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Jesús Laínz

De fueros, duendes y el arca de Noé

¿Sería usted capaz de imaginar que alguna región inglesa gozase de privilegios fiscales basados en las aventuras de Merlín y Uther Pendragon?

¿Sería usted capaz de imaginar que alguna región inglesa gozase de privilegios fiscales basados en las aventuras de Merlín y Uther Pendragon?
El portavoz del PNV Aitor Esteban con su compañero de formación Mikel Legarda, en el Congreso. | EFE

Durante su periplo literario por Irlanda, Javier Reverte pasó un par de días en las islas Aran, inhóspito archipiélago que cierra la bahía de Galway. Tan aisladas han estado a lo largo de la historia que la plaga de la patata de 1845-49, que mató de hambre a un millón de irlandeses, no les afectó porque el hongo no pudo cruzar hasta allí. "Debió de ser que el bicho no sabía nadar", suelen bromear los isleños de hoy. La patrona de la posada en la que se alojó, una guatemalteca casada con un local desde hacía veinte años, le explicó al recién llegado algunos detalles curiosos de la historia de las islas. Entre ellos, para desmentir la fama de los isleños de tener la sangre más pura de Irlanda, le soltó sin pestañear:

Eso no es tan seguro: casi todos los habitantes de Aran son descendientes de los mercenarios romanos que dejó abandonados en las fortalezas de los archipiélagos el canalla de Cromwell, cuando las islas ya no le hacían falta. ¿No se ha fijado en sus narices y en lo morenos que son? De gaélicos nada: ¡romanos, son romanos!.

Tan airoso disparate recuerda el que recogiera Mariano José de Larra en su viaje a Mérida en 1835. Un paisano le hizo de cicerone:

–Y estas ruinas ¿son muy antiguas?

–¡Vaya!

–¿De los romanos todas?

–¡Qué! Más antiguas, señor, mucho más: de los moros, y de los godos, y de los… qué sé yo de cuánta casta de gentes…, mucho antes de los romanos.

Al estupefacto Larra le costó aguantarse la carcajada.

Pero la moraleja de la historia va mucho más allá de unas simples anécdotas divertidas, pues, por enorme que sea un disparate histórico, nada impide que sea tenido por serio e incluso que pase a formar parte del ordenamiento jurídico de un país que se supone ilustrado y civilizado. Ese país es, evidentemente, España.

Porque allá por 1340 el portugués Pedro Alfonso escribió su Livro dos Linhagens, tratado de genealogía sobre las familias importantes de los reinos de Castilla y Portugal. Amigo de Juan Núñez de Lara y María Díaz de Haro, Señores de Vizcaya, escribió una bella leyenda sobre los orígenes de su estirpe. Para ello se inventó que un tal Froom, hermano del rey de Inglaterra, dirigió a los vizcaínos en una batalla, la de Arrigorriaga, contra un conde asturiano llamado Moniño para no pagarle el tributo de una vaca, un buey y un caballo blancos. Y de ese tal Froom hizo nacer el linaje de los Haro.

Un siglo más, Lope García de Salazar, banderizo y escritor vizcaíno de mediados del siglo XV, la recrearía aportando otros elementos inspirados en relatos de moda en la Europa de aquel tiempo, como el ciclo artúrico. Por ejemplo, el héroe de la batalla, Jaun Zuría, el mítico primer Señor de Vizcaya, sería el hijo de una princesa escocesa y del duende Culebro, un diablo que la preñó mientras dormía.

Con el paso de los años, el inventado pacto surgido entre el inventado Jaun Zuría y los vizcaínos tras la inventada batalla de Arrigorriaga sería utilizado como hecho verídico para defender los derechos forales de Vizcaya. Por ejemplo, en el siglo XVI el fiscal de la audiencia de Valladolid negó la hidalguía universal de los vizcaínos, ante lo cual el Señorío encargó al licenciado Poza la defensa de sus privilegios. Éste escribió su De Nobilitate in proprietate, en el que hizo nacer los privilegios forales de los indómitos cántabros de tiempos de Augusto –de los que descenderían los vizcaínos– y de la batalla de Arrigorriaga:

Con esta batalla allanaron y asentaron los vizcaínos su primera y antiquísima libertad que habían gozado dende Augusto César exclusive hasta entonces, ochocientos y más años, y fue esta batalla año de Nuestro Señor 870 y en ese mismo año los vizcaínos levantaron por su señor o caudillo a don Zuria, nieto del rey de Escocia, y le dieron título de señor no absoluto ni soberano sino bajo ciertas capitulaciones y condiciones.

Pasados otros cuatro siglos, algunos diputados vascongados resucitarían la leyenda del nieto del duende Culebro como dato a favor de la conservación del régimen foral. Y Sabino Arana la utilizaría nada menos que como argumento de su primer libro, Bizkaya por su independencia, piedra fundacional del nacionalismo. La impostura quedaría plasmada en el aspa verde de la ikurriña, que inmortalizaría, según explicó su creador, la fantasmagórica batalla de Arrigorriaga como hecho histórico verdadero.

Y como las ideas falsas se pueden traer unas de otras igual que las ciertas, no hay que olvidar que la leyenda de Arrigorriaga, junto con el mito vascocantabrista y la bobada bíblica de los vascos como descendientes sin mezcla de Túbal, nieto de Noé, es la base de la pretendida especialidad de los fueros vascongados. Dichos fueros, también llamados leyes viejas, aunque supuestamente derogados en el siglo XIX, están recogidos en la Constitución de 1978 bajo la denominación de derechos históricos, y su efecto más importante, aparte del derecho a futuras autodeterminaciones, es el concierto económico que convierte a los vascos en privilegiados receptores de financiación por parte de los demás españoles. A esto nuestros políticos, incluidos muy expresamente los del PP, lo llaman singularidad vasca, singularidad que acaba de ser renovada por el Congreso una vez más y que ha pasado desapercibida entre tantos cotilleos sobre disparates ferroviarios, excarcelaciones de violadores, enchufes, cohechos, mangancias, putas y cocaína.

¿Sería usted capaz de imaginar, fantasioso lector, que alguna región inglesa gozase de privilegios fiscales basados en las aventuras de Merlín y Uther Pendragon? Pues en esta jaula de grillos que llamamos España no hace falta imaginarlo, porque sucede.

www.jesuslainz.es

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