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Federico Jiménez Losantos

Con moción y sin censura, Pumpido pasa el rodillo sobre la democracia

Si evocamos películas de terror, Pumpido sería el del cartel de La matanza de Texas, con la sierra mecánica acabando con la Constitución.

Si evocamos películas de terror, Pumpido sería el del cartel de La matanza de Texas, con la sierra mecánica acabando con la Constitución.
El juez Cándido Conde-Pumpido en el primer Pleno jurisdiccional tras la renovación del órgano. | Europa Press

La moción de censura arroja un fabuloso balance de satisfacciones. Vox está eufórico, porque veía venir la catástrofe e interpreta el alivio como una victoria. El PP se declara vencedor de un combate en el que no participó. El PSOE no dice que Sánchez estuvo imponente, porque estuvo peor que nunca, que ya es decir, pero se consuela con la botadura de la chalupa Barbie Paracuellos, un día de rubio bielorruso y otro, de golden retriever. Hasta Podemos tiene motivos para la esperanza porque su verduga superó a Sánchez en vaciedad y sigue sin más partido que el del Gobierno, que le ha alquilado una mansarda para alzar el cadalso de las niñas de El Resplandor.

De "El Resplandor" de Iglesias a "La matanza de Texas" de Pumpido

Pablo Iglesias recuerda a Jack Nicholson, el loco con el hacha detrás de la puerta, que quiere decapitar a aquella musa de "la Siriza galega" que ungió vicepresidenta y ahora es Presidenta Segunda del Presidente Único. Los separatistas, desde la ETA al golpismo catalán, no pueden quejarse: si cuanto peor vaya España, mejor les va, todos los días les toca el Gordo. Es chocante que, entre los vencedores, nadie haya señalado a los separatistas, que sentaron cátedra de idiocia, pero salieron tan forrados como entraron.

La razón última de sus satisfacción es que Pumpido ya ha puesto la directa en la apisonadora del Tribunal Constitucional y empieza a allanar el camino para destruir a toda prisa el régimen constitucional de 1978. Sobre esa escombrera piensan edificar diez o doce repúblicas negreiras, vivero de corrupciones en el que a diario se alanceará a la difunta nación española.

Esto es lo más importante: mientras los partidos parlamentarios se felicitan públicamente de un éxito que deben refrendar las urnas de mayo, el partido antiparlamentario, antisistema y antiespañol Sánchez-Pumpido se ha puesto a declarar constitucionales las leyes que el mismo Tribunal había declarado anticonstitucionales cuando el ponente era Pumpido. Ahora que es dictador, pasa el rodillo sobre la masa de togas, ayer hostiles, hoy leales. Y además de borrar el más mínimo decoro legal, negándose a recusarse de los asuntos en los que no deberían participar, se ciscan en todo y aprietan el acelerador con la sorprendente excusa, si es que alguna de sus fechorías pudiera todavía sorprendernos, de la "urgencia social de su aprobación".

Si evocamos películas de terror, Pumpido sería el del cartel de La matanza de Texas, con la sierra mecánica acabando con la Constitución. Su destrozo apunta al cuello de todo lo que en España significa una ayuda social protegida por el Estado. Y nada lo representa mejor que declarar "urgente" y constitucional la Ley Celáa, prohibiendo la educación especial.

Significado moral y pedagógico de la "educación especial"

La Educación para niños con problemas de aprendizaje es uno de los pocos ámbitos de los que puede sentirse orgullosa la educación española. A lo largo de muchos años, algunas comunidades, sobre todo la de Madrid, han creado un cuerpo de profesores con indudable vocación y con una experiencia forjada en la realidad diaria, que logran verdaderos milagros en unos niños hasta ayer abocados al fracaso escolar y a la marginación social.

