Menú

Dos historias de Harvard

En eso consisten las políticas de diversidad, igualdad e inclusión: en ascender a los peores y más obedientes y castigar a quienes se salen de la estrecha línea que marca la ideología.

En eso consisten las políticas de diversidad, igualdad e inclusión: en ascender a los peores y más obedientes y castigar a quienes se salen de la estrecha línea que marca la ideología.
Roland G. Fryer | Archivo

Ella era hija de dos inmigrantes que se conocieron estudiando en Estados Unidos –ella Enfermería y él Ingeniería, como queriendo confirmar los estudios sobre preferencias profesionales de hombres y mujeres– y que más tarde, gracias al dinero de sus ricas familias, se pudieron permitir enviarla primero al internado de Exeter, considerado como lo más parecido a Eton que existe en Estados Unidos, y luego a las universidades de Princeton, Stanford y Harvard. Tras graduarse hizo carrera como profesora en estas dos últimas universidades.

Él creció en Texas. Abandonado por su madre al poco de nacer, vivió con un padre alcohólico que lo maltrataba hasta que cuando tenía quince años lo encarcelaron acusado de violación; pasaba los veranos con su abuela en Florida. Allí frecuentaba la casa de su tía y sus primos, todos los cuales fueron arrestados y encarcelados como cocineros y traficantes de crack. Él mismo ejerció de camello. Sus amigos de entonces lo llamaron una noche para que los acompañara a un robo, pero prefirió no acompañarlos; el golpe salió mal y acabaron todos en la cárcel. Lo normal hubiera sido que hubiera terminado él también en prisión o directamente muerto. Pero destacaba en los deportes, lo que le ganó una beca para la universidad de Texas. Una vez allí empezó a estudiar por primera vez en su vida y descubrió que se le daba bien. Hizo economía en Penn State y destacó tanto que cuando terminó Lawrence Summers poco menos que le rogó que trabajara en Harvard.

La carrera académica de ella nunca destacó: poco más de una docena de estudios de ciencias políticas y relaciones raciales que obedecían el pensamiento único sin aportar nada nuevo; ni siquiera ha llegado a publicar ningún libro. Pero ascendió rápido por la escalera del poder administrativo de la universidad, llegando a ser decana de la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard, donde fue noticia por su ataque contra el respetado profesor de Derecho Ronald Sullivan por unirse a la defensa de Harvey Weinstein. Sullivan, pobre ingenuo él, actuó atado a la vieja creencia de que todo acusado tenía derecho a la mejor defensa posible. Ella lo castigó por un delito de leso feminismo destituyéndolo como director del colegio mayor Winthrop House.

En cambio, los estudios de él, centrados también en asuntos raciales pero mucho más incisivos y originales, lo convirtieron en una estrella nacional. Por ejemplo, concluyó que buena parte de la diferencia en la esperanza de vida entre negros y blancos se debía a la mayor sensibilidad a la sal de los primeros, que se traduce en problemas cardiovasculares y renales. Esa diferencia había nacido fruto de la selección que hicieron los esclavistas en África: hasta un 15% de los esclavos morían en ruta, generalmente por enfermedades que los deshidrataban. Como quienes retienen más sal también retienen más agua, para aumentar la probabilidad de que llegaran vivos lamían la cara de los esclavos y escogían a los más salados, llevando a cabo un ejercicio de selección genética que aún hoy tiene consecuencias. Demostró también que se podría medir la pérdida de popularidad de los adolescentes negros cuando sus notas superaban cierto listón al ser considerados como "traidores" que "actúan como blancos" por sus compañeros, pero que era un fenómeno que sólo se daba en escuelas públicas y racialmente integradas. Autor de más de medio centenar de estudios, receptor de numerosos premios y atención mediática, se convirtió en uno de los profesores mejor pagados de Harvard.

Sus caminos acabaron cruzándose. Uno de sus estudios mostró que los negros no eran tiroteados por la policía más que los blancos. Aquello ya pasó de ser polémico a ser anatema para la nueva izquierda woke, incluso antes de la muerte de George Floyd: durante un tiempo se vio obligado a llevar escolta. Así que ella, su decana, aprovechó unas acusaciones por "acoso sexual" de una subordinada a la que él acababa de despedir. El panel que las investigó descartó más de una treintena de ellas tras demostrar que eran mentira, siendo las seis restantes comentarios como decir de un tercero que "no había tenido sexo desde que los negros eran esclavos". El castigo que recomendaron fue simplemente que hiciera un curso de "sensibilidad en el entorno laboral". Ella obvió la decisión de quienes realmente habían estudiado el caso y pidió al rector de la Universidad que lo despidieran. Éste se negó porque Harvard no había despedido a ningún profesor en más de cien años. Así que tuvo que conformarse con suspenderlo durante dos años en los que no pudo enseñar ni investigar. Peor aún: cerró su Laboratorio de Innovación Educativa, dedicado a buscar formas de mejorar la enseñanza pública primaria y secundaria, especialmente la de chicos con una historia como la suya.

El economista se llama Roland G. Fryer y, aunque ya ha cumplido su suspensión, su carrera ha sido destruida. Ella se llama Claudine Gay y fue premiada con su ascenso a rectora de Harvard. Cesada por su testimonio complaciente con el antisemitismo en el Congreso y los más de cincuenta ejemplos de plagio encontrados en su magra producción académica, ha sido defendida por todo el establishment progresista no sólo en Estados Unidos, sino incluso en España: no hay más que leer a Míram Martínez-Bascuñán en El País, en un artículo elogiado por el exministro de Universidades de Sánchez, Joan Subirats. La excusa: que la han despedido por ser negra y mujer. Pero el economista Fryer, y el abogado Sullivan, también son negros. La verdad es que no la cesaron por ser una mujer negra: la nombraron por ser una mujer negra y una activista de todas las causas con las que la izquierda está destruyendo la universidad y la mantienen como profesora con un sueldo de 900.000 dólares al año por la misma razón. En eso consisten, al final, las políticas y departamentos de diversidad, igualdad e inclusión: en ascender a los peores y más obedientes, y castigar a quienes se salen de la cada vez más estrecha línea que marca la ideología. No todas las vidas negras importan.

El lema de Harvard es "Veritas".

En Internacional

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Escultura