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Pablo Molina

La amenaza perroflauta

Los esbirros del izquierdismo son como los niños maleducados: lo quieren todo al momento y, si no es así, se tiran al suelo berreando.

Los esbirros del izquierdismo son como los niños maleducados: lo quieren todo al momento y, si no es así, se tiran al suelo berreando.
La ministra de Igualdad, Irene Montero; la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

La izquierda está enloquecida a causa de la decisión del Tribunal Constitucional de suspender cautelarmente la última fechoría parlamentaria del sanchismo. Resulta que cambiar leyes orgánicas a través de enmiendas introducidas a toda velocidad en una norma de rango inferior no es correcto, porque vulnera el derecho de los diputados a discutir adecuadamente el alcance de unas reformas de semejante calado. Tampoco es que el TC haya sido taxativo en su apreciación; simplemente ha suspendido el trámite parlamentario del enjuague de Sánchez y Junqueras mientras decide qué hacer con el engendro.

En realidad, no hay motivo para que la izquierducha hiperventile de la forma en que lo está haciendo estos días, porque lo máximo que puede ocurrir es que la obliguen a tramitar las reformas que ha propuesto trapaceramente de una manera ordenada y siguiendo los cánones del sistema parlamentario. Cuestión de tiempo, nada más, porque Sánchez y sus aliados cuentan con una mayoría suficiente para sacarlas adelante. Pero los esbirros del izquierdismo son como los niños maleducados: lo quieren todo al momento y, si no es así, se tiran al suelo berreando y dejan de respirar para acojonarnos. Criaturas.

Pero los españoles ya estamos acostumbrados a los alardes histéricos de unos políticos que han creído sinceramente que pueden traer a Europa las tácticas golpistas de sus mentores bolivarianos. Tan es así que reproducen al dictado la jerga de sus patrocinadores. Por eso aluden a la "soberanía popular" como única fuente de derecho para perpetrar sus marrullerías y se atreven a acusar a los jueces, los partidos de la oposición y los medios de comunicación que aún no controlan de estar perpetrando un golpe de Estado, ejemplo palmario de proyección freudiana que haría las delicias de un congreso de psicoanalistas.

La izquierda se enfada, amenaza e insulta. Muy bien. Ánimo ahí. A la inmensa mayoría de españoles eso le da igual, porque ya pasaron los tiempos en que los ultras de la complutense eran escuchados con respeto como si tuvieran algo inteligente que decir. Ahora sostienen que hay un golpe contra la democracia y el pueblo español, en el bien entendido de que la democracia es lo que diga Sánchez. El pueblo español, claro, son los ministros perroflautas, los diputados proetarras y Rufián.

Todos ellos andan calentando a sus huestes (bien magras, por cierto), para ver si salen de nuevo a la calle como hacían hace unos años, cuando la gente desesperada por la recesión económica fingió creer que el comunismo era la receta para todos los males. Y todo porque la banda ultraizquierdista que se hizo millonaria diciendo que venía a acabar con los políticos corruptos, ahora quiere reducirles la condena rebajando fraudulentamente el delito de malversación. El golpe de Estado que denuncian es que el Tribunal Constitucional no les permite sacar a la calle a los condenados por la corrupción del PP como han hecho con los violadores, el otro gran éxito parlamentario de la legislatura. Pero eso no es un golpe. Es un batacazo. El que se van a meter el último domingo de mayo del año próximo, después de explicar a los yayoflautas que la batalla contra la corrupción y la defensa de la soberanía de los pueblos era poner a Bárcenas en libertad.

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