Salvador Illa a la cabeza para apuntalar un gobierno de izquierdas, formado por ERC, Podemos y el propio PSC, que siempre ha sido el deseado por el actual inquilino de la Moncloa, como lo sería en el País Vasco un ejecutivo formado por Bildu, Podemos y el PSE que desalojará al PNV del poder.

Con este panorama, cabría preguntarse qué papel le queda al constitucionalismo en Cataluña. No es fácil hacer frente al poder de la maquinaria independentista incrustada no sólo en las Instituciones, sino en la sociedad civil, incluidos la mayor parte de los medios de comunicación. El PP, VOX y Ciudadanos —al PSC no se le puede incluir en el bloque constitucionalista— tienen que seguir resistiendo, en un ambiente claramente hostil, defendiendo la Constitución y la libertad frente a quienes quieren liquidar tanto lo uno como lo otro. Es una labor muy ingrata, pero absolutamente necesaria en los tiempos que corren, en los que el Gobierno de España cuida mucho más a los independentistas que a los constitucionalistas. Así de triste, pero así de cierto.

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