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Juan P. Ledesma

El Monolito

La tecnología, que se supone nos iba a simplificar la vida, en realidad nos la está complicando.

La tecnología, que se supone nos iba a simplificar la vida, en realidad nos la está complicando.
Fotograma de 2001 una odisea en el espacio

Resulta que el otro día me hicieron tres cobros indebidos con la tarjeta de crédito en una tienda, entidad, corporación o lugar en el infinito virtual donde yo jamás había pisado siquiera con la imaginación. Descubrí lo al consultar el extracto de la cuenta en Internet, con mi ordenador tranquilamente sentado en casa, aunque el mismo banco —que ya ha cerrado casi todas las sucursales para no tener que atender personalmente— recomienda en su Web que te pases a la App del móvil, porque pronto no será posible hacer operaciones en el browser, dicen. Resulta sorprendente la cantidad de inglés que estamos aprendiendo. Supongo que lo que pretenden es que la gente lo resuelva todo de camino y lleve la oficina consigo en ese aparatito imprescindible para la vida hoy en día y que bien se podría comparar con el "monolito" en la película de Kubrick. Nosotros somos los monos gesticulando entusiasmados cada uno con su monolito particular en la mano como una extensión más de nuestro cerebro o de nuestros miembros biológicos, al cabo de ser sustituidos por los tecnológicos...

¿Cómo se te ocurre salir sin el móvil? Le dijeron a una amiga que piensa como yo y que, en rebeldía, se negó a volver a su casa en busca del monolito y, cosa rara, no le pasó nada durante el paseo que dio por los alrededores, e incluso llegó a hablar con alguna que otra persona. Pero el monolito esperaba impaciente en casa cargado de avisos, estupideces en los grupos y redes sociales, mensajes y llamadas perdidas de gente indignada porque no había respondido inmediatamente, y que se tomaban como una ofensa personal el escaqueo de mi amiga.

Bueno, sigamos. Como descubrí tres cobros fraudulentos en la credit card, traté de ponerme en contacto con la banca online que, tras considerable periodo en espera y la introducción de códigos, claves e identificaciones varias, llegaron finalmente a informarme que los cobros indebidos en las tarjetas de crédito solo se pueden reclamar a Visa si se presenta una denuncia policial en regla. ¿Presentarla dónde, dije, si en esta ciudad ya no tienen sucursal bancaria? Puede usted meterse en la web, descubrir no-sé-qué sección para reclamaciones y escanear la denuncia, o bien enviárnosla por correo. ¿A qué dirección? En la web no encuentro ninguna... Por cierto, ¿cuáles son las comisiones que cobran por sacar dinero en efectivo? El otro día me dieron un palo en un cajero que no me informó de nada, y el banco del cajero no se quiere hacer responsable, dicen que es cosa de mi banco. La señorita por teléfono, muy amable, me dio toda clase de evasivas y me explicó que las comisiones están variando continuamente y que por eso no se publican en el portal del banco. Además, parecía decirme sin palabras, ¿qué haces sacando dinero en efectivo, no sabes que eso está ya mal visto? Ahora todo se paga con tarjeta o con Bizum, el efectivo está en desuso. Y de paso todo el mundo sabe los pasos económicos que damos, pensé maliciosamente.

Parecería una contradicción con la multa de aparcamiento en zona azul que me pusieron el otro día y que podía cancelar por siete euros durante las dos horas siguientes, pero el aparato expendedor de tickets solo aceptaba monedas. No tenía suficientes y el mojón de la policía municipal en esa ciudad española no aceptaba tarjeta para el pago o cancelación de la multa, así que me dirigí a una cercana sucursal bancaria del Santander con la intención de cambiar un billete de diez euros. El empleado en la caja —afortunadamente estaba dentro del horario de pagos restringido a dos horas exactas— me visualizó irónicamente diciéndome que tenían estrictamente prohibido cambiar cualquier dinero. ¿Y por qué? Le pregunté, aunque no debía haberlo hecho. Esta vez con una ojeada de desconfianza me espetó: por el blanqueo de dinero. ¿No sabía que el dinero en efectivo no es rastreable por las autoridades competentes? Hala, vete al bar de al lado y compra una bolsa de quicos para que te cambien el billete y puedas pagar la multa... Cuando me di cuenta, había trascurrido media mañana y no había hecho la mitad de las gestiones que me había propuesto. Justo castigo a mi iniquidad.

