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Itxu Díaz

¿Y qué?

Resulta obvio que el Instituto de las Mujeres no representa a las mujeres y que sus responsables, sin duda, deberían regresar al instituto.

Resulta obvio que el Instituto de las Mujeres no representa a las mujeres y que sus responsables, sin duda, deberían regresar al instituto.
Cartel que, según el Instituto de las Mujeres, cosifica a las mujeres. | Archivo

Que la rectificación ministerial, fruto del pitorreo nacional que se ha montado con la polémica, no te impida ver el bosque. Un señor ha recibido una carta amenazante de un organismo absurdo llamado Instituto de las Mujeres, dependiente del Centro de Colocación de Amigas de la Montero, también llamado Ministerio de Igualdad, en la que se le insta a retirar una valla publicitaria en la que sale un dibujo del mar Mediterráneo y una mujer de espaldas, con un bikini de corazones, aunque a esta hora no estoy seguro de que el hecho de que el traje de baño esté ataviado con corazones aporte algo al análisis del anuncio, que por lo demás es una versión ampliada de la etiqueta del vino "Demasiado corazón". A priori, todo parece estar bien ahí: vendes un vino, pagas una pasta para poner una valla, das trabajo a un montón de gente, y diseñas un anuncio para vender más, que podría haber sido un paisaje, o un primer plano de un pangolín, o un primer plano de los tipos de aquellos spots de Martini hace años, o rigor mortis de Sánchez cada vez que la oposición le canta las 40 en el Congreso, pero resultó, que la vida es así, que sale una playa y una bañista en actitud tal vez contemplativa pero en todo caso indescifrable porque su rostro nos permanece oculto.

Dice la loquísima misiva que "la actividad de la bodega no justifica la cosificación femenina que emana del anuncio, presentando a la mujer como un objeto sexual". Invito a una mariscada a cualquiera que sea capaz de ver en el citado dibujo el más mínimo componente sexual, siquiera un atisbo de incitación. A una mariscada y a un par de sesiones de terapia para maníacos sexuales, porque la necesita y con urgencia.

Por lo demás, el amable mensaje insinúa la retahíla habitual de acusaciones hacia el empresario, sin poder concretarlas, porque obviamente no tienen ni idea ni de su vida, ni de su empresa, ni de si el hombre cosifica o no cosifica en su oficina al personal. Muy machista no parece el hombre cuando la respuesta que la empresa ha enviado al Ministerio va firmada por una mujer asombrada que además tiene la gentileza de informar a su lunático remitente –más bien remitonta— de que la mayor parte de la plantilla está compuesta por mujeres que parecen sentirse entre cero y nada cosificadas por la etiqueta de marras.

Resulta obvio que el Instituto de las Mujeres no representa a las mujeres y que sus responsables, sin duda, deberían regresar al instituto. Resulta también bastante indiscutible que el Ministerio ha intentado denunciar un anuncio muy polémico y que toda España ha visto que aquí lo único polémico, de hecho escandaloso, es la carta acusatoria del organismo censor. En ocasiones hay gente que, de buena fe, puede integrarse a alguno de estos debates y asumir parte de los argumentos de estas feministas de boquilla, pero no es este el caso. Todo esto solo ha servido para recordarnos que estamos pagando con dinero público a personas para que extorsionen psicológica, laboral y arbitrariamente a empresarios y emprendedores que a duras penas levantan cada día el país a pesar de los esfuerzos de Gobierno por hundirlo. De nuevo, la oposición debería aprovechar la ocasión para comprometerse a cerrar todos los chiringuitos de género, empezando por el mayor de todos, que es la madre de todos los chiringuitos, por muy violencia política que pueda parecer tal cerrojazo.

No hay por tanto ninguna polémica aquí en relación con el anuncio. Pero incluso aunque el vino se anunciase con una foto de la bellísima Sharapova guiñándole un ojo con gran sensualidad a los viandantes, a esta hora en que cae la tarde de viernes, hay ambiente festivo en las calles, asoman las primeras lucecitas de Navidad, y agito lentamente una copa de vino mientras escribo, a esta hora que es como cualquier otra de la historia, a esta hora en que Madrid anochece con urgencia, el frío se cuela por todos los rincones del cortavientos de los abrigos, y cruzan el ventanal hordas de señores con traje visiblemente ebrios por los azares de las comidas navideñas, a esta hora, en fin, tan singular de la maldita existencia de este bendito país, me pregunto con toda la solemnidad que me permite en el instante: ¿y qué?

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