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Jesús Laínz

España, medio siglo maniatada

Por lo visto, España no puede actuar. Con las manos atadas, sólo puede resistir. Por eso su destino, ya cercano, es rendirse y desaparecer.

Por lo visto, España no puede actuar. Con las manos atadas, sólo puede resistir. Por eso su destino, ya cercano, es rendirse y desaparecer.
Manifestación a favor del acercamiento de los presos de ETA en Bilbao | EFE/Miguel Toña

Verano de 1978. Recta final de los debates constitucionales. El País Vasco ardía de atentados y disturbios, de modo similar a lo que había sucedido durante las elecciones generales de junio del año anterior. Lo que el mundo etarra no había conseguido en las urnas intentaba imponerlo mediante el terror en la calle. Huelgas, manifestaciones, hostigamiento a los opositores, a los policías, a los guardias civiles y a sus familias, barricadas, hogueras, tiroteos, asesinatos, bombas, cortes de ferrocarriles, carreteras y autopistas, cierre de fronteras…

El sábado 8 de julio algunos desplegaron en la plaza de toros de Pamplona pancartas exigiendo la liberación de los implicados en el asesinato de un subteniente de la Guardia Civil. Enfrentamientos entre los asistentes. Para restablecer el orden entraron los antidisturbios, lo que encendió aún más el ambiente. Golpes, pedradas, botellazos, disparos, y un joven, Germán Rodríguez, cayó muerto por una bala policial. Los sanfermines, suspendidos, el Gobierno Civil de Pamplona, asediado, graves alborotos por doquier… El día 11, manifestaciones violentas y disturbios en San Sebastián, enfrentamiento con la policía y un muerto en la refriega, el joven donostiarra José Ignacio Barandiarán. Al mismo tiempo, miles de personas se manifestaron en Vitoria coreando "Policía, asesina", "Gora ETA militarra", "Vosotros, fascistas, sois los terroristas" y "Cerdos burgueses, os quedan pocos meses", tras lo que lanzaron cócteles molotov contra el Gobierno Civil, Hacienda y el palacio de Justicia.

El día 13 un destacamento de quince guardias civiles fue enviado de Inchaurrondo a Rentería con la misión de eliminar las barricadas que bloqueaban la N-1 y la autopista Bilbao-Behovia. Cientos de renterianos se enfrentaron a ellos acribillándolos con piedras, ladrillos, cócteles molotov y bolas de rodamientos lanzadas con potentes tirachinas. Según se les agotaban las pelotas de goma y los botes de humo, el cerco a los guardias se iba estrechando. El capitán hizo una llamada desesperada a sus superiores:

–¡Nos van a matar! Solicito permiso para hacer fuego disuasorio en defensa de nuestras vidas.

Respuesta de la autoridad:

–No disparen. Resistan con dignidad.

Cuando faltaban metros para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, la multitud comenzó a escapar. Acababan de llegar cuarenta agentes de la Policía Armada, totalmente equipados, al rescate de los guardias. En plena refriega, algunos de los policías dieron rienda suelta a su furor rompiendo a culatazos puertas, porteros automáticos y escaparates. Y alguno sacó de ellos pasteles, relojes y aparatos de radio. Un par de fotografías inmortalizaron el momento. Acto seguido destrozaron los objetos sustraídos lanzándolos desde los vehículos en marcha.

Indignación general. Toda la prensa, desde el proetarra Egin y el peneuvista Deia hasta La Vanguardia y los periódicos de Madrid, describieron y condenaron lo que se denominó unánimemente "vandalismo policial". Pero, salvo una mención secundaria en el ABC, no imprimieron ni una línea sobre el motivo de su intervención. La fotografía de dos policías metiendo la mano en un escaparate se reprodujo mil veces. Pero los guardias civiles acorralados y sin autorización para defenderse no merecieron atención. El Gobierno prometió mano dura contra los responsables. Se refería a los policías, no a los terroristas y aliados. Los mandos implicados por acción u omisión fueron destituidos fulminantemente mientras que los detenidos en todo tipo de altercados fueron liberados. Por toda España varios sindicatos y partidos izquierdistas organizaron manifestaciones para apoyar a los separatistas y condenar a la policía, algunas de ellas con violencia y gritos de "Policía, asesina", "Solidaridad con Euskadi" y "ETA, a las metralletas". Tanto los peneuvistas como el socialista Txiki Benegas no perdieron ocasión de proclamar que la violencia terminaría el día en que llegara el estatuto y la policía autonómica.

