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Agapito Maestre

La utopía rearmada

Hispanoamérica, empezando por España, es el reflejo perfecto de la absoluta decadencia de una civilización cuyo centro no es otro que la violencia.

Hispanoamérica, empezando por España, es el reflejo perfecto de la absoluta decadencia de una civilización cuyo centro no es otro que la violencia.
Fernando Villavicencio en un mitin en Quito minutos antes de ser asesinado. | EFE

Desconozco por completo los entresijos de la situación política de Ecuador. Pero quiero escribir sobre este país, o mejor, sobre el asesinato de un hombre que se presentaba a la presidencia de Ecuador. Porque me sitúo "más allá del bien y del mal", es decir, de las generalidades y abstracciones sobre el bien y el mal, busco un punto en común entre Ecuador y España; sí, querido lector, porque el hombre normal, un pacífico ciudadano, no debe jamás situarse al margen de lo bueno y de lo malo, de los bienes y males concretos, escudriño un rasgo común entre la política española y la de Ecuador. En verdad, lanzo una humilde red, hecha de conceptos e intuiciones, al proceloso mar de una civilización y una cultura marcadas por la historia y el presente de España, la de la America española, con ánimo atrapar una sencilla verdad para seguir viviendo con dignidad.

Formulo el asunto con una frase interrogativa: ¿es posible en Hispanoamérica, Latinoamérica o Iberoamérica, que de todas esas formas diferentes llaman a ese mar, vivir en paz? La respuesta inmediata es inequívoca. Está sujeta a la necesidad. Hoy por hoy, eso, vivir en paz, es imposible, pero un hegeliano de bien, por mucho que ame a Spinoza, no puede renunciar al intento de hacer posible lo imposible, aunque eso quedará para otro día, porque hoy toca levantar acta de lo inamovible. De la necesidad. Sí, el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato a las presidenciales de Ecuador, es un terrible ejemplo de la tragedia política de Hispanoamérica. Nadie puede devolverle la vida a un hombre muerto. La violencia y el crimen organizado han sustituido a la política. La vía pacífica, esa por la que apostaron a finales del siglo pasado y comienzos del XXI, los partidos políticos de corte liberal y socialdemócrata, está dando sus últimas bocanadas. Ahora le ha tocado a Ecuador. Mañana puede ser otro país. Nadie se llame a engaño sobre la crisis profunda de las sociedades de Hispanoamérica (incluidas las poblaciones de Brasil, España y Portugal).

Ecuador no es una excepción. Es solo una muestra. Quito, capital de Ecuador, una ciudad de la periferia de Hispanoamérica, es hoy el centro de una civilización en plena decadencia política. Dentro de unos días, seguramente, ese puesto lo ocupará Madrid; la capital de España será el mejor ejemplo de la periferia de la periférica civilización hispánica: la mayoría de los españoles tendrá que someterse al dictado de unos delincuentes; más aún, corremos el riesgo de que los delincuentes sean elevados a la categoría de mártires. Sobran los ejemplos para demostrar la decadencia de Hispanoamérica a la hora de organizar la convivencia entre ciudadanos, pero no es baladí recordar que durante los mandatos de Felipe González, el socialista que gobernó trece años España, España apostó por la vía democrática para nuestras naciones; sin embargo, hoy, socialistas como Zapatero y Sánchez ven con buenos ojos, si es que no apoyan, las vías revolucionarias y violentas para la resolución de conflictos políticos. Sí, Correa, el expresidente de Ecuador, buscado por la justicia de su país, amenazó de muerte a Villavicencio y su dictum fue cumplido por criminales a sueldo. También en España un expresidente de un mesogobierno regional, Puigdemont, un delincuente buscado por la justicia, y protegido arbitraria e injustamente por la llamada legalidad de la Unión Europea, podría acabar determinando quién gobernará un país de la periferia de Hispanoamérica. Sánchez, o quizá Feijóo, pudieran ser investidos, en efecto, por el voto de un tipo perseguido por la justicia.

Esa comparación, querido lector, no es demagógica. Es una sencilla ilustración de una civilización que nos lleva al precipicio. La violencia determina la vida política. En realidad, hace desaparecer la política. El asesinato de Villavicencio, ciertamente, no admite parangón con las formas de brutalidad española para elegir un presidente de Gobierno. Son actos muy diferentes, pero su denominador común está a la vista de todos: ha desaparecido por completo el sentido común. Político. En su lugar se enseñorea la violencia, el crimen y la injusticia. Y, encima, por si fuera poco, viene un indocumentado español, un estulto, para justificar tal atrocidad diciendo: "Si hubiera gobernando Correa, Villavicencio no estaría muerto". El asesinado aparece como si fuera el culpable. Terrible. Este tipo montó un partido político, Podemos, que aún sigue gobernando España. La representación parlamentaria de ese partido es hoy escasa, pero no porque su esencia, hacer de la violencia, la mentira, en fin, de la ideología el eje de la política, haya desaparecido, sino porque ha sido incorporada al "ideario" socialista de Sánchez y los mil comunismos que se han "sumado" al de Yolanda Díaz…

Hispanoamérica, empezando por España, que es un país más de esta comunidad de naciones unida por lazos históricos y obvios intereses materiales, es el reflejo perfecto de la absoluta decadencia de una civilización cuyo centro no es otro que la violencia. La utopía de la izquierda hispanoamericana, desarmada intelectual y moralmente durante décadas, ha vuelto por sus violentos fueros. Ha sido perfectamente rearmada por el narco-terrorismo, el crimen político y el terror, sin descartar nunca la ayuda de ese grupo poderoso que sigue ocupando el estrellato del escenario político: los "intelectuales" (profesores, periodistas, editores, poetas, artistas, cantantes y los abajo firmantes…). Son miles de individuos perorando contra el "fascismo", una fantasmagoría para justificar sus tropelías, gente que habla sobre el bien y el mal en general, o sea, sobre Nada. Abstracciones. Siempre huyen de denunciar el mal concreto y, por supuesto, rehusan aplaudir el bien común. Pero rara vez se esconden de sus jefes. Lo dan todo por ellos aunque sean tan bárbaros como Correa, Puigdemont, Maduro, Ortega, Díaz-Cane, Petrov, López Obrador y otros así… La violencia y sus intelectuales hispanoamericanos componen una imagen exacta de la decadencia de una civilización.

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