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El independentismo catalán y la historia

Lo que Cataluña necesita no es independizarse y sufrir los impuestos más altos de Europa, sino una mayor integración y una fiscalidad competitiva.

Lo que Cataluña necesita no es independizarse y sufrir los impuestos más altos de Europa, sino una mayor integración y una fiscalidad competitiva.
Oriol Junqueras | Europa Press

Cualquier nacionalismo necesita buscar en la historia la justificación a su identidad nacional, distinta de las de los demás. El independentismo catalán no es una excepción. No es casualidad que Oriol Junqueras sea historiador. Pero no deja de ser curioso que, a pesar de lo mucho que estudian su historia, los independentistas catalanes ignoren de forma flagrante algunos aspectos importantes de la de su región, o de la de su nación, si prefieren llamarla así. Más allá de los mitos inventados y de que Cataluña nunca fuera un reino, es cierto que, desde el puerto de Barcelona, Cataluña creó un gran imperio comercial en el Mediterráneo que se extendió, no sólo al sur de Italia y a Sicilia, sino también al Norte de África y al Mediterráneo oriental. Pero, lo que quieren ignorar los independentistas es que esto sólo ocurrió a partir de la integración de los condados catalanes en la corona de Aragón y gracias precisamente a ella. De forma muy inteligente, Jaime el Conquistador mantuvo la autonomía política catalana y barcelonesa a la vez que impuso una fiscalidad relativamente baja. A cambio, ofreció protección política y militar a los comerciantes catalanes que se fueron distribuyendo por todo el Mediterráneo a través de un sistema de consulados. Eso permitió a los mercaderes catalanes competir exitosamente, primero con sus rivales genoveses y luego con los venecianos, que disfrutaban ambos de la ventaja de no tener sobre sus cabezas a un rey que les sacara el saín, como les ocurría a tantos puertos del Mediterráneo que hubieran podido competir con Barcelona, Génova o Venecia de no ser por la voracidad fiscal de sus señores. El rey de Aragón obró con mucha mayor habilidad al fomentar el comercio catalán con impuestos bajos, pues los ingresos se multiplicaron gracias a esa expansión comercial, lo que a su vez le permitió no tener que depender de los impuestos que autorizaran las Cortes en un reino por otra parte muy poco poblado y del que poco podía extraerse aún con impuestos muy altos. Así, Cataluña se enriqueció y Aragón dispuso de unos ingresos que, si hubieran dependido exclusivamente de la economía de su territorio peninsular, jamás le habrían permitido emprender los ambiciosos proyectos que logró llevar a cabo. Los ingredientes del éxito fueron: un puerto bien situado, catalanes emprendedores, integración en una gran monarquía, impuestos bajos y ambición política.

Hoy, tras cuarenta años de total autonomía y fiscalidad devoradora, Cataluña se ha empobrecido en términos relativos a pesar de las ventajas que ofrece estar integrada, gracias a ser parte de España, en la Unión Europea. De modo que resulta obvio que lo que Cataluña necesita no es independizarse de España y sufrir los impuestos más altos de Europa, sino una mayor integración en España y una fiscalidad competitiva. Con este giro, Cataluña volvería a ser la región rica que casi siempre ha sido. El inconveniente de esta visión es que es la opuesta a los deseos del independentismo, que tiene secuestrada la voluntad común de todos los catalanes. Quizá las cosas serían diferentes si todos, los catalanes independentistas y los que no lo son, estudiaran más historia.

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