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Agapito Maestre

Por la lengua de don Rafael Lapesa

La destrucción del principal vínculo común de todos los españoles, el idioma español, es el objetivo final.

La destrucción del principal vínculo común de todos los españoles, el idioma español, es el objetivo final.
La presidenta del Congreso, Francina Armengol, en el Congreso de los Diputados después de reunirse con el Rey Felipe VI. | EFE

Los políticos han prostituido las lenguas de los poetas y escritores, que sirven para enriquecer una literatura, para sus bastardos intereses. Los separatistas, junto a los comunistas y socialistas, han sido implacables en este proceso de destrucción de la cultura española, aunque tampoco debemos olvidar el daño que han hecho los del PP en algunas Comunidades Autónomas. Entre todos ellos han conseguido hacer odiosas las lenguas cooficiales, como el catalán, el gallego y el vasco, que siempre fueron motivo de orgullo de todos los españoles. Los separatistas, pues, están arrasando, empezando por la actual presidenta del Congreso de los Diputados, que tienen un amplio historial en la persecución del español y el bastardeo de las lenguas y dialectos de las Islas Baleares.

¿Por qué tanto odio a una lengua de comunicación tan grandiosa como el castellano?, ¿de dónde nace esa ira hacia la lengua que nos constituye?, ¿por qué no se quiere un poco más a sí misma esta presidenta del Congreso de los Diputados? Cuesta explicar tanto odio a la lengua española. A España. Parece que este Gobierno de Sánchez, incluso en funciones, disfruta con la destrucción de lo común. Manosea asquerosamente la lengua española, el castellano, y manipula hasta su esterilización las lenguas de España. Y, por otra parte, no dejo de preguntarme qué instrumentos utilizará, una vez hundido el idioma español, para conciliar los intereses diferentes de esa Confederación de "nacioncillas" que preparan. Si dejan de lado el español, resulta difícil imaginar cómo se entenderán entre ellos… Pero lo cierto es que la elevación de estatus de las lenguas cooficiales en las Comunidades respectivas al mismo rango que la oficial, el castellano o español, en el Congreso de los Diputados, no sólo lleva aparejados gravísimos peligros, sino que refleja ya uno de los múltiples desastres en el que vive España.

La lengua de todos nos ha sido robada. Los ladrones son conocidos. El daño causado al idioma español es grave mas curable, pero cómo indemnizar y recuperar psíquica y moralmente a millones de personas, de ciudadanos, que tenían derecho al uso y disfrute del español y se les ha impedido ejercerlos. No veo cómo enfrentarnos a estos bandidos, cómo desarmar a los totalitarismos separatistas, cómo reeducar a más de dos generaciones y, sobre todo, cómo ayudar y descargar a millones de conciencias del odio impuesto por estos ladrones al castellano…

En este contexto desastroso releo con nostalgia la advertencia que puso Rafael Lapesa, en 1981, a la octava edición de su magistral obra Historia de la lengua española. Cuando yo asistía a sus clases a comienzo de los setenta del siglo pasado, en la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense, manejábamos la edición de 1951. El libro fue publicado por primera vez en 1942 y se fue corrigiendo y ampliando en las sucesivas ediciones. La última edición es la mejor y muy aumentada respecto a las anteriores. Merece la pena conocerse la circunstancia en que se escribió este libro y, sobre todo, para quiénes lo escribió. Corría el año 1937, escribe don Rafael, en el duro Madrid de la guerra, y él estaba encargado de mantener la comunicación entre los restos del Centro de Estudios Históricos y la Junta para la Ampliación de Estudios, trasladada a Valencia. Con tal motivo, sigue narrando Lapesa, sostenía frecuente correspondencia con don Tomás Navarro Tomás, que en una sus cartas le propuso que escribiera un breve manual de divulgación sobre la historia de la lengua española.

Acepté y me lancé con entusiasmo a la tarea: en medio de la contienda fratricida se me brindaba la ocasión de hacer algo por la España de todos.

Sí, en medio del más completo desastre que puede vivir un pueblo, una guerra civil, el gran filólogo don Rafael Lapesa lo tenía claro: había algo que nos mantenía unidos: la lengua española. Era de todos. Eso es, exactamente, lo que pretenden destruir Sánchez y los separatistas. La destrucción del principal vínculo común de todos los españoles, el idioma español, es el objetivo final.

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