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Carmelo Jordá

En Irán están matando niñas

Y usted, yo, nosotros, no estamos haciendo nada para evitarlo. ¿Se sienten mal? Bien, es lo mínimo que nos merecemos.

Y usted, yo, nosotros, no estamos haciendo nada para evitarlo. ¿Se sienten mal? Bien, es lo mínimo que nos merecemos.
Una de las protestas en Teherán por la muerte de la joven Mahsa Amini. | EFE

Dentro de poco mi hija cumplirá 16 años, la misma edad que Ashra Panahi, la última víctima, al menos que sepamos, de la teocracia iraní. Ashra fue asesinada a golpes cuando ella y otras compañeras de colegio se negaron a cantar una especie de himno que les imponía el régimen.

Si sólo la hubiesen matado a ella ya sería una tragedia terrible, pero no: han muerto 215 personas, 27 de ellas menores, muchas niñas como Ashra, como mi hija. Otras no han muerto, pero han sido detenidas, agredidas, vejadas, violadas… Los criminales al servicio de los ayatolás incluso han desatado una oleada de redadas contra centros educativos, no hace falta decir cómo de violentas.

Sería muy fácil escribir una columna contra las falsas feministas españolas, que andan vendiendo –carísima por cierto– su presunta discriminación para imponernos leyes injustas y pastar del presupuesto. Sería muy fácil recordarles que mientras ellas se divierten hablando de niños, niñas y niñes, menores de edad como Ashra mueren por quitarse un velo, por querer ser libres. Sería fácil, pero no lo voy a hacer.

Tampoco me costaría nada escribir contra las pánfilas europeas que defienden el pañuelo, el velo, el niqab y hasta el burka como costumbres respetables, como elecciones libres. Contraponer, por un lado, la estupidez canallesca de las que condenan a sus hermanas, en Irán o en Lavapiés, a vivir como sombras, como seres inferiores; y por el otro, la valentía desesperada de las que saben en cabeza propia para qué sirven esas "costumbres" y qué efectos tienen en su vida. No me costaría, pero tampoco lo haré.

Porque hoy de lo que quiero hablarles es de un pueblo que lleva un mes jugándose la vida y perdiéndola, de las jóvenes como Ashra que alzan la voz pese a que saben bien qué coste puede tener hacerlo. Quiero hablarles de un país de gente mucho más parecida a usted y a mí de lo que podrían pensar, clases medias cultivadas, familias como la suya y la mía, que hace ya 33 años que sufren bajo la bota de unos criminales enloquecidos que creen que una religión medieval les da derecho a apalear a una niña.

Un pueblo que se levantó hace ya trece años y pagó un precio de decenas de muertos y miles de detenidos, que lo está volviendo a hacer ahora y aún le está costando más. Entonces les abandonamos, ahora les estamos abandonando: ni siquiera los periodistas les prestamos la atención que merecen. Pero ellos –y sobre todo ellas– siguen en su empeño, siguen protestando, siguen quitándose el velo, siguen muriendo.

Yo entiendo que Irán nos queda muy lejos, que pensamos que es algo que no nos afecta, pero es que ni siquiera eso es cierto: si no nos bastase la solidaridad que merecen nos tendría que mover el interés de devolver a la civilización y la democracia un país que es clave en la geopolítica mundial y cuyos criminales dirigentes no matan sólo a los suyos, matan también en Siria, en Líbano, en Israel, han matado en Argentina y matarán en Europa si tienen la oportunidad.

En Irán están asesinando niñas como mi hija y no estamos haciendo nada para evitarlo, no hay manifestaciones, ni protestas, no hay movimientos de los políticos, no hay casi información, pasamos sobre el tema como sobre brasas: rápidos e incómodos. Ya sé que nuestra capacidad de acción es limitada, pero al menos hoy piense, pensemos, que Irán están matando niñas y usted, yo, nosotros, no estamos haciendo nada para evitarlo. ¿Se sienten mal? Bien, es lo mínimo que nos merecemos.

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