Ese milagro, que lo es si observamos de donde parte esa educación especial y lo que llega a conseguir, tiene un origen pedagógico, ideológico y moral, que se resume en no tratar como iguales a los que son diferentes. No peores, porque hay deficiencias que pueden convertirse en capacidades, ni tampoco mejores, porque hace falta un esfuerzo mayor que el habitual. Son simplemente distintos que necesitan una educación distinta, diferentes que sólo pueden educarse atendiendo a esa diferencia. En última instancia, los niños son todos diferentes, pero algunos precisan atenciones diferentes, que lógicamente suponen unos estímulos innecesarios para la mayoría, pero fundamentales para sacar adelante al alumno especial, con mucho esfuerzo de los niños, padres y profesores, pero, al final, con excelentes resultados.

Por esa mezcla de sadismo y odio al necesitado que caracteriza al comunismo, en la educación llevan décadas persiguiendo el cierre de los centros de educación especial, que, si son necesarios para los que tienen capacidades especiales, lo son más para los que tienen diversos tipos de discapacidad. Los más listos son víctimas de su facilidad para aprender y acaban suspendiendo asignaturas de las que se aburrieron. Y que cada vez será más difícil de recuperar. De ahí la educación especial que requieren estos niños, que se asocian con dificultad, pero que, convenientemente guiados, el día de mañana triunfarán en las ciencias, las letras o las artes. Entonces podrán devolver con creces a la sociedad lo que ella les brindó.

Y más importante aún es atender a los niños que padecen diversas minusvalías, de leves a muy graves, que necesitan estímulos y procesos educativos diferenciados y adaptados a su situación personal y familiar. Porque en estos niños la familia es parte del proceso educativo, y cuando esa unión de esfuerzos y sacrificios en la casa y la escuela se consigue, el resultado es verdaderamente extraordinario.

Los pedagogos que odian la enseñanza

Pues bien, la obsesión del pedagogo que odia la enseñanza, de esa caterva de desertores de la tiza que quiere hacer de las aulas contenedores de animalitos por adoctrinar, desemboca en lo que llaman inclusión, que es meter en la misma clase a los alumnos por edad, al margen de su nivel y su capacidad. Todo profesor que no sea neciamente progre sabe que basta que en un aula de veinticinco alumnos haya dos, sólo dos, que, por la razón que sea, no siguen bien las clases para que, al final, no las siga toda el aula. Sin embargo, para la pedagogía roja de lo mismo si hay diferente nivel social y cultural, de capacidad lingüística o de otra índole. Todos se educarán mal, y así nadie tendrá mejor educación que otro. Por supuesto, estos pedagogos llevan a sus hijos a colegios privados, bilingües y del más alto nivel. Pero a la enseñanza pública la han condenado a la cárcel de la incuria obligatoria.

Pues bien, Pumpido, cuya vocación es no dejar piedra sobre piedra del edificio constitucional, ha declarado legal que se prohíba la educación especial y en centros especiales para alumnos con necesidades especiales. ¿Y por qué? Porque el socialismo odia la individualidad, y considera una forma de privilegio hasta la discapacidad. Por eso Pumpido merece ser llamado enemigo de la humanidad. Sólo un ser maléfico, satánico, puede obligar a la infelicidad con la excusa de hacer a todos igualmente felices.

Esta crueldad, esta inhumanidad, esta barbarie legalizada por la horda pumpidesca, demuestra que el régimen que la izquierda pretende erigir sobre los restos del del 78 está dispuesto a subordinar a la ideología colectivista todos los derechos de los ciudadanos. Igual que la Ley del sí es sí salió adelante a pesar de la suelta de violadores, el sectarismo de la banda de Sánchez, comandada por el Tribunal Inconstitucional de Pumpido, está dispuesto a echar a miles y miles de alumnos, miles y miles de familias, al arroyo de unas clases en las que serán extraños, nada aprenderán y todo lo sufrirán. Una de las características del comunismo no es que sea indiferente al sufrimiento de las personas, es que disfruta infligiéndoselo. Pumpido une a la mandíbula de Patxi Picapiedra la fatuidad de Sánchez, es comisario del agravio, policía del dolor, legista de la tiranía, faro de la iniquidad, verdugo de la compasión y asesino de la educación. Y como él, el maldito régimen que se nos viene encima, que, a toda prisa, nos están imponiendo ya.

Y los partidos, felicitándose de lo bien que les ha ido la moción.

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