
El escenario es poco halagüeño, aunque la historia está repleta de situaciones semejantes. Recordemos la expresión latina de "alea jacta est" —"la suerte está echada"—, atribuida por Suetonio a Julio César, cuando se disponía a cruzar el río Rubicón, para conquistar la Galia Cisalpina.
A mi entender, quizás erróneo, no se trata efectivamente de un pesimismo del César, sino que, dado el momento, ningún camino nuevo, podía ser objeto de elección.
Comenzamos el año 2024, con sus grandezas, pequeñeces, activos, pasivos, conocidos, ignorados… que, conjuntamente, sitúan un interrogante sobre la vida de los presentes, en los lustros siguientes, para que, partiendo de recursos disponibles, se usen racionalmente, para mayor provecho de la sociedad.
¿Es una situación verdaderamente novedosa? No puedo resistirme a recabar la autoridad de John M. Keynes que, en los tormentosos momentos de 1930, publicaba Economic posibilities of our grandchildren, haciendo referencia al pesimismo económico generalizado del momento –Gran Crisis 1929-1930–.
Es muy corriente, decía, escuchar que la época de enorme progreso económico del siglo XIX, ha pasado para siempre. "Estamos siendo castigados con una nueva enfermedad, cuyo nombre quizás aún no han oído algunos de los que me lean, pero de la que oirán mucho en los años venideros, es decir, paro tecnológico. Esto significa desempleo debido a nuestro descubrimiento de los medios para economizar el uso del factor trabajo sobrepasando el ritmo con el que podemos encontrar nuevos empleos para el trabajo disponible". (J. M. Keynes "Las posibilidades económicas de nuestros nietos"; Penguin Random House Grupo Editorial, S. L. U. Barcelona 2015; p. 119).
¿Se puede hablar de un fatalismo congénito, camino de una desesperación nihilista, o quizá suponga una nueva oportunidad para corregir errores de la anterior?
Los nuevos decretos, presentados por el Gobierno el pasado 19 de diciembre, amenazan ser imprescindibles para percibir fondos europeos hasta 2026. Las fuerzas coaligadas, que sostienen al presidente, sólo se han mostrado dispuestas a convalidar dos de los tres textos presentados. Prescindiendo de detalles, todos exigen más, esperando ser satisfechos, porque el presidente quiere seguir en la Presidencia.
¿Puede un presidente, parangón del socialismo, sacralizar la desigualdad entre los españoles?
El propio Keynes, seis años después de la anterior referencia, decía:
Al planear nuestras expectativas sería torpe atribuir gran influencia a motivos que sean muy inciertos… los hechos propios de la situación presente entran, desproporcionadamente… en la formación de nuestras expectativas…
El estado de expectativa a largo plazo… depende… también de la confianza con que hagamos la previsión…
El estado de confianza, como se le llama, es un asunto al que los hombres prácticos conceden la atención más estrecha y preocupada." (J. M. Keynes ‘The General Theory of Employment, Interest and Money’. Ver, Cap. 12-II. Fondo de Cultura Económica. México – Buenos Aires, 1965, pp. 135-136).
¿Y las magnitudes inmateriales? Me refiero a la dignidad humana, a la dignidad de la Nación, a la dignidad de gobierno… ¿quién se responsabiliza, y hasta dónde, de su valoración? Pocas veces se vieron tan mancilladas.
Además, nunca mentir, amenazar o vengarse, han sido instrumentos de gobierno.
