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Una vergüenza intelectual y moral

Esto no fue un debate democrático, ni racional, ni serio con la gente, que es la base de la democracia.

Esto no fue un debate democrático, ni racional, ni serio con la gente, que es la base de la democracia.
Los candidatos a la presidencia del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez (i) y el popular Alberto Núñez Feijoo, antes de iniciar el debate electoral hoy lunes en Madrid. | EFE

"El cansancio de todas las ilusiones y de todo lo que hay en las ilusiones: su pérdida, la inutilidad de tenerlas, el antecansancio de tener que tenerlas para perderlas, la amargura de haberlas tenido, la vergüenza intelectual de haberlas tenido sabiendo que tendrían tal fin". Eso decía el gran Fernando Pessoa y eso que no había tenido la oportunidad de ser testigo de un "debate" electoral como el celebrado entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Pero sí, eso es, desasosiego político y moral es lo que se siente ante tamaña farsa dialéctica.

Puede uno tomárselo a cachondeo del absurdo, como hacían los geniales Monty Python en su famoso gag de la clínica o escuela de las discusiones. Llega un tío y pide pagar por tener una discusión. Tras equivocarse con el departamento de insultos, no sin llevarse antes toda clase de agravios, pasa a comenzar su disputa con el profesional de la trifulca o debate, pero ni lo que dice éste ni cómo lo dice tiene nada que ver con lo que lo que dice el interesado. Al no haber referencias comunes ni respeto por lo evidente ni reglas consentidas, la pelotera acaba en bronca ridícula donde cada uno insiste en su afirmación sin atender a razón alguna.

En la cultura racional occidental, el diálogo, palabra cuyo prefijo ya indica que hay, al menos, dos posiciones básicas diferentes respecto a un tema, trata de exponer argumentalmente las posiciones de cada una de las partes en la confianza de que pueda llegarse a una verdad compartida apoyada en la mejor explicación de las apariencias, las evidencias y las razones. Pero, naturalmente, tanto la mentira –decir lo contrario a lo que se cree con intención de engañar para ganar—, como el monólogo –que ya ha concluido antes de comenzar siquiera la verdad única de la propia posición—, deben ser erradicados. Es la manera más elegante, civilizada y virtuosa de no matarse mutuamente, un gran paso moral sobre la violencia y la guerra.

Precisamente por ello, las democracias nacidas en Occidente son formas morales superiores de encontrar acuerdos y consensos que tienen en los datos comprobados y los argumentos racionales la materia prima con la que nutrir la libertad de decisión que se encarna en el voto, método que implica la creencia en que las personas libres y racionales no atentan contra sus propios intereses y esperanzas. Ciertamente puede ser que la mayoría se equivoque alguna vez, pero más probablemente se equivocará la minoría.

Hay manuales de debate publicados. Incluso en la Junta de Andalucía, por poner un ejemplo próximo, hay normas para realizar debates en las aulas. Hay muchos otros breviarios, o no tan breves, que tratan del diálogo democrático y sus requisitos. Desde Sócrates sabemos que la fuerza de la razón es una forma moral superior a la razón de la fuerza, a pesar de que el destino del inspirador fuese la cicuta. Tras más de veinte siglos, seguimos sin haber elegido el camino de la argumentación serena y bienintencionada y seguimos perpetrando imposiciones violentas de criterios o, como fue el caso del otro día, una pantomima con fines propagandísticos que nada tienen que ver con el respeto a los votantes y la sumisión a los datos comprobados.

Lo que se vio en televisión hace dos días no fue otra cosa que un circo propagandístico que nada tuvo que ver con el conocimiento de los problemas por parte de los ciudadanos, el análisis de las soluciones más ajustadas y convenientes y su valoración ponderada desde el punto de vista del bien común. Ambos contendientes, seleccionados por interés de bipartidismo que se supone más benéfico para la democracia española, no venían a argumentar sus posiciones sino a actuar del mejor modo posible en un escenario donde la razón, la verdad y los datos fiables no tenían cabida. Lo que se pretende no es la reflexión ni la sensatez, sino hacer todo tipo de trampas para sugestionar a los incautos.

En este y otros debates, todo se resuelve, al final, por las alusiones valorativas ad hominem y por la descalificación del contendiente. Por ejemplo, si alguien hubiera querido argüir sobre la necesidad de una reforma de las normas migratorias, visto lo visto en otros países, es probable que Pedro Sánchez, por ejemplo, lo hubiera tildado de racista o fascista sin más. Si alguien hubiera debatido sobre las leyes de género, algo que Feijóo no hizo sabiendo que son esencialmente anticonstitucionales, el calificativo de machista habría sobrevolado el ambiente.

Sobre ningún tema, la entidad organizadora aportó datos fiables previamente contrastados por el público testigo del debate de modo que ninguno de los actores pudiera mentir con impunidad. ¿Cómo puede negarse que el gobierno ha pactado acuerdos con Bildu? Pues se niega, como se trata de hacer ver que el que saca a pasear el Falcon es el otro, no uno. Esto es no un acto público respetuoso con los ciudadanos sino una añagaza para arañar un puñado de votos al contrincante y no hay más. Que si Vox es el demonio (sin matar a nadie) pero Bildu y Podemos son santos (con asesinos y agresores sexuales en la mochila, respectivamente). Esto no fue un debate democrático, ni racional, ni serio con la gente, que es la base de la democracia.

Dicen que ganó Feijóo y su partido. Pues miren que bien. Pero nosotros, el bien común nacional y la democracia llevamos décadas perdiendo.

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