
El 10 de julio de 2023 será la fecha de un nuevo comienzo. Ese día los españoles percibieron quién es el líder político más importante del país. No cabía ningún género de dudas. Sánchez no era nada al lado de Feijóo. Quienes despreciaron el debate "cara a cara", entre otros motivos, porque solo movilizaría al 1% de electorado, deberían aprender de una vez por todas que la política nunca es a priori; nadie puede predecir los resultados de un acto político, y menos aún un periodista, un profesional de una empresa política permanente, cuya principal misión es, precisamente, la gestión y ordenación de lo que en principio es para un ciudadano medio un caos político.
El debate ordenó, definitivamente, lo desordenado. Desapareció el caos introducido por Sánchez para ocultar su derrota de mayo. El 10 de julio marca el inicio de una nueva política para todas las tendencias ideológicas. Todo el mundo percibió con claridad y distinción a un líder. Fue el golpe mortal al sanchismo. Sánchez perdió por completo su carisma y, en su lugar, emergió un nuevo líder de la nación. El resto son pamplinas y fanatismos para rellenar páginas de periódicos y horas de emisión. Mientras esperamos que la noche del 23 de julio confirme lo sucedido en el debate, nos queda dilucidar un asunto clave, esencia de toda política liberal y democrática, a saber, la lucha, conquista de aliados y, naturalmente, un respaldo voluntario de amplias cohortes de ciudadanos.
Arte difícil está siendo para Feijóo ejercitarse en esa lucha. Pero no diría yo que le esté saliendo mal, en primer lugar, porque la zarrapastrosa y ridícula propaganda socialista contra los vínculos entre PP y Vox no engaña a nadie, es decir, no mueve votos a favor del PSOE; y, en segundo lugar, porque el país entero, incluido los fanatizados votantes del PSOE, saben que Sánchez perderá las elecciones, aparte de por la pésima gestión económica, porque pactó para llegar, y mantenerse en el poder, con el ‘brazo político’ de ETA y con los separatistas y golpistas de ERC y JxC, y además los ha indultado y regalado la ruin reforma del Código Penal, al tiempo que aprobaba con Podemos la "Ley Sisi" que ha favorecido a más de 1.100 delincuentes sexuales. En fin, por muy mala que sea la política de aliados de Feijóo nunca admitirá parangón con los aliados de Sánchez.
Y, sin embargo, aún inquieta a cualquier observador imparcial de la realidad política que el suelo electoral de Sánchez sea todavía tan amplio y holgado. Las encuestas dicen que perderá, sí, pero todas las encuestas le dan un número considerable de escaños. El sanchismo, última forma de un socialismo totalitario, sobrevive. Es tanta la inquietud de esos datos que pocos en España confían en que el proceso electoral sea limpio. La fecha de convocatoria de las elecciones, la gestión del voto por correo y, sobre todo, el pasado de Sánchez intentando dar un "pucherazo" en su propio partido, provocan sospechas en cualquier ciudadano normal. En otras palabras, quizá no den el pucherazo, pero las ganas de darlo no se las quita nadie.
Hay, por fortuna, una una filfa sanchista que los españoles de bien no han olvidado. Sánchez ha hecho todo lo contrario que prometía, con el perverso argumento de que ha cambiado de opinión. Pensó que su liderazgo acabaría borrando esa mentira, pero se equivocó en los comicios del 28-M, en debate del 10- J y caerá el 23-J. El sanchismo, o sea, convertir todo proceso electoral en un plebiscito sobre su persona, ha muerto. Pero, nadie se equivoque, quedan sus votantes. A esos, sí, está mirando el inteligente Feijóo, cuando apela al PSOE de Emiliano García-Page
