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De la historia de un país sin Nación

La creciente decadencia desde Suárez hasta Sánchez, pasando por González, Aznar, Zapatero y Rajoy, ni siquiera tiene un digno cronista.

La creciente decadencia desde Suárez hasta Sánchez, pasando por González, Aznar, Zapatero y Rajoy, ni siquiera tiene un digno cronista.
Congreso de los Diputados. | EFE

La deriva de un Estado sin Nación nos lleva al abismo. No sé qué vendrá después de esto, pero me atrevería a decir que será peor. Todo es empeorable. No elevo a categoría metafísica mi pesimista concepción antropológica de la existencia. Al revés, presento mis disculpas a quien este leyendo esta columna. Más aún, creo que nadie con un poco juicio puede dejar de levantar acta de más de cuarenta años sin guerra, si nos olvidamos, naturalmente, de las miles de víctimas de los terroristas de ETA, que contaron siempre con la complicidad no sólo de otros partidos políticos antinacionales, sino de agentes intelectuales muy reputados en los ámbitos universitarios y los medios de comunicación. Los separatistas nos mataban, nos prohibían hablar en español, por ejemplo, en Cataluña, nos censuraban libros y así otras miles de tropelías…

Pero, sí, había paz y, a veces, no fue de cementerio. Estábamos contentos, aunque todos presentíamos que escaseaba nuestra moral como sociedad. ¡Moral social! Y es que una sociedad sin moral nacional, sin autoestima, no es capaz ni siquiera de enfrentar sus terribles dependencias. Ni siquiera sabe cuáles son las más peligrosas. España, sí, como sociedad flaquea por todas partes. Nuestras sumisiones, como nación, o sea, nuestra falta de autonomía es de tal envergadura que apenas nadie se preocupa de la lengua de todos los españoles, de la industria nacional, de las empresas nacionales (lo de Telefónica y la familia saudí es para que se pegara un tiro el irresponsable que lo ha permitido), en fin, de lo común. De España. De ahí que la sociedad española no entienda qué sucede. Está anestesiada. Mira al poderoso, por ejemplo, a Sánchez, con una mezcla de arrobo y desprecio. Espera entontecida con sonrisa boba a que la sigan humillando. Sí, nadie deja de susurrar la expresión nihilista más desgraciada, melancólica y nostálgica, en fin, enferma que haya oido nunca: "Es lo que hay".

Y, sin embargo, si alguien nos pidiera un recuento, yo diría que hay de todo en la historia reciente de España. De algunos acontecimientos me siento muy cercano, e incluso orgulloso; de otros, me avergüenzo. Imagino que a todos nos sucede algo parecido sobre las grandezas y miserias de España. Todavía hoy podemos decir, como en los tiempos de Machado, los españoles hemos ido por el mundo sin hacer mal papel. Hay ciudadanos ejemplares por todas partes. Personas dispuestas a contribuir a engrandecer la sociedad que les ha tocado en suerte. Ser digno de la Historia de España, incluso de la actual, debería ser la máxima aspiración de un español. La consigna moral no puede ser otra que "aguanto y resisto". De aquí no me mueve ni Dios. Me quedo en este lodazal, como diría el clásico, para mejorarlo. No voy a entregar España, a lo poco que queda de una gran Historia y de un proyecto político mínimo de recuperación, a sus enemigos. A pesar de todos los males de la Nación, empezando por nuestra falta de autoestima, de no querernos a nosotros mismos, siempre les ha quedado a los españoles de todas las épocas un rescoldo, una pequeña brasa, de la historia de España para que no se apague el fuego que mantiene caliente la casa.

Pues bien, o sea mal, tengo la sensación de que esa última ascua de vida española muy pronto será pisoteada hasta quedar enterrada para el resto de los tiempos. La creciente decadencia desde Suárez hasta Sánchez, pasando por González, Aznar, Zapatero y Rajoy, ni siquiera tiene un digno cronista. ¿Dónde hallar el poeta, el novelista, el intelectual, que cuente nuestra derrota? ¡De cine para qué hablar! La decadencia es absoluta. Tenemos que conformarnos con plañideros de ocasión. Malos políticos que ahora se arrepienten de las miserias que ellos produjeron, aunque ni siquiera tienen valentía para manifestar que Sánchez es un resultado final, la consecuencia, de sus repetidos desprecios a la Nación… Algo importante, decisivo para darle identidad a las personas, ha ido mal, muy mal, en esta época de "democracia", hasta el punto de que hoy son cientos de españoles, profesionales de reconocido prestigio en sus respectivos ámbitos, que prefieren un futuro para sus hijos lejos, muy lejos, de España. Tiene que haber sucedido una auténtica desgracia social para que una parte significativa de la sociedad española, especialmente la llamada materia gris de este país, prefiera que sus hijos no sólo sean educados fuera de España, sino que, por favor, no regresen nada más que para hacer vacaciones. Es duro, sí, que miles de españoles no quieran que su descendencia viva en España.

Aquí no hay futuro. Esto lo escucho un día sí y otro también. Lo escucho en la radio y lo leo en los periódicos. Lejos de mí criticar a esta gente por querer un futuro mejor para sus hijos. Lo entiendo. Pero no puedo dejar de despreciarlos por su carencia de patriotismo. De amor a España. Ya sé, ya sé que esto hace tiempo que se ha sido al carajo. Pero ahora, cuando pintan bastos, es la ocasión para plantar cara a los enemigos de España, empezando por el PSOE y terminando por los del PP, por todos los partidos que jamás dejaron de cambalachear con la escoria terrorista y separatista. También ha llegado el momento de decirles a los cobardes nihilistas, esos que ni siquiera saben que la negación es concreta o no es, sois tan cobardes como los diputados socialistas que votarán amnistiar a los golpistas. Nihilismo barato para ocultar la cobardía

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