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Amando de Miguel

El progresismo dominante: ruina y desolación

Los oligarcas progresistas no precipitan ningún progreso de sus respectivos pueblos. Su misión última es la desintegración de las naciones originarias.

Los oligarcas progresistas no precipitan ningún progreso de sus respectivos pueblos. Su misión última es la desintegración de las naciones originarias.
Miembros del Gobierno en la gala de los Goya. | Europa Press

Un fantasma asola a la humanidad: el progresismo de las mil caras, dominante en el mundo, a partir de la moda woke (algo, así, como "despierta") de los Estados Unidos de América. Es una ensalada mixta de ecologismo suicida, feminismo resentido, lenguaje inclusivo, veganismo recalcitrante y globalismo oligárquico, entre otras lindezas. Su misión más ambiciosa es parar el cambio climático, que es como detener el movimiento de los astros. Para monitorizar tamaña empresa, se constituye una especie de sanedrín mundial, cuyos gerifaltes se reúnen a mesa y mantel en Foros y Cumbres a las que hay que llegar en avión privado.

Estos oligarcas progresistas no precipitan ningún progreso de sus respectivos pueblos. Es más, su misión última es, precisamente, la desintegración de las naciones originarias. Lo extraordinario es que tal amalgama acaba imponiéndose sobre las posibles resistencias ideológicas. El progresismo hegemónico más parece una nueva religión mundana que una ideología política. Tal es su penetración en los espíritus y el carácter indemostrable de sus dogmas y principios.

Naturalmente, el nuevo evangelio ha llegado a España y ha tomado cuerpo en un Gobierno atípico, una ralea constituida por los sedicentes socialistas, comunistas y separatistas. Ellos mismos se perciben, expresamente, en herederos legítimos del Gobierno del Frente Popular de 1936, todo un pedigrí. La novedad es que, ahora, medran los virtuales analfabetos. Un indicio lo da el hecho de que los ministros de Educación, Ciencia y Cultura no han sido capaces de escribir sendos libros. Lo cual es consonante con el dato de que el presidente del Gobierno, doctor en Economía, parece no haber leído ningún libro, ni siquiera su propia tesis doctoral. Todo sea por identificarse con la "gente" del común. Ya, no es el "pueblo" y menos la "nación", entidades arrumbadas por los dogmas progresistas. Por eso se propicia la inmigración ilegal, sin descartar los refugiados y los "menores no acompañados". Habrá que recordar el viejo apotegma popular: "Todo es bueno para el convento, y el fraile llevaba una puta al hombro".

Por increíble que pudiera parecer, el progresismo hodierno es aceptado con gusto por las clases gobernantes, incluso, las pensantes. Quizá algunos más refinados hagan ascos a la moda dietética de eliminar la carne y el pescado, tras de espolvorear el guiso procesado con insectos liofilizados. Pero, al final, el experimento del progresismo global acaba venciendo todas las resistencias. La ética general de la responsabilidad cede ante la promesa de un mayor disfrute de los bienes de consumo, incluyendo los espectáculos. Es la virtual ausencia del esfuerzo, el trabajo, la responsabilidad. Ante una transformación tan radical como esa, no sorprenderá que cundan, cada vez más, las enfermedades mentales y la afición a las drogas alucinógenas. A eso lo llamo "desolación". La música de fondo es una mezcla de alaridos y contorsiones.

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