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Pablo Molina

Los trasvases ya son buenos

En España un problema no es tal hasta que afecta a los nacionalistas, en cuyo caso se convierte en un asunto de Estado de máxima prioridad.

En España un problema no es tal hasta que afecta a los nacionalistas, en cuyo caso se convierte en un asunto de Estado de máxima prioridad.
Teresa Ribera. | EFE

En España un problema no es tal hasta que afecta a los nacionalistas, en cuyo caso se convierte en un asunto de Estado de máxima prioridad. Desde esa perspectiva, la España sedienta está de enhorabuena porque en Cataluña ha dejado también de llover y están empezando a sufrir la sequía, un problema que en las regiones del sur es ya una condición más del paisaje.

La falta de agua en algunas cuencas como las del Sureste es de carácter estructural, de manera que ni siquiera en los años lluviosos los caudales de los ríos acumulan agua suficiente para cubrir las necesidades industriales y humanas de la zona. De ahí los trasvases, claro, un sistema que llevaba funcionando a plena satisfacción desde el Imperio Romano, hasta que llegaron las autonomías y se decidió que los ríos eran propiedad de los diputados de la región por donde discurren los cauces. Ahí se jodió el Perú.

Pero todo puede cambiar dependiendo de la perspectiva con la que se afronte un problema y, sobre todo, del color político de las zonas afectadas. En esta ocasión, la falta de agua ha llegado a Andalucía y Cataluña, donde ya no se oculta que este verano podría haber restricciones del suministro en ciudades como Sevilla o Barcelona. Esto, en un país que arroja al mar cada año 50.000 hectómetros cúbicos de agua dulce sin aprovechar, para que se vea el grado de oligofrenia al que nos han condenado el sistema autonómico y los mandarinatos independentistas.

Pero la gravedad de la sequía es tan acuciante que hasta el presidente de la Generalidad ya está pidiendo un trasvase, el gran tabú de los separatistas cuando eran otras autonomías las que solicitaban eso mismo para poder sobrevivir. Ahora sí les gustan los trasvases, pero sus razonamientos cuando se negaron a compartir el agua del Ebro siguen valiendo ahora que son ellos los que piden agua a los demás.

Pere Aragonés quiere agua del Ebro para regar las viñas y olivos de la zona del Priorato, pero el río pasa por seis comunidades autónomas antes de llegar a Cataluña. ¿En virtud de que nuevo razonamiento los diputados de La Rioja o de Navarra no pueden oponerse a ese trasvase como en su momento hizo ERC para impedir el envío de agua al sur? En Aragón llevan décadas sosteniendo que no tienen agua suficiente: que se lo expliquen a Aragonés con la misma firmeza con la que se han estado oponiendo a trasvasar una sola gota de agua hacia las cuencas sedientas del sur.

El embrollo es tal que la ministra Teresa Ribera podría ejercer la competencia que la Constitución Española atribuye en exclusiva al Gobierno de España en materia de recursos hídricos. Esto es, llevar agua desde donde sobra hasta donde hace falta, asumiendo la gestión de los ríos que pasan por más de una comunidad autónoma; o sea, prácticamente todos.

Ya solo falta por ver si esa vuelta a la sensatez va a tener un carácter especulativo para salvar de la quema a los socios de Sánchez o las regiones que carecen de agua desde siempre podrán beneficiarse también. Ahora que los trasvases resulta que ya son buenos se abre una magnífica ventana de oportunidad.

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