
La única vez que hablé con Espinosa de los Monteros fue en una tertulia radiofónica mucho antes de que naciera Vox. Sus opiniones eran razonables y su búsqueda de inspiración en el ideario liberal bastante sincera, entre otras cosas porque en esos momentos no tenía nada que ganar ni que perder. Ni él ni Santiago Abascal, al que acompañaba ese día para hablar de las actividades de Denaes, asociación patriótica que acabaría siendo uno de los fermentos de Vox. Su dimisión es una mala noticia para los votantes menos radicalizados (la mayoría) y una excelente nueva para el Partido Popular, que tiene a partir de ahora mucho más fácil recobrar parte de los 3 millones de votantes que se fueron con Abascal asqueados por las traiciones de Rajoy.
En Vox siempre ha existido una vena friki que enervaba a muchos de sus votantes, a pesar de lo cual seguían votando esas siglas, convencidos de que el sustrato liberal presente en sus programas electorales y defendido por dirigentes como Espinosa de los Monteros era suficiente para contrarrestar los arrebatos conspiranoicos y los delirios sobre cuestiones más propias de una secta milenarista que de un partido político.
En Vox es tradición que los candidatos en las elecciones municipales y autonómicas centren sus campañas en la denuncia de la conspiración internacional promovida por Soros para acabar con la Europa cristiana o en los males de la inmigración, dos cuestiones que, como es bien sabido, no corresponde gestionar a las instituciones a las que aspiran a representar. A pesar de esos excesos retóricos, los programas electorales incluían medidas en defensa de la libertad, la propiedad y la seguridad de todos los ciudadanos que suponían una suficiente compensación. No está claro que ese equilibrio vaya seguir siendo observado si el partido conservador termina siendo controlado por una camarilla que entiende la política como una especie de misión divina encomendada a unos pocos elegidos, en lugar de una herramienta para mejorar la vida de la gente a través de la gestión del presupuesto público.
Los dirigentes de Vox deben entender que la misión de un partido político no es plantar cara a las asechanzas mundialistas, sino ganar las elecciones. Y si no es posible, al menos alcanzar un buen resultado. Socialistas y populares se lo han puesto bien fácil, porque ambos gestionan muy mal las competencias administrativas y despilfarran los recursos públicos en disparates conspiranoicos como la ideología de género o el calentón global. Una campaña basada en defender la austeridad, señalar la ineficacia de la administración de los asuntos que afectan directamente a los ciudadanos y denunciar las imposiciones sectarias inventadas por la izquierda y abrazadas por el PP convierten a Vox en una referencia útil para los intereses reales de los votantes. Censurar obras de teatro que no ve ni Dios o dedicar las intervenciones de los plenos de municipios de 3.000 habitantes a la guerra cultural convierte a Vox en una caricatura que nunca va a poder gobernar y, por tanto, carece de utilidad.
¿Por qué se ha ido Espinosa de los Monteros? Por cuestiones personales y tal, pero en tal caso uno no dimite al mes siguiente de unas elecciones, cuando aún no se ha constituido el parlamento, sino bastante antes de que se confeccionen las listas electorales para evitar, precisamente, la espantada posterior. Sus verdaderas razones las conocen él y sus allegados, pero lo sustancial es que con su marcha y la defenestración de otros dirigentes pertenecientes a esa misma tradición liberal, Vox corre el riesgo de acabar convertido en el Podemos del PP. Igual es lo que quieren los que mandan ahora, vaya usted a saber.
