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Itxu Díaz

Perder con Sócrates

Como Russell Kirk, "es muy posible que esté del lado de los perdedores. Sin embargo, prefiero perder con Sócrates, digamos, que ganar con Lenin".

Como Russell Kirk, "es muy posible que esté del lado de los perdedores. Sin embargo, prefiero perder con Sócrates, digamos, que ganar con Lenin".
Uno de los leones del Congreso manchado con pintura después de un acto de protesta de un grupo ecologista. | EFE

Mi solidaridad con los leones del Congreso. Condenados al estatismo, uno ha perdido hasta las pelotas, viendo pasar tumbaollas y badajos, sin poder salir corriendo y comerse a alguien, de tantos buenos candidatos a ser almuerzo. El jueves diez energúmenos arrojaron otra vez pintura sobre ellos y, en bronce y todo, se les podía notar en los ojos un atisbo de rutinaria repugnancia. Los jóvenes ambientalistas son los Hare Krishna del siglo XXI. Con veinte años o montas un grupo de música, o te ilusionas con algún deporte inverosímil, o te dedicas a dar la brasa a los demás. Por suerte, en mi generación, que nació cansada por el activismo experimental, el psicoanálisis y el LSD de los del baby boom, nadie quería cambiar el mundo, así que nos dedicamos a hacer canciones para ligar, que al menos es más divertido, aunque no siempre más inofensivo, como decían los vecinos de nuestro local de ensayo, a quienes en un gesto de magnanimidad regalábamos flores y tapones para los oídos.

Los enajenados del clima están por todas partes. Me da miedo la Inteligencia Artificial pero temo más aún a la estupidez natural. La IA ya es capaz de escribir poemas, arruinando aún más la triste subsistencia de los poetas, pero la estupidez natural es capaz de llegar a un incendio provocado y, con una nube de cámaras alrededor, declarar que es "una advertencia del cambio climático". Por supuesto, el "cambio climático" se llama Manolo, trabaja para el ayuntamiento, y estaba manejando una chispeante desbrozadora.

Leo que un museo de vaya usted a saber dónde ha decidido torcer todos sus cuadros en protesta por el cambio climático. En el cerebro del director, torcer un cuadro salva el planeta. ¿Qué argumento podrías utilizar con tipos así? Andaba pensando que no hay mucho que dialogar con los fanáticos, con los abducidos, con los mismos que ahora están en guerra contra la biología y la ciencia, cuando recordé la maravillosa historia del eucalipto. No creo que haya nada más parecido a lo que estamos viviendo que esto que sucedió no hace mucho en Galicia.

Cada tarde salía de mi colegio y esperaba el autobús bajo un puente, en cuyas paredes se leía en gruesas letras "¡planta un pino y corta un eucalipto!". Creo que la pintada me acompañó durante todos mis años escolares. Yo, que de niño estaba aún más a favor de la libertad que ahora, solía simpatizar con el eucalipto, porque si hay algo que no soporto es el imperativo de los desconocidos. Es decir, cada día leía la consigna y, en mi interior, respondía en silencio: "plantaré lo que me salga de los cojones".

Era una de tantas pintadas contra el eucalipto que en Galicia, de modo pintoresco, los del BNG habían convertido en su guerra, porque era un árbol facha, invasor, capitalista, y probablemente españolista. Sin embargo, qué le vamos a hacer, a mí me gustaba, con sus troncos limpísimos y alargados como el cuello de un cisne en la pubertad, y ese oscilar sensual que anuncia que el viento está bajando, y sus hojas esbeltas y estilizadas, y el olor de su fruto, que aspiraba con avidez de niño en Santa Margarita, y el cimbrear de sus copas allá a lo lejos, haciéndole cosquillas a las nubes.

Por entonces, mientras los políticos debatían sobre la ideología del eucalipto, el exdirector de Diario 16 en Galicia José Miguel Alonso Boó, enterraba horas en su tesis doctoral, dedicada a la "mala prensa" de este árbol. Con rigor, cotejaba lo publicado en prensa durante 35 años con la realidad de la naturaleza del eucalipto según un centenar de trabajos científicos, hasta arrojar un delicioso volumen que llegó a ser seleccionado por la Diputación de Pontevedra como digno de divulgación. Ocurrió que, impresos ya lo libros, entró el BNG al área de Cultura, y La mala prensa del eucalipto fue secuestrada en un almacén de la Diputación, sin que a su autor se le concediese siquiera el alivio de una prueba de vida.

La tesis echaba por tierra los mitos que nacionalistas y ecologistas –al alimón con ciertos intereses madereros— habían estado sembrando sobre el eucalipto, y retrataba además a la prensa como cooperadora de una inmensa colección de bulos. "Los medios de comunicación han servido de altavoces para llevar a sus lectores los mensajes ecologistas y políticos contrarios al eucalipto", concluye el autor en el libro, "consiguiendo que la opinión pública se forjara un criterio sobre la maldad del árbol, luego extensivo a nuevas capas sociales cuyos representantes volvían a colocar la misma opinión en los periódicos, en una especie de círculo vicioso en el que apenas tuvieron cabida las opiniones de los investigadores. Se confirma así nuestra hipótesis inicial de que los medios no han hecho de correas de transmisión del conocimiento del saber científico, prefiriendo –prácticamente en exclusiva– las versiones de organizaciones ecologistas, vecinales, políticas y/o sindicales".

He vuelto a leerlo despacio, toda la obra es un descubrimiento, y hasta se me ha pasado la amargura por los leones otra vez llenos de pintura, por Sánchez culpando al cambio climático por las chispas de Manolo, y por el idiota del director del museo que tuerce cuadros. Es una tesis diminuta y secuestrada contra toda la propaganda oficial, pero me consuela, quizá porque en el fondo, como Russell Kirk, asumo bien esta derrota: "Soy conservador. Es muy posible que esté del lado de los perdedores; a menudo pienso que sí. Sin embargo, por una curiosa perversidad, prefiero perder con Sócrates, digamos, que ganar con Lenin".

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