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Santiago Navajas

España descuartizada

Ni se imaginaba Ortega que un día llegaría a ser presidente de España un político como Sánchez.

Ni se imaginaba Ortega que un día llegaría a ser presidente de España un político como Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el acto de arranque de la campaña electoral del PSOE. | EFE

Era un ingenuo Ortega y Gasset. A los pocos meses de proclamarse la Segunda República ya estaba quejándose de que "no es esto, no es esto" y de que los parlamentarios no usasen la cabeza sino para embestir. Las ensoñaciones de los filósofos suelen producir pesadillas en el común de los mortales. La Segunda República adquirió desde sus orígenes una tonalidad sectaria, autoritaria y demagógica que no podía gustar al espíritu orteguiano, tan aristocrático como racionalista y liberal. Otra de sus ingenuidades fue pensar que el problema de la secesión de Cataluña y el País Vasco únicamente se podía sobrellevar, es decir, soportar con resignación. Ni se imaginaba Ortega que un día llegaría a ser presidente de España un político como Sánchez, que no es que se resigne al desmembramiento de España que plantean sus socios y aliados golpistas y filoterroristas, sino que él mismo va a empuñar el cuchillo de carnicero para descuartizar una España agonizante.

Se asombraba en Twitter Alejo Schapire, periodista argentino afincado en París y autor de La traición progresista que reseñé en este periódico, de que un golpista y prófugo de la Justicia sea el que esté arbitrando quién y cómo va a gobernar en España. Se lo explicaba a sus compatriotas usando analogías del cono sur americano:

¿Se imaginan un mapuche que quiere la independencia de la Patagonia decidiendo desde Costa Rica quién debe ser el presidente argentino? Bueno, en España es lo están comiendo en estos días.

Le faltó especificar a Schapire en su analogía que el mapuche (del pueblo indígena araucano) estaba en Costa Rica como delincuente reclamado por la Justicia para responder por sedición. También que no solo nos vamos a comer que Puigdemont gobierne España desde Bélgica, mientras sus secuaces ignoran al Rey y humillan sistemáticamente al Parlamento porque es la sede de la soberanía española que pretenden destruir, sino que estamos asistiendo a la mutación del sistema político español: desde un Estado integral estructurado en autonomías a un Estado confederado en el que la Nación española va a ser devorada por las "nacionalidades" que según la Constitución la forman.

Sánchez se caracteriza por huir de las definiciones estrictas para refugiarse en vaporosas y vagas referencias al sentimentalismo. Cuando Patxi López le preguntó si sabía definir qué era una nación contestó que un sentimiento. Cuando Santiago Abascal le pidió que especificase qué es una mujer, calló, pero igualmente podía haber dicho que un sentimiento. Los sentimientos son como los gustos, que no cabe pedirles justificaciones racionales. Dada la posmodernidad en la que está instalado Sánchez, cualquier comunidad, aunque sea de vecinos, puede sentirse nación.

Los españoles que nos declaramos a un favor de un Estado de Derecho y defendemos que la nación española se constituye objetivamente de tradiciones, instituciones, valores y relaciones entre españoles de distintas generaciones y lugares, estamos en inferioridad de circunstancias respecto a los nacionalistas xenófobos como Puigdemont y Otegi, así como socialistas posmodernos como Sánchez, porque somos respetuosos con la ley, defendemos los derechos fundamentales y no estamos dispuestos ni al golpismo, ni al terrorismo, ni a subvertir torticeramente el imperio de la ley desde tribunas académicas ni sedes judiciales.

Hemos pasado de sobrellevar a los nacionalistas a ayudarlos en la tarea de descuartizar España. La socialista mallorquina Francina Armengol va a permitir que el Parlamento español, sede de la soberanía nacional de un país que tiene un idioma común y oficial, se convierta en un galimatías a mayor gloria de un aumento de un gasto ineficiente en traductores en nombre, dicen, de la riqueza de la diversidad lingüística. No ha aclarado Armengol si un discurso en vasco va a ser traducido solo al español o va a haber que traducirlo también al catalán, el gallego y, próximamente, al bable y el granaíno. Va a haber más traductores que parlamentarios. En el Génesis 11: 1-9 leemos que Dios desbarató el plan de los hombres de desafiarlo construyendo una torre que llegara hasta el cielo:

Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma para que ya no se entiendan entre ellos mismos.

Hubo un tiempo en el que el pueblo español unido por una lengua común y enriquecido por lenguas comunitarias lograba todo lo que se proponía. Hoy, enquistados en el particularismo de la identidad, el narcisismo de la diferencia, y la reivindicación de la anécdota, somos cada vez más una colección de tribus, taifas y aldeas. Me pregunto si el Aznar del Pacto del Majestic con Pujol seguirá hablando catalán en la intimidad y habrá aumentando sus habilidades políglotas al aranés.

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