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Agapito Maestre

El abismo electoral

La política democrática brilla por su ausencia en todo el país. El Gobierno de Sánchez controla con severidad y rigor mortuorio al resto de poderes.

La política democrática brilla por su ausencia en todo el país. El Gobierno de Sánchez controla con severidad y rigor mortuorio al resto de poderes.
Pedro Sánchez interviene en un acto del PSOE por el Día de la Rosa en Pamplona. | Europa Press

Las propuestas de Sánchez no tiene otro sentido que comprar, o sea, manipular las elecciones. Contrasta esa voluntad autoritaria con la supuesta normalidad en la que vive la ciudadanía. Me explico: el PP ganaría las elecciones generales y lograría la mayoría absoluta con Vox. Las predicciones de las encuestas también dan ganador al PP y Vox en las municipales y autonómicas. Sin embargo, hay una inquietud extraña entre la ciudadanía española más desarrollada moral y políticamente. Se trata de una desazón al margen de la indeterminación e incertidumbre de todo proceso electoral. Es algo más dramático. Sí, a la gente le cuesta aceptar que el cambio político podría llegar de forma pacífica. Pareciera que España no es un país normal. Y es que España, en verdad, no es un país normal respecto al resto de las naciones de la UE. Y aquí creo que el parecer responde a la realidad. No sería la primera vez que por vías extrañas a las elecciones se ha cambiado el sentir político de las mayorías.

Existen pruebas suficientes para ser escépticos de los pronósticos y para creer que aquí las cosas sucederán como en el resto de Europa. No resulta extraño que la gente desconfíe de los procesos electorales en los que entrará España en los próximos meses. Un par de ejemplos de esa desconfianza están a la vista: en Cataluña reina la impunidad jurídica, y en el País Vasco no hay libertades mínimas para protestar contra un régimen político cautivo por exterroristas, separatistas y nacionalistas. ¡A qué llamamos normalidad democrática! Todavía hay que completar en la comunidad vasca las listas municipales del PP con políticos de otras partes de España. Bochornoso. La política democrática brilla por su ausencia en todo el país, porque el Gobierno de Sánchez controla con severidad y rigor mortuorio al resto de poderes. Lo del Presidente del Tribunal Constitucional es para llorar. Estamos ante un déspota al servicio de un déspota superior.

Y, sin embargo, la gente simula que vivimos en democracia. Se engaña y dice que lo pasa bien en un país de mucho sol y jolgorio. La gente habla de vacaciones y esas cosas, pero todos sabemos que somos más pobres y vivimos peor que hace cinco años. Sí, está enrarecido el ambiente político y peligroso el electoral. Raro, sí, porque nadie con sentido democrático se fía de Sánchez. Este sujeto está situando a España al borde del abismo económico, político e ideológico y, por supuesto, electoral. La democracia aquí y ahora es sólo un nombre para mantener una recua de políticos profesionales sin otro oficio que engañar al contribuyente. Por desgracia, esa misma casta política simula que vivimos en la normalidad más absoluta, pero en su fuero interno sabe que esto es un engaño. Aquí no hay democracia ni nada que se le parezca. Vivimos un régimen de corte autoritario con un presidente del Gobierno que controla desde el Ejecutivo el resto de los poderes.

Nadie, pues, con sentido de Estado democrático confía en un jefe de Gobierno que miente permanentemente y cada vez de forma más ostentosa. Pocas personas creen en la viabilidad de un régimen político con un presidente del Gobierno sin escrúpulos democráticos y dispuesto a arrollar al más pintado por unos cuantos votos. ¡Y de la Oposición para qué hablar! Blandita y sosegada. Lleva cuatro años esperando elecciones, sin movilizar a la población y, sobre todo, sin capacidad alguna para desmontar un régimen autoritario. Estamos, en fin, en un proceso electoral dirigido por un tipo que controla todos los aparatos del Estado y hacemos como si no pasará nada.

He ahí la mejor prueba de una sociedad encanallada: tratamos de hacer pasar por cotidiano y normal lo que es extravagante y anormal. Por eso, seguramente, no existe analista político serio que deje de considerar que Sánchez pudiera sacarse, en cualquier momento que las cosas le vayan muy mal, un conejo de la chistera para retrasar las elecciones generales o dar un golpe de "efecto", por decirlo suavemente, para mantenerse de modo ilegítimo en el poder.

Sí, nadie en su sano juicio confía en alguien que ha demostrado sobradamente que le importa una higa el régimen democrático. En este contexto el rollo de las encuestas está claro: perderá el PSOE y el PP ganará con la ayuda de Vox. Y, sin embargo, nadie con sentido democrático deja de temer que aparezca alguna trampa que rompa esta simulada normalidad institucional. No podemos quitarnos de encima esa sensación de manipulación de todos los procesos electorales, o peor, que en algún momento Sánchez nos haga trampa y acabe con este tinglado político. Y es que de un tipo sin escrúpulos nadie espere nada que no sea sangre, sudor y lágrimas. Pues eso es, sin duda alguna, el peor mal de la democracia española: estar a expensas y dependiendo de alguien que trata de desmontar por todos los medios a su alcance, que son muchos y eficaces, el régimen democrático. Estamos, sí, delante del abismo electoral, porque es un político autoritario quien controla todos los procesos electorales

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