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Democracia y violencia

Lo que está jugándose en la calle es algo muy distinto al juego de poderes entre los partidos.

Lo que está jugándose en la calle es algo muy distinto al juego de poderes entre los partidos.
Uno de los concentrados frente a la sede del PSOE en Ferraz porta una pancarta con la frase que se hizo viral en la concentración de este lunes en Madrid. | EFE

Dos poderes, sí, están luchando a brazo partido en la calle, porque las instituciones democráticas están bloqueadas o, sencillamente, al servicio del sanchismo. Y los pocos medios de comunicación críticos con el gobierno se han visto sorprendidos por los primeros brotes de violencia física surgidos en la protesta. Es normal esa reacción casi de perplejidad, pues que nadie sabe qué va a pasar en la calle y en las instituciones ante un proceso de golpe de Estado. Porque no hay violencia más grave en política que un golpe de Estado, una traición a la Nación, nadie puede prever cómo reaccionará la población amenazada desde el poder. Quizá haya personas que a este violento proceso no le llamen golpe de Estado. Está bien. Llámenle a eso auto-golpe de Estado o como prefieran. No es el momento de perderse con los nombres. Lo real está a la vista de todos, aunque la mayoría de los medios de comunicación, meros transmisores ideológicos de los golpistas, estén ocultándolo. Las calles, ay, las benditas calles de España son, por desgracia, los grandes escenarios para detener la barbarie sanchista.

He ahí la principal consecuencia del deterioro absoluto al que ha llevado Sánchez las instituciones democráticas. Él tiene en sus manos el monopolio legítimo de la violencia física. Tiene al Estado entero a su servicio. Nadie compita en ese terreno con el aprendiz de dictador. Nadie justifique otra violencia física que no haya emanado del Estado. Nadie utilice la violencia física, sí, mientras exista un resquicio para el acuerdo político. Pero no nos engañemos con la situación de deterioro de la democracia española. La lucha política ha llegado a la calle. Está en la calle y, como todas la batallas políticas callejeras o institucionales, limitará a un lado con la paz y a otro con la violencia. Así son las luchas políticas, especialmente cuando las instituciones de la democracia no funcionan.

Sánchez ha conseguido llevar a su final un largo proceso de los socialistas y comunistas, junto a los secesionistas y la estulticia de la derecha, para eliminar el Estado de derecho y su fundamento clave: la Nación. El sanchismo tiene inutilizado el Congreso de los Diputados, desprecia el Senado, y el resto de las grandes instituciones de la democracia, como la Fiscalía General del Estado, el Consejo de Estado, el Defensor del Pueblo, etcétera, etcétera. Todas ellas obedecen solo las ordenes de este autócrata envuelto en una bandera que no le pertenece, porque es de todos, es de España. Miremos de cara, pues, la situación y levantemos acta de lo inmediato: desde hace tiempo, en España se respira por todas partes violencia, violencia y violencia. Miedo. Y la Nación ha despertado.

Ante el miedo solo hay dos salidas: huir o defenderse, allanarse o embestir, mansedumbre o bravura. No se trata de la cólera del español sentado, como creen algunos listillos, sino de algo más profundo. Surge de las entrañas milenarias de un país al borde de la muerte. Es el instinto de supervivencia de un pueblo herido en lo más profundo de su ser lo que saca al ciudadano a la calle. Instinto, sí, es el primer grado de la inteligencia política. El segundo es el coraje para salir al medio de la vía pública a gritar contra quienes tienen detenida la vida nacional. Y ahora falta, claro está, el tercer y definitivo grado que oriente y canalice todo ese entusiasmo vital para que la Nación no muera… Se requiere política a lo grande.

Pero algunos se han asustado ante los primeros movimientos de esa lucha, porque creen que esto, la lucha callejera, está organizada por el propio sanchismo. ¡Sean serios, por favor! Si fuera sólo eso, un vulgar movimiento subversivo de unos cuantos desarrapados, no dudo de que eso estuviera organizado por el propio ministro de la violencia institucionalizada. La mentalidad totalitaria y nazi de esta gente llega hasta ahí, o sea, creen que la mejor manera de controlar la subversión es "crearla" desde los poderosos aparatos del Estado. Pero sospecho que aquí hemos alcanzado otro nivel de la lucha política. La gente, la ciudadanía más desarrollada de España, no se va asustar por las imágenes de la TVE1 donde la policía reprime a los manifestantes por acercarse a la sede del partido sanchista. Y tampoco los ciudadanos abandonarán las calles porque el ministro Marlaska, el administrador de la violencia sanchista, muestre la herida que se hizo en su dedo meñique al pelar un langostino, mientras almorzaba amigablemente con el presidente del Consejo General del Poder Judicial.

Estamos hablando de otra cosa, de algo más hondo, que trasciende los bajos instintos de la casta política. Estamos ante la presencia de una auténtica política, de un movimiento ciudadano en las calles, y eso implica, guste a unos y disguste a otros, riesgo, peligro y violencia. Se trata de un nivel distinto al de la mera protesta por que el poder institucional, pongamos por caso, se pasa en la represión a un sector determinado de la población. Lo que está jugándose en la calle es algo muy distinto al juego de poderes entre los partidos. Los españoles, en su casi totalidad, naturalmente, incluidos los votantes sanchistas, barruntan, con un instinto político propio de animales muy furiosos, que se les está robando algo decisivo y determinante de su vida colectiva e individual. Es imprevisible la reacción de alguien al que se le está quitando el suelo de sus pies.

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