Refería esta historia una señora asturiana ya entrada en años, aunque no llegaba a recordar si el cuento, o tal vez la realidad, procedía de Asturias o de Zamora. Se trataba de las andanzas de una pandilla de muchachos que jugaba y enredaba por las calles de su pueblo. Uno de ellos era Julianín.
Era el tal Julianín un niño más alto que los demás de su grupo y de personalidad, desde luego, muy dominante. Experto en alianzas con otros muchachos para hacerse con el mando y con él con el puesto de "súper- alfa".
A tal llegó el autoconvencimiento de su superioridad, que Julianín comenzó a despreciar a algunos de los que le habían aupado a su posición de mando, de manera que fue expulsando de la pandilla a varios de sus compañeros de juego y conmilitones de caramelos, pipas y otras chuches. Aquel que discrepara de sus designios quedaba en inminente peligro de expulsión, así de sencillo.
Julianín no llamaba expulsión al acto discriminatorio con sus compañeros. Él decía "despachar", y un leve defecto de pronunciación convertía el término en "espachar". En ocasiones "espachaba" por propia iniciativa, otras veces blanqueaba su conducta fingiendo consultar a los más aduladores del grupo: ¿"Espachamos" a Fulanito o a Menganito?
Como era de esperar su iniciativa siempre prosperaba, porque sus atemorizados compañeros no se atrevían a oponerse: uno de ellos, particularmente ingenioso, solía decir que "el que se movía no saldría en la foto". Contravenía esta opinión la de una chiquilla de la panda, pero lo decía tan torpemente que no era tomada en consideración.
La situación se mantenía estable sin que nadie se atreviera a oponerse al "espachador" de sus compañeros, pero un buen día…
El grupo oprimido se sorprendió ante la iniciativa de alguien que se expresó del modo siguiente: "Julianín siempre está igual; "espachar" a éste, "espachar" al otro, pues vamos a "espacharle" a él.
De manera inmediata, y sin que apenas hiciera falta consenso, Julianín probó su propia medicina y resultó fulminantemente "espachado". Sin apenas comprender lo que había sucedido se vio transportado de la gloria al ostracismo, y aunque intentó reorganizarse, pactando nuevas alianzas con grupos externos, su futuro fue comparable al del famoso "gallo de Morón", aunque sin apenas fuerzas para seguir cacareando.
¿Es una historia "ecológica"?
Aun siendo edificante por sí misma la historieta del niño grandullón insolidario con sus compañeros, alguien podría dudar sobre si tiene o no cabida en la sección tecno-científica de nuestras páginas. Aclararemos que sí, porque admite referencias no sólo científicas, sino incluso ecológicas.
En efecto, en numerosas especies de mamíferos, y otros vertebrados de comportamiento social, los liderazgos llevados al extremo y con desprecio a los compañeros de grupo, sea manada o bandada, suelen conducir a la ruina y al ostracismo a quienes se exceden en sus medidas de dominancia.
Dentro de la clase de los mamíferos, el aislamiento y la expulsión del grupo, de los opresores que se exceden en el mando y hacen la vida imposible a los compañeros ofrece ejemplos ilustrativos entre bóvidos, como el toro bravo, o carnívoros, como leones o lobos. Los verdaderos líderes, para mantenerse como tales, deben ser respetuosos y solidarios, además de resultar los más adecuados para conducirlos a todos al éxito.
En las toradas de bravo, la expulsión del excesivamente dominante suele tener lugar durante la noche. Apenas sin darse cuenta el bravucón se ve rodeado por sus compañeros hasta entonces víctimas de su incordio. Tendrá suerte si escapa a tiempo del ataque colectivo, y desde ese momento vagará solitario expulsado de la manada.
Ya saben lo bello que resulta el lenguaje propio del mundo campero del toro: al "espachado" por los oprimidos se denomina "abochornado", y como tal recorrerá el territorio entre mugidos lastimeros, siendo muy peligroso si se encuentra con débiles ante los que vengarse, porque si toma contacto con individuos equilibrados en su conducta, no sólo se mostrará "abochornado", sino también escarmentado.
Porque los liderazgos tiránicos y el desprecio a la ventaja que puede suponer para la colectividad la ayuda de los demás, especialmente de los más experimentados, no digamos si además han sido los más valientes, suele conducir a la ruina del tirano, pero, lo que es peor, con menoscabo del éxito evolutivo de todo el grupo.
No se trata de apurar la casuística zoológica, pero mucho cuidado con los leones solitarios que han sido expulsados de su horda, generalmente por abusadores e insolidarios en el reparto de las presas. El final de estos ejemplares, sociales por naturaleza pero aberrantes en el ejercicio de su liderazgo suele ser extraordinariamente triste.
En definitiva, suele ser conveniente para los humanos mirarnos en el sabio espejo de la naturaleza, no vayamos a terminar como el soberbio Julianín del cuento asturiano.
Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales