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Cristina Losada

Juguetes ecologistas

Nuestros izquierdistas, que descubrieron lo verde ayer, no parecen tener en cuenta ciertas importantes diferencias entre Alemania y España.

Nuestros izquierdistas, que descubrieron lo verde ayer, no parecen tener en cuenta ciertas importantes diferencias entre Alemania y España.
Mónica García. | Más País

En el bazar electoral de nuestra izquierda se empieza a ver un gran despliegue de productos verdes y esto es una novedad. El asunto del cambio climático lleva mucho tiempo en los carteles, pero no había cobrado, en España, este protagonismo. Lo de Doñana ha sido la apertura de hostilidades de una guerra que se pretende larga y fructífera para la izquierda. Ya ha establecido, de forma axiomática, cuáles son los bandos contendientes: de un lado, los salvadores del planeta; del otro, los negacionistas de la emergencia. Es otra recreación del universo maniqueo habitual, donde el Bien, representado por la izquierda, se enfrenta al Mal, representado por la derecha. Pero todas estas operaciones retóricas indican algo importante. Significan que nuestra izquierda, que se hizo ecologista hace un cuarto de hora, piensa que los votantes españoles han hecho la misma y repentina metamorfosis.

El ecologismo de los partidos de izquierda en nuestro país es tan reciente que no pueden echar mano de tradición propia a la hora de componer un surtido de propuestas y tienen que recurrir a la copia. ¿Y adónde van a ir a copiar y a plagiar? Pues a los veteranos del asunto. Las propuestas de Sumar, que se conocían estos días, se inspiran, por así decir, en las de los Verdes alemanes, que son los que llevan más tiempo en el negociado de la ecología. Lo mismo harán los socialistas, los podemitas y los restantes. Copia, copia y más copia, como si copiar programa de los Verdes alemanes fuera a asegurar aquí una influencia como la que ellos tienen. Nuestros izquierdistas, que descubrieron lo verde antes de ayer, parece que no tienen en cuenta ciertas importantes diferencias que hay entre Alemania y España.

La diferencia fundamental es la diferencia de riqueza. La inquietud ecológica brota y crece en países ricos y sólo en los países ricos hay suficientes ciudadanos dispuestos a aceptar los sacrificios prescritos y a votar en consecuencia. Postulados como el crecimiento cero o el decrecimiento únicamente pueden tener eco, si tienen alguno, en países ricos. Por precisar: no en países que acaban de hacerse ricos, sino en los que son ricos desde hace tiempo. Sólo en países que son ricos desde hace tiempo pueden encontrar acogida, y salir de la marginalidad, las recetas del ecologismo radical. Y España, obviamente, no está en esa categoría. Somos un país que aún tiene memoria de ser un país pobre. No estamos pensando en decrecer, ni en empobrecernos a propósito, ni en prescindir de cosas que ha costado conseguir, y que aún cuesta conseguir. Una cosa es decir, como se dice, que se está preocupado por el cambio climático, y otra es aceptar que no se va a tener coche. Lo único que tienen a favor los juguetes verdes que están llenando el bazar electoral es que nadie se cree que sean otra cosa que juguetes. Nadie se cree que vayan a pasar al mundo real. No se lo creen ni los partidos que los ofrecen. Por eso copian cosas de los Verdes alemanes y les añaden varias dosis de radicalidad. Total, qué más da.

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