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Carmelo Jordá

Antisemitas, sí, antisemitas

En el fondo es un viejo recurso muy de la izquierda: si tu causa es completamente indefendible tienes que defenderla todavía más a muerte.

En el fondo es un viejo recurso muy de la izquierda: si tu causa es completamente indefendible tienes que defenderla todavía más a muerte.
Manifestación contra Israel en Madrid | Europa Press

Hay que reconocer que en los últimos días la izquierda está dando lo mejor de sí misma, que obviamente es lo peor: nunca imaginé que llegaríamos a ver semejantes dosis de odio, mentiras, falta de humanidad y, sobre todo, antisemitismo.

Sí, es cierto que ya sabía que la mayor parte de la izquierda –o al menos una buena parte– es antisemita, algunos de forma rabiosa, otros más superficial, pero no me podía imaginar que una matanza como la perpetrada por Hamás en ese 7-O, que ya ha quedado para la historia mundial de la infamia, excitase ese sentimiento en lugar de apagarlo o, al menos, calmarlo por vergüenza o disimulo.

No ha sido así, al contrario: cuanto más altos son los números de asesinados y secuestrados, cuanto más salvajes los detalles de los crímenes, cuanto más atroz lo que han tenido que sufrir los israelíes, más dura y más cargada de odio ha sido la reacción… contra las víctimas.

En el fondo es un viejo recurso muy de la izquierda: si tu causa es completamente indefendible tienes que defenderla todavía más a muerte. Y ahora están con la más repugnante de todas: el derecho de algunos a matar inocentes, siempre que sean los inocentes correctos. Y los israelíes y los judíos, ay, siempre lo son.

Porque aquí, perdonen que se lo diga, no hay Palestina que valga: si de verdad les importasen los habitantes de Gaza han tenido 16 años para protestar por la terrible dictadura que sufren bajo la bota de Hamás, que recordemos que ganó su poder matando a palestinos y desde entonces no ha celebrado ni un simulacro de elecciones y ha sometido a los gazatíes a un régimen de terror y, por supuesto, miseria.

Pero durante estos 16 años no habrán oído ustedes a esta izquierda tan propalestina criticar ni una vez a esos asesinos que mantienen a su pueblo en la indigencia mientras viven como pachás en Qatar, no habrán leído ni un artículo en contra de esa dictadura que es capaz de ajusticiar por gay hasta a uno de sus comandantes; no habrán visto un documental o un mísero reportaje retratando a esos fanáticos religiosos que mantienen a la mujer como a un ciudadano de tercera, por decirlo de una forma suave.

No, ellos están muy ocupados criticando a Israel, un estado democrático en el que conviven laicos, judíos, musulmanes y cristianos, que concede a sus ciudadanos plenos derechos humanos, en el que se celebran incluso más elecciones de las deseables y en el que puedes ser gay, hetero o mediopensionista.

¿Por qué esa doble vara de medir? La explicación es obvia: son antisemitas, sí, antisemitas. Por mucho que lo nieguen, por mucho que digan que son antisionistas, no es cierto: alguien que sólo niega al pueblo judío el derecho a tener un estado –y mira que le regalan ese derecho incluso a los pueblos que no existen– es antisemita; alguien que sólo niega al Estado judío el derecho a defenderse es antisemita; alguien que no quiere ver la diferencia legal y moral entre las acciones militares de Israel y las acciones terroristas de Hamás es antisemita; alguien que en lugar de conmoverse porque 1.400 personas han sido asesinadas, entre ellas muchas mujeres, niños y ancianos levanta la voz para insultar a las víctimas es profunda y asquerosamente antisemita.

De nuevo hemos visto cosas que pensamos que jamás volveríamos a ver en Europa: comercios asaltados, casas y sinagogas marcadas, amenazas, manifestaciones y expresiones de odio en las calles, a plena luz del día y ante las cámaras. Y detrás de todo eso no hay nada más que lo mismo que impulsó las mismas acciones en los años 30: el antisemitismo. Se me hace difícil entender cómo hemos llegado hasta aquí, pero por favor, identifiquemos con claridad el mal y no vayamos más allá. No repitamos la peor historia.

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