Dos días más tarde, el sábado 15, el Gobierno de Adolfo Suárez aprobaba las primeras transferencias al Consejo General Vasco, cuando ni siquiera existía estatuto de autonomía. El Gobierno aclaró que esta medida "es completamente ajena a los sucesos que estos días se han producido en el País Vasco, que ni han acelerado el traspase de competencias ni las han bloqueado". Excusatio non petita, accusatio manifesta. El lunes 17 se anunció que el Gobierno, el PSOE y el PNV habían alcanzado por fin el acuerdo sobre la Constitución. Y el martes 18 Felipe González secundó al Gobierno al insistir en que "los planteamientos autonómicos de la Constitución no están influidos por los recientes sucesos del País Vasco". Muchos años después, Gabriel Cisneros, uno de los ponentes de la Constitución, admitiría que su título VIII se redactó "mirando de reojo a ETA".

Una vez promulgados la Constitución y el Estatuto vasco, los etarras, esos demócratas luchadores contra el franquismo, asesinarían a 719 personas más. En el caso de los guardias civiles, a sus cientos de muertos hay que añadir las condiciones no siempre dignas en las que tuvieron que vivir mientras el infierno se desataba contra ellos: en cuarteles antiguos y en malas condiciones, a veces con goteras, sin espacio, sin calefacción y sin funeral ni entierro digno cuando caían asesinados.

Casi medio siglo después llegaría el golpe de Estado de unos separatistas catalanes que creyeron maduro el fruto de la manipulación totalitaria de las masas posibilitada por el Estado autonómico diseñado entonces.

El policía nacional y criminólogo Samuel Vázquez resumió así la cuestión:

Cataluña. Unos políticos cobardes que nos llevan a una situación sin salida porque no toman decisiones. Hasta que ya te han puesto las urnas. Y cuando se mueren de miedo porque te van a poner las urnas, ¿a quién llaman? A los de siempre. A los policías. Nos meten en un barco, nos humillan, llaman a casa:

–Perdone, tiene usted que presentarse mañana.

–¿Cómo mañana? Yo me voy mañana con mis hijos y mi mujer a Benidorm.

–No, suspéndalo todo. Se va a ir usted tres meses a un barco.

Ahora meten allí miles de policías. ¿Qué oían los policías, mis compañeros, por el pinganillo mientras adoquines y adoquines y adoquines dejaban a uno casi inválido? ¿Qué oían?

–Aguantad, aguantad, aguantad, aguantad…

¿Dónde están esos políticos que dieron esas órdenes? ¿Dónde están? Uno en el Parlamento andaluz, el otro eurodiputado, delegado del gobierno, director general, secretario de Estado de seguridad…

¿Dónde están los que dieron el golpe de Estado? Indultados, en olor de multitudes…

¿Quién ha asumido el coste? Cuarenta y cinco padres de familia que tienen hoy una imputación por causa criminal.

Ahora, tras la claudicación ante los golpistas separatistas catalanes, se ha dado el paso definitivo en la claudicación ante los terroristas separatistas vascos enviando a los últimos reclusos a las cárceles dirigidas por su aliado en asuntos nogales el PNV, paso previo a su liberación con pompa, festejos y homenajes. "ETA ejerció el terrorismo para algo y ahora estamos en ese algo", ha resumido recientemente Fernando Savater.

Medio siglo de España condensado en dos episodios.

Por lo visto, España no puede actuar. Con las manos atadas, en el mejor de los casos sólo puede resistir. Por eso su destino, ya cercano, es rendirse y desaparecer.

www.jesuslainz.es

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