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Santiago Navajas

Usted es fascista

Los antifascistas suelen ser fascistas reprimidos. El comunismo es un fascismo con licencia de superioridad moral para matar.

Los antifascistas suelen ser fascistas reprimidos. El comunismo es un fascismo con licencia de superioridad moral para matar.
La ministra de Igualdad, Irene Montero | EFE

Irene Montero rechazaba la violencia política que, dice, se ha ejercido contra ella en el Parlamento. Una diputada de Vox había insinuado que si es ministra es porque su marido, Pablo Iglesias, ejerce de macho alfa de la manada de la ultraizquierda. Aunque es obvio que nunca un partido pretendidamente feminista ha dependido tanto de los caprichos, mandatos y querencias de un solo hombre. Pablo debería llamarse Jacq. A continuación, Montero criticaba a la "banda de fascistas" del partido de Santiago Abascal.

Nunca dejara de sorprenderme que los que más han hecho (con la excepción de sus compañeros de viaje vascos y catalanes, terroristas y golpistas), por traer la violencia política en forma de insultos, agresiones, escraches, nepotismo y desprecios machistas, se escandalicen cuando usan sus propios deleznables medios.

Pero lo más peregrino es que Montero llame a los de Abascal "banda de fascistas". Hay quien sostiene que el fascismo es todavía peor que el comunismo. Dicen que no hay un solo fascista bueno, mientras que sí hay comunistas buenos. O que el comunismo defiende medios horribles pero fines loables. Argumentos que demuestran que el comunismo es mucho más perverso. O, dicho de otro modo, el fascismo es horrible pero al menos los fascistas son sinceros, no plantean excusas ni pretenden que les des las gracias por fusilarte. Los comunistas te fusilan igual pero, además, antes te han torturado con el adoctrinamiento y la reeducación.

También ocurre que para ser considerado comunista hace falta cumplir una serie de requisitos muy estrictos: cantar la Internacional a la menor oportunidad, tener las obras de Karl Marx en las estanterías aunque no se hayan leído, afirmar que la iglesia que da más luz es la que mejor arde, amenazar con colgar al último empresario con las tripas del último sacerdote, etc. Ejemplo paradigmático sería Alberto Garzón, que se hizo una foto cocinando una paella con un chándal de la RDA y, sospecho, cree que fue una mala noticia la caída del Muro de Berlín.

Ser fascista, sin embargo, es mucho más fácil. Basta con que Irene Montero expida un carnet con la celeridad y alevosía con la que los milicianos comunistas daban pasaporte para un paseíllo por las tapias de los cementerios de Madrid durante la guerra civil. Y ese carnet lo firma la mujer del Gran Líder en cuanto no se esté de acuerdo con ella. Si usted dice que la libertad de prensa es mejor que un monopolio de los medios de comunicación, entonces usted es fascista. Si equipara a Adolf Hitler con Vladimir Lenin, usted es fascista. Si defiende que los raperos neonazis tienen tanto derecho a cantar sus chorradas criminales como los raperos amigos de Pablo Iglesias, tanto monta, monta tanto, usted es fascista. Si está usted en contra de las cuotas para homosexuales, negros y mujeres (incluso en el caso de Irene Montero) porque cree usted que los homosexuales, negros y mujeres deben considerarse personas y no miembros de un colectivo, usted es fascista.

Para Irene Montero, los que huyen de los paraísos comunistas de Cuba y Venezuela son fascistas. Y Joaquín Sabina, además de un traidor, es un fascista. Los ancestros ideológicos progresistas y revolucionarios de la Dama de Galapagar recibían a los refugiados checos tras la represión soviética con pancartas tildándoles de fascistas. Aunque el colmo del fascismo es pretender que se siga impartiendo en los institutos y universidades a Hegel y Kant, esos burgueses heterobásicos, en lugar de a Andrea Dworkin y Judith Butler, lesbianocomplejas.

Ser fascista es tan fácil que si usted está a favor de incrementar las penas a los violadores es fascista, y si está a favor de reducir las penas a los violadores también es fascista. Ser progresista es mucho más difícil: tiene usted que querer soltar a los violadores a la vez que proclama ufano que está protegiendo a las mujeres. A un cerebro fascista le resultará imposible hacer esto último porque creerá que está incurriendo en una contradicción, y Aristóteles nos advirtió de que las contradicciones son la negación misma del pensamiento. Pero Aristóteles era europeo, blanco y heteropatriarcal (además de cosas peores), con lo que ni a Irene Montero ni a Gianni Infantino les importa un bledo lo que pueda decir el filósofo macedonio maestro de un imperialista genocida como Alejandro Magno. Lo relevante es que un comunista vive en su salsa entre contradicciones, ¡las cabalgan!, lo que le permite vivir en mansiones de un millón de euros mientras afirman ser clase proletaria o, como hizo Pablo Iglesias en La Base, demonizar el Mundial de Catar mientras se olvidaba de que trabaja para Jaume Roures, uno de los beneficiarios de los derechos de dicho Mundial.

Del mismo modo que los homófobos suelen ser homosexuales reprimidos, los antifascistas suelen ser fascistas reprimidos. Fascistas en el sentido de pretender imponer su pobre, reduccionista y maniquea del mundo a los demás mediante la violencia. La fase superior del fascismo es el comunismo, un fascismo con licencia de superioridad moral para matar. Irene Montero es, por tanto, no fascista, sino superfascista. Con lo que, al pretender acabar con las bandas de fascistas en el Parlamento, paradójicamente, querría acabar con ERC, Bildu, el PCE y, claro, Podemos. Siguiendo la lógica estricta, Irene Montero debería acabar con la Dama de Galapagar. No lo hará, claro. Y seguirá cabalgando contradicciones, parasitando del presupuesto público e insultando la inteligencia de cualquiera. Si eso no es fascismo, nada es fascismo y usted, estimado lector, aunque un superfascista lo llame fascista, no es fascista.

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