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Jesús Laínz

Delito de seducción

No volverá a haber ninguna intentona secesionista al margen de la ley. No es necesario. Será la propia ley el camino hacia la secesión.

No volverá a haber ninguna intentona secesionista al margen de la ley. No es necesario. Será la propia ley el camino hacia la secesión.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, mira a Gabriel Rufián. | Europa Press

Tienen razón los socialistas: lo que cometieron en 2017 los gobernantes de la Generalidad no fue delito de sedición. El proceso que desembocó en el golpe de Estado del 1 de octubre de 2017 fue la culminación de la seducción con la que los separatistas vascos y catalanes han hecho caer rendida a sus pies a toda la izquierda española.

Durante la Segunda República, aunque algunos dirigentes izquierdistas –y no de los menos importantes, como Negrín, Azaña y Zugazagoitia– comenzaron a deplorarlo, los partidos comunista y socialista asumieron paulatinamente las reivindicaciones de unos nacionalismos que, en teoría, tan lejos se encontraban de los planteamientos internacionalistas de la izquierda.

Ese proceso se acentuaría tras la derrota de izquierdas y separatismos en la guerra civil, porque a la camaradería de las trincheras se iba a sumar la camaradería del exilio. Pero la aproximación no iba a ser mutua sino unidireccional: los izquierdistas españoles, de todas las facciones, caerían seducidos por unos separatistas que, a partir de entonces, marcarían la dirección a seguir en el debate, cada vez más determinante, sobre la pervivencia de España como nación o su disolución para dar nacimiento a nuevos países.

Durante la transición quedó clara la función de la izquierda de colaboradora necesaria de los separatistas en todas sus reivindicaciones. Y la seducción alcanzó tan alto grado que los izquierdistas españoles siempre vieron a los terroristas de ETA, tan izquierdistas como ellos, como la vanguardia de la lucha contra el régimen franquista. Y cuando, muerto Franco, ETA asesinó todavía al 95% de sus víctimas, los izquierdistas –con muy pocas excepciones, generalmente debidas a haberles afectado personalmente– siguieron mirando a otro lado.

La Ley de Memoria Democrática es otro paso de este proceso de seducción: se impone el recuerdo perpetuo y la venganza sin fin de hechos acaecidos hace un siglo y al mismo tiempo se decreta el olvido de cientos de crímenes de la izquierdista ETA –no en vano socia de legislatura del gobierno socialcomunista–, los familiares de cuyas víctimas siguen vivos y muchos de cuyos culpables siguen en libertad o están siendo excarcelados y homenajeados.

La consecuencia evidente de la sustitución del delito de sedición por la broma del desorden público agravado –lo que a la izquierda no se le ocurrió para los condenados por el 23-F– es que España queda indefensa ante futuras iniciativas secesionistas. No habrá ley que obedecer, no habrá jueces capaces de aplicarla, no habrá policías que se jueguen la vida para hacerla respetar y no habrá monarca que ejerza su función arbitral en defensa del imperio de la ley. ¿Para qué? ¿Para que después venga otro gobierno socialista a volver a dejarlos a todos con el culo al aire?

Hace ya algunos años escribió Cicerón este párrafo sobre lo que está pasando hoy en España:

Los pueblos que ya no tienen solución, que viven ya a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede, no hay nadie que no comprenda que se trata del derrumbamiento total del Estado; donde sucede esto, nadie puede tener esperanza alguna de salvación.

Aunque todo lo aquí dicho es absurdo. No volverá a haber ninguna intentona secesionista al margen de la ley. No es necesario. Será la propia ley el camino hacia la secesión. Porque el próximo y definitivo paso hacia la secesión de Cataluña y el País Vasco no lo darán los seductores separatismos vasco y catalán desde sus respectivos gobiernos regionales. Lo dará la seducida izquierda española desde Ferraz y la Moncloa.

"No es posible", pensarán muchos ansiosos de convencerse a sí mismos. ¿Por qué habría de tomar la izquierda española la decisión suicida de acabar con España, ese país al que aspira a seguir gobernando? Pues porque la consecuencia más profunda de la seducción de la que estamos hablando es que los separatistas han contagiado a la izquierda española su invencible e inagotable odio a España.

Hace ya bastantes años leí un artículo, creo recordar que en El País, en el que se explicaba esto con crudeza insuperable. Lamentablemente, aunque me he quemado las pestañas buscándolo por el ciberespacio, no he podido encontrarlo. Su autor, fuese quien fuese, subrayaba un hecho que casi nadie se atreve a imaginar, a mencionar y mucho menos a confesar: que la izquierda española, por su desprecio a España y su ardiente odio a la derecha, ansía, más que nada en el mundo, clavar en el corazón de ésta el puñal de la separación de vascos y catalanes.

Recuérdenlo: no está lejano el día en el que la izquierda, finalmente, clavará ese puñal.

www.jesuslainz.es

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