Precisamente por eso llegué un poco tarde a la comisaría de la policía nacional, donde debía presentar una denuncia por los cobros en la tarjeta de crédito. La comisaría estaba petada, con una cola de gente esperando horas para hacer denuncias de todo tipo y color, pero muy especialmente por fraudes informáticos, según me informó un amable policía que me aconsejó venir otro día una hora antes de la apertura para poder ser el primero. Así lo hice, pero de todas maneras tuve que esperar otra media hora a que me atendieran sin que se me dieran explicaciones, tiempo que transcurrió sin embargo muy ameno contemplando como las y los policías conversaban animados con el personal de limpieza e intercambiaban chascarrillos, anécdotas e información de interés para sus puestos de trabajo. De vez en cuando aparecía una comisaria-inspectora de paisano que, con reconcentrada mirada, paseaba un enorme pistolón a la cintura. Cuando finalmente me atendieron, resultó que era imprescindible un extracto certificado por el banco de los cobros en la tarjeta. ¡Pero si el banco no tiene sucursal aquí! Se me escapó con un tono de indignación que me valió una mueca de reproche por parte de la solícita policía de uniforme: sin eso no podemos hacer nada.

Finalmente me tuve que desplazar a una ciudad cercana (unos 90 Km) donde habían establecido la única sucursal de mi banco para toda la región, y allí, dentro de las estrictas horas de atención al público, pude por fin obtener una certificación del extracto donde figuraban los cobros indebidos. Armado de ese papel me dirigí al otro día a la comisaría de la policía nacional para poner la denuncia, provisto de la cual hube de retornar por carretera —es un hermoso paisaje— a la sucursal bancaria para que solicitaran a Visa la devolución de esos pagos. En esa misma sucursal me indicaron sagazmente que debería cancelar la susodicha tarjeta de crédito, puesto que si ya me la habían hackeado podrían volver a hacerlo... Allí mismo se la entregué y delante de mis ojos la hicieron trizas con una tijera, con lo que me quedé sin mi única tarjeta de crédito y tenía que echar gasolina al coche, me di cuenta demasiado tarde. No importa, me dijeron orgullosamente, puede usted sacar dinero en efectivo sin comisiones ya que está en la sucursal de su banco... Además, le pediremos una nueva tarjeta de crédito, tardará un par de días en llegar y se la enviaremos a la dirección que figura en su perfil. Después de más de diez días esperando llamé al banco y me dijeron que la habían enviado, y que no se explicaban que no la hubiera recibido. Me dijeron que podían pedirla de nuevo pero que se cancelaría la anterior que no había llegado y tendría que esperar otro tanto. Mientras tanto, como estaba sin tarjeta de crédito y tenía que hacer pagos continuamente, me veía obligado a sacar dinero en cajeros de otros bancos con unas comisiones bastante abusivas, hasta que alguien me reveló que existían Bizum, y que todo el mundo lo utilizaba en España con una sencilla aplicación que autoriza cada banco, suponía que el mío también. Tenía que pasarme naturalmente full a las funciones del monolito, aunque no me convenciera nada, así que me tuve que "bajar" las Apps para la banca online, para los códigos que ese mismo banco envía al teléfono y para el Bizum del banco, que tuve que configurar. Eso me llevó un día entero. La tarjeta de crédito sigue sin llegar y nadie me puede explicar qué ocurre en realidad, si es una cuestión de correos, de la entidad emisora de tarjetas de crédito o del mismo banco...

