
La izquierdona española, en colaboración con una parte de la derechona y casi todos los grandes medios de comunicación, agitación y propaganda, ha vuelto a ganar: los españoles están hoy más enfrentados que nunca. La ideología ha matado la política. La concepción de guerra civil permanente, defendida por casi todas las perversas élites políticas, vuelve a triunfar. La cosa es tan grave que hasta quienes descubrieron recientemente la idea de nación española tratan de parar la tragedia recurriendo al monarca. Quieren que Felipe VI, como en el intento de golpe de Cataluña, salga a la palestra y detenga la desaparición de lo poco que queda de España… La petición intelectual no es descabellada, pero tiene demasiado riesgos, especialmente, se corre el peligro de que desaparezca la última institución que mantiene una idea de nación española.
Cuidado, pues, con exigir demasiado a un monarca con tantas limitaciones legales. Antes deberíamos interpelar, demandar y forzar un mayor compromiso intelectual y un poco de coraje político al partido que ha ganado las elecciones. Mil son la acciones que aún podría realizar el PP, pero hay una de carácter político, o mejor, ideológico (sic) que debería ser prioritaria: acabar con el mito, o sea el gran engaño, de los buenos y los malos, de la derecha y la izquierda, que ha vuelto a ser la gran coartada de los poderosos para seguir tratando a la ciudadanía como morralla. Sí, parece una condena eterna que los españoles debemos sufrir sin pestañear. Mientras exista el mito de la derecha y la izquierda, hoy llamado engaño de bloques, no habrá democracia en España.
Nada ocurre en la historia para siempre, dijo el último presidente de la Segunda República en el exilio. Ojalá los futuros historiadores de la España actual, o sea de lo que queda de nación española, le den la razón a don Claudio Sánchez Albornoz, pero yo tengo mis dudas a tenor, por un lado, de las falsas políticas exhibidas por el PP para satisfacer a sus votantes, y para qué hablar de sus relaciones con VOX, y el totalitarismo socialista, o mejor, la política de exclusión de cualquier pacto con el PP, impuesta por el gobierno de Sánchez. Creo que el mito de las dos Españas, la de los buenos y malos, la de la izquierda y la derecha, ha vuelto a triunfar como en nuestro peores tiempos. La eterna guerra civil en que vive España desde tiempos remotos parece insuperable. Es la base de los manipuladores de conciencias que han puesto a Sánchez en el poder. El comportamiento de una parte importante de la élite política española, por no decir casi toda, está haciendo fracasar el atinado diagnóstico de don Claudio: "El enfrentamiento de nuestras ideas sobre el ayer remoto o próximo puede ser fecundo para la formación de la conciencia nacional. Siempre que las dos Españas de los tiempos nuevos (…) renuncien a vivir en perdurable guerra civil, y se convenzan de que son contradictorias, pero parejas y complementarias y de que su convivencia pacífica y jurídica no sólo es posible sino necesaria".
El tinglado político montado por Sánchez, último escalón del zapaterismo y el famoso pacto del Tinell, suscrito en el año 2003 entre socialistas, catalanistas e ICV (rojiverdes) para aislar al PP de cualquier opción de gobierno, está siendo otra vez la referencia clave de la política de Sánchez. Ese horror, nadie se engañe, está funcionando perfectamente en términos ideológicos. La negación del PSOE a suscribir en Ceuta un pacto con el PP es otra prueba, por si alguien necesitaba más, de su eficacia. Si el PSOE no quiere una pacto con el PP en Ceuta, entonces empieza a ser una quimera la idea de que pudiera hacerlo en España… La fábula, el engaño y la mentira han vuelto a ganar a lo real, cierto y verdadero. La ilustración, la voluntad de verdad, constante de los pueblos más civilizados de la historia de la humanidad, ha desaparecido en España. Seguiremos instalados en la oscuridad. El sentido común, o sea político, ha vuelto a fracasar en España. Las élites políticas han logrado eliminar el empuje de la sociedad civil y, de paso, presentar como ganador a un perdedor, como responsable de la gobernabilidad al principal culpable de un país moral, económica y políticamente destrozado. ¿Qué hacer? Persistencia en la búsqueda de la verdad. Protestar para sobrevivir, pero asumiendo que la sencilla voluntad de ilustración ha desaparecido de las grandes instituciones de socialización de la vida pública. O sea el tinglado político está casi muerto en términos democráticos. El día 17 de agosto, cuando se elija al Presidente de las Cortes, diremos si esto tiene alguna viabilidad, o es sencillamente un lugar para representar una mala obra de teatro titulada: Sánchez, un líder político.
