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El pesebrero de los políticos

Aquel o aquella que ha alcanzado alguna vez un cargo político pasa a depender prácticamente toda su vida laboral de los Presupuestos del Estado.

Aquel o aquella que ha alcanzado alguna vez un cargo político pasa a depender prácticamente toda su vida laboral de los Presupuestos del Estado.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la vicepresidenta primera y ministra de Economía, Nadia Calviño, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, asisten a la sesión de control que se celebra, este miércoles, en el Congreso de los Diputados en Madrid. EFE/ J.j.guillen | EFE

"Concejales y altos cargos de Podemos preparando la vuelta a sus antiguos puestos de trabajo después del 28M", rezaba una broma que recibí recientemente por las redes sociales a raíz de los desastrosos resultados de la coalición en el gobierno tras las recientes elecciones autonómicas y municipales...

Desgraciadamente no es así, aquel o aquella que ha alcanzado alguna vez un cargo político procura blindarse para el futuro, lo que no le resultará difícil dado que los partidos y sus acólitos elaboran las leyes que a ellos mismos les afectan. Por eso resulta tan atractiva la carrera política para advenedizos y oportunistas. Un ejemplo de ello era el "sueldo vitalicio" (pensión parlamentaria más complemento de ingresos) que recibía todo el mundo hasta el año 2011, en el que los señores diputados decidieron derogar esa ley —aunque sin efecto retroactivo— en vista de la acuciante crisis económica. Fueron parte de las tan criticadas "medidas de austeridad" que impulsó el gobierno de Rajoy. Otra medida de aquel año que se aprobó con la aquiescencia del PSOE fue el llamado "voto rogado" para los residentes españoles en el extranjero, complicada forma de votar por correo que, por cierto, ha sido derogada recientemente por la actual coalición en el gobierno. Una de cal y otra de arena, y a vueltas con las leyes que nos van a volver locos.

Ponerle remedio es difícil, como todo lo que implique reformas profundas, sensatas y conscientes en este país. Y cuando hablo de reformas, hablo de las que se emprenden en beneficio de todos —utilizando conscientemente el genérico masculino para referirme a los ciudadanos de un país, pues por nacionalidades nos regimos— y no de grupos de interés.

—No estaría mal meterle mano a la Ley de la Función Pública.

—Ni se te ocurra mentarlo —me dijo una vez una amiga muy querida—, eso tiene un costo político muy alto que ningún partido está dispuesto a asumir.

Parecía tener razón, pero dándole vueltas al asunto se me ocurrió (y no sé si es algo peregrino) que se podría sembrar para el futuro otra manera de hacer las cosas:

—Se podría dejar que los funcionarios que ya han obtenido un cargo u estén a punto de concursar gocen de los privilegios actuales hasta la edad de jubilación.

—¿Y qué pasa con los que vienen? —preguntó Sancha.

—Para más adelante se podría ir creando una especie de Escuela Superior de Administración Pública al estilo de la que tienen los franceses, pero adaptada a las realidades hispanas. Para obtener cualquier puesto en lo que es propiamente la rama administrativa del Estado habría que pasar por el filtro de esos estudios universitarios y por otros obstáculos interpuestos, como puedan ser exámenes a diferentes niveles y la obligación de ir subiendo progresivamente en el escalafón, a la manera militar. Es lo que se llamaba antes la carrera administrativa.

—No está mal la idea, pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Y, en todo caso, ¿lo ves necesario? ¿No es bueno nuestro sistema de oposiciones?

—El sistema de oposiciones es una solución correcta para una sociedad decimonónica en la que la alternancia del bipartidismo arrastraba consigo a toda la administración. Se trataba de la clientela política, y de hecho lo sigue siendo en cierta medida mediante el sistema de asesores y los cargos de libre designación, por no hablar de la manipulación de ciertos concursos y oposiciones. En ese sentido es en el que se dice que "la administración es el pesebrero de los políticos".

—¡Claro! ¿Si no, cómo van a recompensar a los cuadros medios que los apoyaron?

—La clave es que no haya que premiar a nadie, v.g. que no se pueda premiar a nadie para que los que entren en la administración, en la medida de lo posible, sea por méritos propios al margen de sus ideas políticas.

—Suena muy bonito, ¿pero no crees que se podría intentar manipular ideológicamente la susodicha escuela en un sentido u en otro, por ejemplo a través de los contenidos de las materias que se imparten, el personal docente y los altos cargos directivos?

—Esa es una posibilidad abierta en todo caso, pero no deberíamos dejar en manos del Ejecutivo o del Legislativo la designación de ese personal, sino de un organismo independiente que fuera votado en candidaturas individuales (al margen de las listas cerradas). Órgano, por cierto, que se podría encargar de fiscalizar o "auditorear" periódicamente la gestión económica —que no política— de los gobiernos. Para eso podría servir el Senado, ya que lo tenemos, pero transformándolo para que dejara de ser un cementerio de elefantes.

—Veo que eres rico en ideas, estimado amigo. Me recuerdas un poco a los arbitristas que saturaban con ingeniosas propuestas los gabinetes del valido correspondiente. Olvidas que el íbero es demasiado soberbio como para someterse a decisiones razonables que redunden en beneficio de todos, sino que barre para casa y punto.

—Así es, querida Sancha, pero la idea es crear las condiciones que hagan innecesario o inútil barrer para casa, porque se den otras maneras de ganarse el pan o porque no merezca la pena, o ambas cosas. Por eso lo de limitar los sueldos a unas cantidades más razonables, para que los cargos sean más vocacionales.

—¡Ja! Vocacionales... lo que va a ocurrir entonces es que se dediquen a chanchullos para llenarse el bolsillo con coimas y sobornos.

—¡Pero si de todas maneras eso lo están haciendo muchos a pesar de los sueldos millonarios, los contactos con entidades y empresas, y los privilegios que les brindan los cargos políticos! El objetivo sería librarse de los mediocres para tener gente más excelsa que rija nuestros destinos, ya que nos vemos obligados a mantener un aparato de gobierno... Porque no siempre los más ambiciosos son los mejores, ni los más listos. La verdadera inteligencia no se debería medir ni por la habilidad social dentro de grupos cerrados ni por el rasero de la astucia política.

—Y ya puestos, ¿por qué no nos metemos con el sistema electoral?

—Eso lo dejaremos para otro capítulo, amiga Sancha, no fatiguemos a nuestros lectores.

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