
Se le ve en la carita risueña que lleva puesta desde que vino a pasar unos días en estas fechas nada entrañables. Está disfrutando de su momento, su prime, como dicen los adolescentes, consciente de que su victoria es aplastante. Pedro Sánchez lo ha convertido en el gran triunfador del momento y a ti te toca soportarlo con resignación para no encabronar unas reuniones familiares que, curiosamente, este puto año son más numerosas que nunca.
No se puede discutir con él. Tiene todos los ases en la manga. Ha ganado y ya no te puedes reír de él como todos estos años atrás, en los que el cuñado progre era en las cenas navideñas el tonto del bote al que se podía abofetear ridiculizando sus ideas absurdas. El tipo era consciente de su papel de víctima y aceptaba el martirio convencido de que todos los demás somos unos cafres y él la única persona con un criterio moderno. Un avanzado a su tiempo, cuya misión era iluminar el camino a los demás aunque eso le costara ser la risión del personal. Hasta los suegros se reían disimuladamente de ese yerno gilipuertas que les había endilgado la Providencia, con esas ideas tan raras, propias de una persona de izquierdas con mucho tiempo libre como él, de profesión, liberado sindical.
El tipo estaba convencido de que la ideología de género debe vertebrar nuestro día a día, que el Gobierno debería castigar a los que no respeten los pronombres no binarios, que Cataluña es una nación histórica a la que debemos premiar para rebajar la tensión con los catalanes (todos separatistas), que el calentamiento global nos lleva al apocalipsis planetario, que los impuestos son muy bajos y, por tanto, hay que subirlos, especialmente en las regiones envenenadas con el discurso ultraliberal de que lo mejor es dejar el dinero en el bolsillo de los ciudadanos (como si ellos supieran mejor que el Gobierno qué hacer con él), que hay que crear nuevos impuestos especiales para los ricos y las empresas que más ganan como Amancio Ortega y Mercadona y que hay que borrar a Israel del mapa, porque es un Estado genocida y la fuente principal de tensiones en Oriente Medio.
Nos reíamos de él cada año y competíamos por ver quién lo sacaba más de sus casillas, porque el tío es un convencido de toda la matraca woke que la ultraizquierda maneja como un implacable libro de estilo. Todo eso se acabó. Con Sánchez, todas sus gilipolleces tienen fuerza de ley. Están en el BOE y van a seguir desarrollando sus mandatos jurídicos en los próximos cuatro años; también en política exterior, donde la imagen de España, probablemente, no se recuperará jamás.
Nadie podía preverlo, pero el majadero tenía razón cuando decía que su morralla ideológica se acabaría imponiendo. Lo ha hecho incluso antes de lo que él pensaba.
Está que se sale. Hasta te invita a un gintonic de ginebra cara, un evento insólito que aumenta tu sensación de derrota. Toca resguardecerse de la tormenta y esperar a que vuelva la normalidad sabiendo que, cuando todo esto pase, no tendrá ya nada de normal.