Al fin y al cabo, lo de las tarjetas de crédito no tiene tanta importancia, más vale que me preocupe por las multas de tráfico que probablemente estén engordando en mi perfil de la DGT sin mi conocimiento y a la espera de una ejecución sumarísima con embargo de cuenta, cosa por cierto que está prohibida en el resto de la UE sin decisión judicial. Creo que estoy obligado a darme de alta en el sistema de avisos de la DEV (Dirección Electrónica Vial), que está dentro del laberinto de la administración virtual española. Afortunadamente tengo un gestor bastante competente que me facilitó la obtención de un certificado digital, cosa que yo probablemente hubiera sido incapaz de conseguir. Fui dando todos los pasos en las sucesivas pantallas y botones en los que había que cliquear aceptando unas condiciones de uso que no había tiempo de leer y mucho menos de entender... Cuando llegué al pantallazo que parecía el definitivo instándome a firmar digitalmente, con un suspiro de alivio así lo hice, pero no pude coronar porque no disponía de la AutoFirma. Sigo sin estar de alta en el sistema de avisos.

Eso de las condiciones de uso y los aspectos legales que hay que aceptar continuamente en todas las páginas webs es el mismo truco legal que utilizaban los clérigos y leguleyos que acompañaban a los conquistadores en América. Antes de tomar posesión del territorio en nombre del emperador leían un largo memorial en castellano que naturalmente los indios no entendían, pero que salvaba las apariencias legales y proporcionaba la justificación moral para someterlos. Hoy como ayer, ¡sobre todo ninguna ilegalidad y respeto a las instituciones! A menudo se confunde legalidad con moralidad.

Hablando de instituciones, resulta que soy jubilado desde hace poco y que me las prometía muy felices con la magra pensión que me concede el Estado y que, si no me permitieran trabajar por cuenta propia o no me concedieran los complementos de mínimos, no me daría para vivir. Aunque había pagado religiosamente mis cuotas a la seguridad social durante los últimos años, hace poco me llegó una notificación de la Tesorería General de las SS (¡vaya nombrecito!) que me "apremiaba" a pagar las contribuciones de los dos últimos meses antes de la pensión con considerable recargo por demora. Mi gestor me dijo que revisara los extractos de cuenta, y al así hacerlo descubrí que la Tesorería se había cobrado esa cantidad de mi cuenta en su tiempo y lugar, con lo que suponíamos un error administrativo... Mi gestor me aconsejó sin embargo que no se me ocurra recurrir una decisión administrativa y que de momento pague, que luego se verá la manera de reclamar esa cantidad.

Para ilustrar los frecuentes errores de las múltiples administraciones españolas, el eficiente graduado social me puso el ejemplo de un cliente que, al vender su casa, le impusieron un desorbitado impuesto de transmisiones (que hubo de pagar en efectivo, no aceptaban transferencias) y le cargaron en cuenta dos veces los más de tres mil euros de la "liquidación I.I.V.T.N.U." —que traducido quiere decir Impuesto sobre el Incremento del Valor de los Terrenos, más conocido como plusvalía municipal—, de forma que si no hubiese devuelto el dinero desde el banco la cosa habría seguido su curso alegremente. Ese mismo cliente le llegó rebotado de un recién licenciado en derecho que, para ir ganándose la vida, hacía declaraciones de renta en Internet por un módico precio, pero que se equivocó en la presentación de unos impuestos que le costó (al cliente) más de dos mil euros e innumerables quebraderos de cabeza con Hacienda.

En todo caso qué importa todo eso, había perdido otra mañana y otro día delante de la pantalla del ordenador sin haber logrado casi nada, y se acumulaban las tareas, los compromisos sociales, los cálculos y estrategias, las agendas, los mensajes a contestar, las informaciones y reenvíos... Afuera lucía un sol radiante de verano, pero yo estaba a oscuras tratando de ordenar mi vida. Curiosamente, cuanto más lo intentaba, más difícil resultaba. La tecnología, que se supone nos iba a simplificar la vida, en realidad nos la está complicando.

En España

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