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Emilio Campmany

La alianza 'Terminator'

Cometer una traición puede tener sentido, pero cometerla siendo innecesaria y perjudicial electoralmente carece completamente de él.

Cometer una traición puede tener sentido, pero cometerla siendo innecesaria y perjudicial electoralmente carece completamente de él.
El presidente del Gobierno interviene en el pleno del Senado. | EFE

Los políticos son mentirosos y traidores. Pero consideran que estos defectos son en ellos virtudes. Y es verdad que ningún político llegará lejos sin saber mentir ni estar dispuesto a traicionar. Visto así, podría decirse que Pedro Sánchez es un gran político, el mejor, puesto que miente y traiciona mejor que nadie. Sin embargo, como ocurre con otras virtudes, el exceso se vuelve defecto. Sánchez miente tanto que ya nadie se fía de él, lo que le impide alcanzar ningún acuerdo que tenga que basarse en la buena fe. Y ha traicionado a tantos que ningún colaborador le es totalmente leal por temor a ser la siguiente víctima.

En general, podría pensarse que tanto exceso en la mentira y en la traición es consecuencia del bobo empeño de un tonto soberbio y vanidoso en sobresalir a base de mostrarse mentiroso y traidor en tantas ocasiones como se le presenten y no solamente cuando sea estrictamente necesario. Pero no es eso. O al menos no es sólo eso. Hay más. Una cosa es estar dispuesto a traicionar a la Guardia Civil y ceder su presencia en Navarra a cambio de unos votos necesarios para sacar adelante una ley y otra muy diferente hacerlo a cambio de otros que no son indispensables. Una cosa es estar dispuesto a legalizar los golpes de Estado a cambio de que le aprueben a uno los presupuestos y otra muy distinta hacerlo a pesar de no necesitar la colaboración de ese partido, como no lo es tampoco la aprobación de los presupuestos mismos, que perfectamente se podían haber prorrogado. La cuestión por tanto no es que sean traiciones muy gordas, sino que son innecesarias. Y, aunque el traidor no las considerara graves, resulta que el electorado sí lo hace y quizá se lo haga pagar en las urnas. Cometer una traición puede tener sentido, pero cometerla siendo innecesaria y perjudicial electoralmente carece completamente de él.

Tanta mentira y tanta traición innecesaria y contraria a los intereses electorales de Pedro Sánchez dan que pensar. No parece que el presidente sea un psicópata al que le guste hacer el mal como fin en sí mismo, ni un gamberro que acarrea el mal a los demás por hacer la gracia, por reírse de aquellos a los que maltrata. Y, aunque fuera así, faltaría explicar por qué su partido se lo consiente. Más parece que la alianza que el PSOE de Sánchez ha sellado con quienes quieren destruir la unidad de España no es circunstancial, sino estratégica, llamada a perdurar mucho más allá de esta legislatura. Quizá se base en la convicción de que la izquierda ya no es capaz de alcanzar las mayorías necesarias para gobernar si no es en unión de los nacionalistas, con los que sin embargo puede reunir una mayoría sociológica que, debidamente unida y suficientemente disciplinada a la hora de votar, siempre ganará a la derecha. Si toda esta aparente irracionalidad fuera consecuencia de esta alianza, el PSOE tendría que mantenerse fiel a ella incluso en momentos como el de hoy en que no es indispensable para sacar adelante una determinada ley. Como puede uno ver, el resultado no es Frankenstein, es más bien Terminator.

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