
Vamos batiendo récords. Los "legítimos cambios de opinión", como los llama el equipo de opinión sincronizada de Moncloa, ya se dan sólo en cinco días. El pasado jueves Sánchez negaba que fuese a reunirse con Puigdemont, es cierto que lo negaba de aquella manera y que todos sabíamos que mentía, pero al fin y al cabo lo negaba: no estaba en la agenda, es decir, no se iba a producir.
Este martes, reunirse con Puigdemont y con Junqueras es lo más natural del mundo y no es que habrá una reunión, es que habrá "muchas". Ha cambiado de opinión, cosas que pasan, pelillos a la mar.
Lo cierto es que aquel desmentido del jueves, aunque fuese a medias, ha sido una de las cosas que mejor ha definido al PSOE y a Pedro Sánchez en los últimos años: daba igual lo que dijesen porque todos sabíamos que estaban mintiendo, hasta los más conspicuos practicantes de la opinión sincronizada. Pero la marcha atrás en sólo cinco días tiene una lectura curiosa e interesante: vamos acortando los plazos y cambiando en cada vez menos tiempo. No es que lo que ayer era blanco hoy sea negro, pero ya no hace falta ni una semana para que se produzca la transformación mágica.
Y llegará el día en el que por la mañana diga una cosa y por la tarde la contraria, al tiempo.
Se diría, quizá con una visión excesivamente optimista, que el 23-J ha tenido un efecto demoledor en el presidente del Gobierno: le ha hecho pensar que tiene algo así como superpoderes políticos. Ya no hay nada que le frene, no hay una mínima prudencia en ninguna cuestión, ni en política nacional ni en internacional ni en el aspecto más importante de la acción política de Sánchez, que no es otro que la generación de trolas.
El triunfo inesperado, contra todos los pronósticos y, hay que reconocerlo, personal, ha convertido a Pedro Sánchez en un hombre aún más pagado de sí mismo, aún más convencido de que es capaz de todo, aún más seguro de que no importa lo que haga o diga porque el electorado se lo va a perdonar o incluso a premiar. Así que ha pisado el acelerador del proceso golpista a fondo: ya va a toda máquina y sin frenos.
Hay que admitirlo: tiene razones para pensar que es infalible e inmune, lo que le han perdonado sus votantes en la última cita electoral es ese tipo de vergüenzas históricas que se recuerdan décadas después, por las que nuestros nietos nos preguntarán atónitos: "¿Pero de verdad la gente votó eso?".
Sin embargo, puede que ese cheque en blanco de los electores que cree haber recibido sea lo que le lleve a una catástrofe final. Pedro Sánchez es un político hábil y sin el más mínimo escrúpulo, un cóctel letal, pero no es el genio que él parece creerse. Al final puede que a la gente no le guste del todo que los tomen por idiotas… y se lo dejen claro en sólo cinco días.

