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¿Qué hacer en esta España malmuerta?

Es muy probable que pronto esté definitivamente bien muerta, esto es, asesinada sin razón ni ley.

Es muy probable que pronto esté definitivamente bien muerta, esto es, asesinada sin razón ni ley.
PSOE

La Malmuerta es una muy famosa Torre de Córdoba. La leyenda atribuye su construcción al castigo impuesto por el Rey a un Comendador que asesinó a su mujer creyéndola infiel, cuando en realidad no lo fue nunca. Malmuerta quiere decir, naturalmente, muerta de mala manera, muerta indebidamente, muerta sin razón ni ley o, si queremos, tan malamente muerta que no está muerta del todo, aunque sí mortecina y bien herida.

Hoy, gracias a la obsesión por el poder y el delirio político de un presidente y la sumisión de la mayoría de su partido, la España de la Constitución y de la Reconciliación nacida de la concordia tras una dictadura, está malmuriendo a manos de los que, aferrados como malos conservadores al peor pasado de 1934-1939, no creyeron ni en la una ni en la otra. Es muy probable que pronto esté definitivamente bien muerta, esto es, asesinada sin razón ni ley.

Entre muchos la están intentando matar porque ella sola no se muere porque no quiere ni debe dejarse. Además del principal de sus matadores, señalado incluso por relevantes figuras históricas de su propio partido, están los votantes socialistas con el Norte perdido, dice Alfonso Guerra, uno de los que malimantaron sus brújulas por no hacer un examen de conciencia de lo ocurrido en España para que se llegara a la Guerra Civil. No se hizo del PSOE una socialdemocracia cabal que aceptara que el marco de la democracia liberal, que no formal, es el único que permite convivir si se es leal a las reglas del juego y se tiene buena voluntad. No fue así.

Al acecho, como siempre, están los comunistas resucitados como zombis, que beben en una decrépita Sagrada Escritura marxista que tiene ya casi 200 años. Ahora sorben en cualquier charco ideológico, desde el bolivarianismo brutal y analfabeto al popurrí corrupto del narcotráfico y el postcastrismo impulsados por los designios del putinismo y el comunismo chino, además de un islamismo radical que ha encontrado en ellos los aliados perfectos. Hasta los separatismos caben en su camarote, sean burgueses o no, con tal que sean antiespañoles.

A nadie extraña que en esta conspiración mortífera estén los asesinos y golpistas profesionales forjados por el separatismo vasco y catalán. Emboscados tras siglas blanqueadoras y parapetados tras los derechos, sin deberes, constitucionales, se unen, por ahora, a los viejos nacionalistas catalanes y vascos, xenófobos y católico-derechistas como pocos, en una extraña combinatoria que pretende imponer un nuevo binomio estatal a una Europa cada vez más ayuna de realismo y menos respetuosa de sí misma.

Tal y como van las cosas, nadie puede negar que toda esta amalgama, que recuerda, y no poco, al antiguo Frente Popular de 1936, se ha erigido como un bloque que está aplastando a lo que queda de la España unida y constitucional que un día creyó que la reconciliación era posible y que nunca volveríamos a dolernos de un desgarro interno comparable a los del pasado. El problema es que este resto de España no se atreve a empuñar la ley newtoniana de que toda acción suscita una reacción. O decide reaccionar coordinada y eficazmente ante la provocación ya en marcha con el impulso de la Ley, de los votos y de un norte claro y estratégicamente definido o la reacción se dará, pero será imprevista e incierta.

Muchos españoles, de las derechas, de los "centros" y de algunas izquierdas sensatas y nacionales no quieren, no queremos, que se consume el golpe anticonstitucional y anti Estado de Derecho que se está perpetrando. Pero cuando se pudo parar, que fue en las elecciones del pasado 23 de julio, la estupidez política de las direcciones de dos partidos, PP y Vox, y algunos otros ya desaparecidos, que, según las encuestas, tenían al alcance una mayoría absoluta holgada como freno a la subversión que se anunciaba, se dedicaron a desorientar, a desanimar, a descoyuntar a la ciudadanía democrática y nacional que quería impedirla. El resultado fue el que fue y por eso bailaron en los balcones los que perdiendo, ganaron.

Tampoco se ha hecho examen de conciencia de esta desgracia ni han pagado los responsables de esta derrota "victoriosa". Deben hacerlo. Tienen que hacerlo. Necesitamos saber qué hacer y sea lo que sea, vamos a tener que hacerlo juntos. Esto es, precisamos de un compromiso histórico que ponga en marcha todos los activos que existen –organizativos y asociativos, intelectuales, éticos, mediáticos, profesionales, económicos, jurídicos, políticos, civiles y de cualquier otro tipo—, y los armonice sin exclusiones en un convenio básico común por la continuidad de la democracia y de la nación española.

Ese compromiso histórico nacional que millones de españoles, yo entre ellos, estaremos dispuestos a apoyar con los medios, inteligencia y valores de que dispongamos, debe tener desde el principio una configuración política única, clara y votable. Ya sé que no será fácil y que muchos tratarán de dinamitar su gestación. Pero es que no hay otro camino razonable ante la magnitud del desafío. La hora del bla-bla-blá ya ha pasado. Es la hora de la fe activa, no tanto la del creer lo que no vemos como la del crear lo que no vimos.

La España constitucional y su voluntad reconciliadora están malmuertas, pero tan malamente que pueden revivir y curarse del todo. Desde mañana mismo, a ello.

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