
El viento de la libertad y la inteligencia dejó de correr hace tiempo en España. Duró poco esa brisa fresca. Pronto se impuso la hez de los socialistas sobre la libre creatividad. Sé bien de lo que escribo. Ya al poco de llegar al poder el PSOE, sufrí su persecución. Fui censurado en directo en Radio Cadena Española, delante de muchos testigos que me acompañaban, en los viejos estudios de los antiguos sindicatos, en el Paseo del Prado. Cortaron el programa que se emitía en directo para las setentas o más emisoras de esa cadena pública. El director general obedecía ordenes directas de Alfonso Guerra. No fue una anécdota. Era lo normal. O estabas con los sociatas o matarile. Era su estilo. Siempre fue así. Después, algunos años después, volví a sufrir otra persecución. Está fue aún más cruel. Fui un modelo para que nadie se moviera libremente en la Universidad española sin permiso de los socialistas. Libertad y PSOE no casan bien. Otra vez, el estilo de Guerra triunfó: "Quién se mueva, no lo duden, no sale en la foto". Ordeno y mando. Los viejos usos del franquismo pasaron al PSOE. De hecho, salvo Utrera Molina, fueron millones de franquistas los que nutrieron las filas socialistas. Sí, recuerdo bien cómo los sociatas de Andalucía me expulsaron de mi cátedra de la Universidad de Almería sin que nadie jamás haya explicado por qué… Ya no estaba Guerra sino sus descendientes. Por cierto, en esa época, estaba la derecha en el gobierno de España; fueron muy amables conmigo, incluso su presidente me llamo para solidarizarse con mi expulsión. ¡Qué hombre más simpático Aznar! Habían cambiado algunas formas, pero el fondo su comportamiento era de gente acobardada por el poderío sociata. Les agradecí sus buenas palabras y, desde entonces, miro con escepticismo todo lo que sale de la boca de un político. Me preparé, al fin, para atravesar el camino del desierto. Un país hecho de retazos y de desechos de tientas. Imagino que como otros tantos que forman parte de la UE. En fin, querido lector, procuro ganarme la vida con dignidad y, de vez en cuando, salirme de mis casillas, es decir, mostrar las falsas apreciaciones de hombres públicos que han hecho más mal que bien a nuestro país. El citado Alfonso Guerra es un ejemplo de libro. Su impostura es de un hedor nauseabundo. Sí, ahora va de escritor de columnas moralistas en un periódico digital, pero su pasado es su pasado, y no lo borra ni la madre que lo parió. Sí, lo dominante en España, desde que Alfonso Guerra y Felipe González llegaron al poder, fue la cultura subvencionada, o sea incultura para todos. Sí, Guerra, ese que ahora va dando lecciones de moral por todas partes, fue uno de los principales responsables de la persecución de la inteligencia y la libertad de creación. Ha llegado, pues, el tiempo de hacer memoria crítica del pasado. Es menester saber que los males de hoy tuvieron su origen en gentes como Alfonso Guerra y su amplia cuadrilla de acompañantes, entre los que se contaban Tezanos. El afrancesado y culto Semprún les llamaba la cuadra de los Botejaras o algo así… Pues eso, que ahora viene el jefe de los Botejara en plan fino y, como si fuera un nuevo San Isidoro de Sevilla, se plantea en un periódico con nombre inglés, The Objetive, un interrogante de cartón-piedra más falso que sus memorias: "¿Existe un ideal lo bastante alto como para justificar que los hermanos se maten entre sí?". Obvio. Nadie decente plantearía algo parecido. La vida, una vida digna, está por encima de cualquier abstracción que implique el asesinato o la muerte. Quien nos conmina a pensar con ese tipo de cínico interrogante, solo nos merecen desdén. Y, sin embargo, tengo que reconocer que este tipo de actitud sedicentemente moral está cada día más extendida por toda España. Los malos y perversos políticos quieren aparentar bondad. Terrible. Por fortuna, el espacio de crédito de estos nuevos impostores es cada vez más estrecho, pero, por desgracia, su poder es cada vez más amplio y se ejerce, como es el caso de Guerra, con la mayor fachatada altanería. Pretendía plantear un dilema moral sin saber que eso en lógica es irresoluble. Sobra decir nada sobre una de las mentiras que repiten los socialistas desde la noche de los tiempos: todos los intelectuales estuvieron con la República. Guerra lo dice con una anfractuosa y mejorable prosa: "En la novela se expresa con claridad la preocupación que tienen los dedicados a la cultura por el hecho de que todos los intelectuales estén del lado de la República".
