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Antonio Robles

Barça, el insoportable desprecio al RCDE

Larga vida al RCDE. En reconocimiento a los desheredados de ¡Catalunya'.

Los futbolistas del RCD Espanyol celebran el 1-1 marcado al FC Barcelona durante el partido de LaLiga Santander disputado el sábado en el estadio Spotify Camp Nou de Barcelona. EFE/Marta Pérez | EFE

El recurso del Barça ante la Justicia ordinaria contra la sanción de tres partido a
Robert Lewandowski y la posterior decisión cautelar de ésta permitiendo al delantero centro del Barça jugar contra el Espanyol la semana pasada, ha tapado uno de los hechos de discriminación racial más graves que se hayan dado en nuestro deporte.

Antes del derbi Barça/Espanyol del pasado sábado, el club blaugrana emitió un comunicado dirigido a los seguidores del Espanyol vetándoles la entrada al Spotify Camp Nou si portaban camisetas, banderas o algún distintivo simbólico del Real Club Deportivo Espanyol. Nunca antes se había producido semejante discriminación en el fútbol. Ningún club, a excepción de vetos a grupos violentos, había impedido a ningún aficionado el derecho a su propia identidad. Un derecho que va más allá del deporte y choca de frente con los derechos humanos más elementales. Precisamente en un tiempo donde tanto se hace desde el deporte por erradicar comportamientos racistas de la sociedad. Porque la discriminación por los colores de un club no es cosa distinta de la discriminación por el color de la piel. Al fin y al cabo, lo de menos son los símbolos de un club, el color de la piel, o la orientación sexual, sino la causa de la actitud, es decir la discriminación del otro, el rechazo del otro. Con total impunidad, y la complicidad y el silencio de la prensa. Es doblemente grave, porque no proviene de un descerebrado ni de un grupo ultra, sino de una disposición oficial del propio Fútbol Club Barcelona. Mucho postureo con organizaciones humanitarias en la camiseta, y con los que tienes al lado, desprecio y exclusión. Y la prensa muda.

El RCDE, a falta de una prensa neutral, lo tuiteó, pero los medios siguieron callados. Sólo La Vanguardia se hizo eco del tuit del Espanyol. ¿Se imaginan que hubiera sido al revés? ¿Qué hubiera sido el Espanyol quien hubiera vetado a seguidores blaugranas por llevar sus símbolos? (En el buen entendido que no fueren grupos violentos, que en ese caso, estaría plenamente justificado).

Este hecho, como la pulsión del Barça por recurrir a la justicia ordinaria la sanción de tres partidos a Lewandowski antes del derbi Barça/Espanyol con la esperanza de lograr la suspensión cautelar para que su delantero centro pudiese jugar el derbi, ha levantado en armas al RCDE, harto de ser ninguneado por la soberbia del club que se cree inmune como si estuviera por encima del bien y del mal. Tanta es la identificación entre este club privado y el establishment político y mediático, que se ha acabado por confundir con la misma Catalunya. No por casualidad, desde que Vázquez Montalbán dijera aquello de "El Barça es el ejército desarmado de Cataluña", se ha comportado como una entidad cada vez más activa a favor de la independencia. Lo contrario del Espanyol, que se ha remitido a ser un simple club deportivo. Hecho que le ha costado ser considerado como un club traidor a la "nación", a pesar de que suele aportar el doble de jugadores a la selección catalana que el Barça.

La rivalidad entre una y otra afición hace años que ha dejado de ser deportiva. El supremacismo del Barça aborrece la diferencia y la pluralidad, no admite un club catalán que se llame Espanyol, que comparta la misma ciudad de la que se siente dueño. No es rivalidad deportiva, es xenofobia, es racismo. El peor de todos, el que nace del odio a quien siendo de casa lo ven como traidor, alguien ajeno a la esencia de la nación catalana, un colaborador, esa espina clavada en el corazón mismo de Barcelona que lograron arrancarse derruyendo el Estadio de Sarriá desde el Ayuntamiento nacionalista de Barcelona, pero aun así, rabiosos por tenerlo que aguantar en territorio charnego, en primera, y no en segunda como querrían.

Aunque esta descripción les parezca nauseabunda y alejada de la realidad del deporte, sólo transmito un fiel reflejo de cómo se siente la inmensa mayoría de aficionados del Espanyol, esos "judíos de Catalunya", que por su condición de catalanes, son considerados malditos traidores cuyo club debería desaparecer. Esto no es solo odio deportivo, es nacionalismo. Porque no es sólo la rivalidad deportiva, es connivencia política, institucional, el nudo entre deporte y nacionalismo que hace 15 años el RCDE dejó plasmado en su estadio con una pancarta lúcida y democrática que rezaba, "Catalunya es més que un club". Por entonces publiqué con ese mismo título la naciología de esa brasa maldita del nacionalismo deportivo. El tiempo solo ha subrayado la evidencia.

Larga vida al RCDE. En reconocimiento a los desheredados de Catalunya.

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